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cuando el departamento esté abierto a las in– vestigaciones de los sabios.

Al dejar Lepaguare, el General había insistido en que dejáramos nuestras mulas peludas para que se recuperaran en la ha– cienda y nos dio, en su lugar, caballos finos y fueríes, tanto a nuestros sirvieníes como a nosoíros. El mo -que el amigo generoso me obsequiara después- era un íordillo brioso y de fina eslampa. Nos condujeron con paso infatigable por las pendientes de los cerros hasta que los frecuentes patachos

de znulas y varios nativos caminando hacia

el Este, nos indicaron que se acercaba el íér– mino de nuestra jornada. Apresuramos la subida suave de la cordillera que da hacia el valle de Juticalpa y descansando un poco en la cúspide contemplamos allá abajo por pri– mera vez y enmedio de la luz mortecina de la tarde, la cabecera de Olancho.

Dificil es describir el placer con que contemplé en silencio el rico panorama bri– llando con los úlfimos rayos del sol poniente, y el aspecío singular de la vieja ciudad es– pañola extendida ante mis ojos. Hacía tiem– po que la tenía reíraíada en mi imaginaci6n y ahora, después de varios meses de expec– taci6n, aquí Ine hallaba paríicipando del so– nido de sus caInpanas y del ruido ciíadino. Construída lejos de las rutas ordinarias para el viajero y el cOInercio, siendo casi un mito hasta en la aislada Ceníro América, gozando de vieja reputación COInO centro de las regio– nes auríferas que hace dos siglos, antes de que la civilización hubiera cOInenzado a subyugar las soledades de Nueva Inglaíerra, atrajo a Alvarado y a sus acompañaníes a su conquista (1) Juticalpa ofrece un gran iníe– rés para el Inoderno aventurero, s610 igua– lado al atribuído a las misíeriosas ruínas aborígenes de Chichen, UXITIal o Palenque.

El vasto llano se pierde en el horizonte aunque está limitado por Inoníañas boscosas

que apenas alcanzBlTIos a divisarl Se ex±ien–

de hacia el Este y el Noríe y en él las nubes purpúreas del Oeste arrojan brillo radiante, coloreando débi1ITIeníe las colinas e indican– do por una fajita de luz el curso ondulante del río Juticalpa, que pasa al Noríe de la ciudad y deseInboca en el Guayape algunas Inillas Inás abajo. El distaníe toque de un íaInbor nos recordaba la persistencia de la costumbre inmemorial de patrullar la Plaza a la caída de la noche, y el toque de la caIn– pana de oraci6n nos decía que aqui también se observaba aquel bello ritual a que he he– cho Inención en páginas anteriores. L... me despert6 de mi embelesamiento y pronto descendiInos y entramos a las calles empe– dradas de la ciudad. El lugar no es dife-

(1) JunlT09 dice Que a San Jors:re OIa.nchlto la fundó Diego de Alvara~

do, por orden de 8U hermano D Pedro, el año de 1630 V Historia de la

Ciudad de Guatemala, tacera edici6n. p 36

rente a Tegucigalpa en cuanto a arquitec_

tura, aunque ires veces :más pequeña, fenien..

do la iglesia de estilo, la plaza, el cabildo, las casas particulares y las calles que se cru. zan en ángulo recto. Algunas de las resi_ dencias son hermosas y hay varias de dos pisos, nÍíidaInente encaladas, enladrilladas y

con grandes jardines y frutales en el interior. La iglesia, que es reciente, ocupa el sitio del viejo edificio y fue construída parcialInente con las contribuciones piadosas de las lava. doras.

ParaInos frente a una pequeña tienda que esíaba en la intersección de dos calles y preguntamos por la casa del señor Gardela. La residencia de éste, que es una de las Ine– jores de la ciudad, forIna parte del lado Sur de la plaza. El señor Gardela estaba ausen_ te en una de sus haciendas, pero uno de sus sirvientes nos dijo que la casa, aunque ce– rrada, estaba a nuesíra disposici6n. Prefe. rimos, no obstaníe, seguir adelante hacia la casa del venerable Don Francisco Garay, de quien habíaInos sabido era un rico ciudada.

no que vivía en una finca solitaria en los

alrededores de la cabecera y era compadre del General Zelaya.

COInO nos demoráraInos un poco, pronio se reuni6 un grupo de personas ofreciéndo· se para guiarnos. CruzaInos la plaza, segui– InOS la direcci6n que se nos indic6 y pronto llegaInos frente a un gran edificio blanco, con veníanas enrejadas y aparentemente cerrado por todos lados. Toca=os a la puer– ía varias veces sin obíener respuesta, por lo

que Víctor, siguiendo tnis insfn1cciones, se

fue hacia un gran porí6n de la derecha que cOInunicaba con el patio iníerior. Inmedia– tamente fue zafado el pesado pasador de Inadera de la ventana y una figura vestida de blanco según podíaInos discernir en la obscuridad, nos miró y grit6: "¿Quién?"

L... contest6 que traíamos cartas de pre– seníación para el señor Garay y que deseá– bamos pasar la noche en su casa. Este Inensaje fue entregado e inITIediaíameníe

una voz cascada, evidentemente de una per~

sana de edad avanzada, sali6 de la ventana

y preguníó por nuesíros nOInbres.

Al saber quienes éraInos, Se disculpó por

la tardanza en abrírsenos y nos invitó, "en el

nombre de Dios", a que pasáraInos adelante. Al nUsmo tieInpo el porí6n se abri6 de par en par y íodos eníraInos al pafio.

Dejamos a VíC±or y a Robería que at~n­

dieran nuestras besíias y seguimos a un w–

dito hacia la sala, donde nos presentamos a un anciano de cabellos blancos, que de una gran hamaca que esíaba íendida de lado a lado del aparíamenío se levant6 con dificul– íad a recibirnos. Tenía él una contextura

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