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las ceremonias, el decorado de la iglesia y

ara sus propios vestidos con los adornos

~ue podrían hallar en las fiendas. Entre las pequeñas quebradas que desembocan en el rlo estaba la Tilapa, también conocida por algunos corno el lugar en donde unas muje–

res encontral"On mucho oro hace varios años.

De este lugar la distancia a la hacienda y

caserío de Marnisaca, es de dos leguas, otra

por las cu)"vas del camino a la hacienda del Nance y de ahí dos más hasta Juticalpa.

En Marnisaca alcanzarnos a dos mucha–

chas que vadeaban el Río. L.. las abordó afablernente Y les preguntó qué distancia

había a la ciudad. "¡Aquí no n1ás!", reS– pondieron. " ~ y e l..;~~ed CÓffi? están ~.,e arru– gados sus ves.Llclos?

I

me dIJO Loo. Eso es

señal de que. han estado lavando oro, que

han tenido sus enaguas recogidas en su cin–

tura mientras trabajaban luetidas en el

agua". Jníen±é J:rabar conversación, pero

ellas s610 se miraban la una a la otra estúpi–

damenie Y sonreí.an¡ parecían Lener miedo

de responder y hasta de mirarnos de frente.

Después de repetidos intentos, sin embargo,

vencin,os su faHa de conEianza y ví que L...

fenía lazón en su conjetura en cuanlo a su ¡ecienia ocupación. Les ofrecí comprarles su oro si ellas me buscaban en Ju±icalpa, por

10 cual inmedia.i:aneente me mostraron lo que habían recogido. Según dijeron habían de–

jado sus varas y sus bafeas allá en la Oue–

brada, adonde pensaban regresa)" al día siguiente. La mayor de ellas sacó del pecho un trapo que cuidadosamente desplegó, des–

cubriendo que estaba lleno con finísÍ"rnas eS–

camas de aquell as padículas color amarillo canario que distingue al oro del Guayape y

de sus tributarlos, del de oiras porciones de Olancho y Segovia en donde su aspecio blan·

ca indica una mezcla pétrcial con otros meta–

les o substancias. El trapo estaba húmedo ¡odavía y el polvo más fino se adhería por dentro lo que impedía que saliera todo su contenido; pero al pesarlo después en Juií–

calpa había l'nás o m.enoS nn cuario de onza,

que yo cOlupré por la bagatela de un poco más de nos pesos plata.

Aquí nos despedirnos de las lavadoras y subiendo por una lonea desde el 1'10 vimos un pico muy bonito al que llamaban Monte Encaniado porque dice la ¡radición que su

cima, donde se ven llamas pálidas y suenan

l",s campanas, está frecuentada por los espí– Htus de los aborígenes. Los nativos pasan por los alrededores de El Encantado con un

±emor reverente y 1 ezsn rosarios con doble unción cuando se aproximan a sus misterio– sos recintos.

El inofensivo y pequeño meteoro de la f?resia, probablemenie el insedo llmuado ,Interna Fulgora, es el que suple las luces especirales, y el autor de los ~olemnes tañi-

dos no es 011"0 que el pájaro ca:tl"lpana o

CBlTIpanero. El viajero en su tráfico por los bosques queda a veces sorprendido al oir de repente el sonido dIstante de una campana, flotando en J as ondas del viento con las mo– dulaciones pecullares de los templos. Se

defienen a escuchar y, después de un peque– ño inlervalo, oye nuevanlente el tañido pene

trando en las soledades y exaciamente igual al de alguna canepana conveniual de boca

ancha. El "campanero" emife su voz poco nlás o nlenos una hora antes del anochecer,

es un páaro modesto, sin el ropaje vistoso de otros pájaros y tiene predilección por las más obscuras reconditeces de los bosques. Rara–

mente se le ve y, se dice, al emifir sus soni–

dos se le para una cresta que de tamaño extraordinario lleva en la cabeza.

Todo el cmuino hacia Juticalpa abunda en panoraneas espléndidos y yo, con una avidez de judlo, sentía el deseo de atrapar· los todos para conservarlos en mi recuerdo. Algunas veces nos llevaba por un emparrado na1ural como los que se ven en Har±ford y

New Haven o dentro de un bosque de aspec– to gótico, vesfido de lianas y adornado con múltiples florescencias; en otras, a un valle– cito en que la casa rústica de la pequeña hacienda nos espiaba entre grupos de árbo– les frulales, frijolares, arrozales, ayoteras y naranjos agrupados apretadamente, enme– dio del cual las niñas broncineas (cuyo adoro

no sencillo era una saria de cuentas y una

neata de pelo frondoso y desaliñado 1 nos miraban needio amedrentadas y tan inmóvi– les que parecían fornear parie del follaje; o bien nos hacía pasar por campos abielios donde nos colábamos a través de los jicara–

les, cuyas ramas mostraban al viajero sus pequeños frutos, que sirven al campesino ca..

mo indispensables vasos para b"ber en las

lTIonlañas.

Los pájaros de Olancho son los sembra– dores más perseverantes del departamento. Corno por un designio de la Providencia, lle– van ellos las semillas de una diversidad de

frutas en sus picos, o las dejan caer sin dige

rir en las colinas y en los valles en donde, acunadas con las copiosas lluvias y el calor de la luz del sol pronto germinan. Muchas frutas son propagandas de esta manera por

los campos. Por esO se ven con frecuencia

en las rutas solitarias los limoneros, los na–

ranjos, las limas dulces. Los deliciosos sar–

siles, ya descritos, han sido distribuídos de este modo por todo Olancho y la vainilla se disellÚna, no hay duda, de manera igual.

Pero yo tenía ansiedad por llegar a la mela de mis esperanzas, Juticalpa, para de– tenerme mucho en estas cosas. El botánico liene aquí un amplio campo de investigación y muchas drogas de valor, plantas y flores magníficas Henen aún que darse a conocer

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