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hercúlea y debe haber sido, rnedio siglo an– les un hombre muy bien parecido. Recibió

tlU~stras cartas con dignidad, las vi6 y a tra– "és de sus anieojos repifió su cordial bien– "enida, al mismo tien1po que grit6 con

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estentórea que se sirviera muy pronto una

cena para sus visitantes La casa se puso

rápidamenle en movimiento y en media hora estábamos sentados alrededor de una gran mesa donde se veían tantas viandas exqui–

sitas 'que yo no tuve tiempo ni inclinación

para tomar nola de ellas.

Esla era el famoso Don Francisco Garay, el Creso del departmnento de Olancho, el propietario ?-e diez mil cabezas de g,:nado y de seis haclendas enire las cuales flguraba la bella y extensa de "La Herradura". Nues–

tro anfitrión, después de volver a su hamaca, encendió un cigarro y yo, brevemenle, le in–

formé acerca del objeto de n1Í visita y de los sucesoS mundiales en general. Aqul estaba un hombre de corazón sencillo, hospiialario, de cabellos blancos y de un aspecto gentil, que nunca había salido más allá de las fron– ieras de OIancho en su larga vida de ochenta

años. Solo su ganado, si se estimara su va–

lor en la medida que lo pudiera, hacer un propietario de haciendas de;,pué? de los des–

cubrimienfos de oro en Cahfornla, se conia–

lía como una farfuna principesca y ésto sin

incluir los incontables hatos de mulas y ca– ballos y las leguas de la lnás rica tierra en una de las regiones rnás sanas y más pinto– rescas del mundo!

Había procreado una fan1ilia de calorce

hijos; rnuelta su esposa; sin ocupación o en–

trelenimiento dedic6 su vida a ll1ejorar sus propiedades, y enviando frecuentemente a Trujillo recuas de !nulas cargadas con que–

sos, pieles de venado y cueros de res, o gran–

des partidas de ganado, de caballos y de beslias mulares a Guaielnala o a la feria de San Miguel. Hace como veinte años fue arrojado de su silla por un caballo chúcaro y se quebró una pierna en la caída. Esta le fue atendida por un chapucero ambulante y

quedó renco para siempre. Con la excep–

ción de cortos viajes en una mula mansa,

cuidadosaroeníe seleccionada y domada pa–

ra su uso especial, renunció a sus la.bores

aclivas y la supervisión de las haciendas pa–

s6 a sus hijos. Ahora vive meciéndose en su

hamaca y fumando todo el tiempo.

Enlre su progenie había una hija que

casó hacía varlos años con el señor Zelaya,

Aléalde Primero de Tegucigalpa (1 ) • Me dijo el viejo, como algo de sumo interés, que había enviado por ella a fin de que pasara la función en Olancho. Los otros hijos, au– sentes en distantes secciones del departa–

mento, también eran esperados para que es- --

(I) Se lefiele Il D JOJié Mtuin Zc!ay8, casado Díío Justa Ga:rpy

luvieran presentes lodos durante la fiesta próxima y reunidos en el hogar. "Usled no puede llegar ll1ás a tiempo". m.e dijo nuesíro anfitrión después de habernos dado, eníre chupadas de su cigarro, los deialles arriba

asentados; "la ciudad ahora se parecerá a

los tíe!npos de fiesía y de holgorio de anta– ño, cuando los placeres de oro producían tan

vasta riqueza bajo la dominación de los es–

pañoles".

Era casi medianoche cuando habíamos cambiado protestas de amislad con el viejo

olanchano, y supe de sus elocuentes labios

los detalles de su vida, de su familia y de sus

dominios. Nosoiros, en cambIo, le porme–

norizamos los sut:esos polííicos y sociales del año pasado, de los cuales en su confín sólo había oído referencias vagas o exageradas.

Escuchaba al:entamenie nues±1·os com.entarios

sobre la guerra europea, destinada, según

su opinión, a causar más derrarnarrlientos de

sangre y cambios que las de Napoleón.

Luego hicimos colgar nuestras hamacas, rn.e– ciéndonos en ellas y cansados de nuestro via–

je de treinla millas pronto nos donnimos.

La llegada de un americano ,de El Norte

produjo una sensación exiraordinaria en la

pequeña sociedad de Juticalpa. Al siguien– te día la sala del señor Garay esiaba llena de bote en bote. Entre mis visiiantes se hallaban los Padres Francisco Cubas y Bue– naventura Colindres, el señor Felipe Bustillos (2), don Mateo Pavón y otros numerosos elementos prominenles de la ciudad. La ce– rem.onia de la presentación a éstos era de una formalidad casi ridícula, que en cual– quier oíra parte hubiera provocado ll1i risa, pero ya estaba yo acostumbrado a observar– la. El Padre Colindres, o 'Padre Buenaven– lura como se le llamaba familiarmente, pronto se inieresó en mi" proyectos. Era en exlremo popular entre iodas las clases socia– les, con un gran cerebro repleio de conoci–

mienlos carnpesinos, pues no leía otra cosa que su Misal, su libro de oraciones y, ocasio–

nalmente, los periódicos de Tegucigalpa. Examinó con gran curiosidad los lnapas que había traído conmigo de los Esíados Unidos y, especialmente, los de California. Copió los nombres de los Esíados y esluvo por al– gún tiempo esiudiando una breve traducción que le hice sobre la forma del gobierno local en cada Eslado y sobre asuntos generales, relaclonados con el país de El Noríe. El Pa– dre Cura de Juticalpa, Francisco Cubas, lenía un cargo superior al del Padre Buenaventu– ra. Cada quien ienía asignada su jurisdic– ción en el departamento, adonde hacían una visita semianual para el bienesíar espiritual de los feligreses. Pagué la visita de ambos y iuve la suerte de gananne su buena volun-

(2) D Felipe Dustillo ejc:nci6 el POdN Ejecutivo en cnlidad de Vice– Plesidente e} año de 1848 Fue ab.....elo del GenerAl Man .....el Bonilla

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