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olanchano.-"La Plaza".
A poco de despedirnos de los Zelaya llegarnos a una falda cerca del río Juíicalpa, donde el suelo parecía haber sido escarbado en buen trecho dejando desnudo el lecho de roca a una profundidad de unas catorce pul– gadas y con un aspecto similar al que queda en California después de la operación llama– da "ground-sluicing" (lavado de la Herra). Después supe que aquí fue encontrado un depósito aurífero de mucho valor, indicado por la abundancia de una roca roja, ferrugi–
nosa, que parecía cinabrio, que en Olancho
es considerada corno indicio cierto de la exis– tencia de oro. Las mujeres habían llevado de esta Herra al río en sus bateas (réplica de la excavación en seco que se hace en Califor– nia) y en una semana habían obtenido va– rias libras de oro fino. Sea porque el depó– silo se hubiera agotado o porque el oro res– tante era tan fino y escaso, no valía la pena continuar la operación lenta de acarrear la tierra al río en pequeñas cantidades. Yo
estoy casi seguro que con un juego de ITlan–
gueras y buen aparato hidráulico, como los usados en el distrilo de Nevada, podría ha– cerse que toda la colina pagara buenos divi– dendos. El trabajo de estas mujeres había sido hecho con varas pun±iagudas y no con barras, zapapicos o palas, que nunca han si– do usados en la vecindad.
De Lepaguare a Juíicalpa hay una dis– tancia de más o menos treinta millas. Bajo la impresión de que este cmrono debía ser transitado por carretas llevando maquinaria, iba yo tornando noia cuidadosa de las faci– lidades que presiaba y aunque el desnivel entre el valle de Lepaguare y la ciudad es corno de un millnr de pies, no hay lugar don– de no pueda pasar una carreta, y con algu– nas pequeñas mejoras en algunos pasos del río Juíicalpa el camino podría responder a cualquier uso. Así corno está, uno puede caminar de prisa a caballo entre los dos lu– gares porque va por llanos parejos, muy bien arbolados, que se parecen en mucho a las regiones planas de Nueva Inglaterra. En algunos lugares el camino está bordeado por apretadas malezas, donde flores y plantas raras se agrupan y dan abrigo a una varie– dad de pájaros y 01ros animales.
Entre los árboles ví el lignum vitae, (o guaiacum) que aquí se conoce con el nom– bre de guayacán. Debido a su extrema du– reza solo los cortadores de caoba se atreven
a cortar esfa valiosa madera. Creo es idén–
tica a la madera de que oí hablar frecueme– mente corno quebracho (quiebrahacha I y que crece silvestre en todas las montañas del Este de Honduras, junto con el palo rosa y la
caoba. El árbol generalmente alcanza una altura de cuarenta pies. El follaje es pecu_ liar, se parece al del ciprés y está cargado de flores pequeñas y blanquecinas. Entre los indios payas la corteza y la goma se usan corno medicina. El guayacán, por lo gene. ral, forma parte de los cargamentos de cao. ba que se transportan por las aguas del Guayape o Patuca.
Al mediodía habíamos llegado a una montaña cónica al Noreste de nuestra ruta llamada Pico del Aguacate, al pie de la cual'
la "Quebrada", arroyo de este nombre, corr~
vocinglero y se precipita más abajo en el río Juticalpa. Aquí también vimos Señales de lavaderos de oro. El mercurio en mi termó_ metro circular marcaba 80° al sol. Nubes blancas, aborregadas, pasaban a prisa impe. lidas por el fresco viento que susurraba entre las frondas, y por eso durante nuestro viaje nunca experimentamos incomodidad a cau_ sa del calor. Mientras L... hacía esbozos del Pico del Aguacate, los muchachos descarga_ ron las mulas y tendieron en la grama la comida que llevábamos. Pequeños y de. licadas flores, como las que viTIlOS en la zo– nas templadas, noS saludaban alegremenie al paso del viento y adornaban las laderas de las colinas adyacentes.
Hay muchas quebradas secas bordeadas de pinos en toda esta sección del departa. TIlento, parecidas en todos los aspectos a las de California. Mis sirvientes, que habían vivido siempre en el escenario sobrio del de· partamento de Tegucigalpa y nunca hablan visio paisajes tan bellos corno éstos, expre–
saban su admiración con exclamaciones sen–
cillas y me rogaban que les recordara y les empleara cuando yo volviera con la empresa de El NolÍe.
Después de dejar El Aguacate, nos en–
contramos con varias personas en el camino,
la mayor parte a caballo, las que contentas de la oportunidad de enterarse de las úI!i–
mas noticias del mundo se regresaban y
caminaban con noso1ros algún trecho. Yo
procuraba impresionarles con la importancia de los americanos del Norte y con los bene– ficios inestimables que ellos podrían darle a Olancho como agriC1.\Itores y mineros. En nuestra ruta hacia la ciudad, ocho veceS cruzarnos el río Juficalpa. En varios lugares hallamos señas recientes de lavaderos de
oro. En esta época y, en verdad, varias se·
manas antes de la Función de la Virgen, las mujeres con un celo religioso se consagraban a trabajar empeñosamente en los lechos de los ríos para extraer de ellos los gastos para
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