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« Previous Page Table of Contents Next Page »centroamericana, Olancho, y que ahora se conoce con el nombre de Olancho Viejo o Anfigua, de la cual solo las ruinas existen para denotar su antérior importancia. Estas ruinas están situadas al pie del Monte Bo– querón (1) en el río de Olancho, hacia Ca– tacamas Y su descripción la reservo para después. Antes de la destrucción de Olan– cho Viejo, Juficalpa era una aldea insignifi– cante. Aunque es el centro comercial del Este de Honduras y cabecera de un departa– mento que cOITlprende en su extensión más territorio que todo El Salvador y Costa Rica juntos, hasta hace poco la ciudad no tenía lugar en ningún mapa de Centro Arnérica. Su misma existencia parece haber sido igno– rada corno la de las otras ciudades de Olan– cho. Ha sido muy poco visitada aún por los escasoS aventureros de los caries de caoba que penetraron en el interior durante la últi– ma centuria, de los establecimientos de Beli– ce y a lo largo de la costa oriental. Es ahora el centro comercial del tráfico del de– partamento. La ciudad, se me dio, tuvo antes arriba de ocho mil habitantes pero la disminución de su comercio, el decahnien±o de ~CL¡; empresas Iniueras bajo el cambio de los gobiernos nacionales en la república y, úliimanl.enfe, por los estragos causados por la langosta que barre todos los cultivos en una sola noche, todo se ha combinado para disminuir la población de Juticalpa a poc~
más o menos cuairo mil almas que, en tiem– po de celebraciones públicas, se triplicaba temporalmente.
Existe una red de caminos, que son más bien veredas para mulas, que arranca de Juticalpa y se exfiende por todo el departa– menio. Casi iodos los ricos en haciendas de ganado fienen residencias en la cabecera departamental.
Recogiendo datos relafivos a Olancho fui presentado a un costarricense, el señor Apolonio Ocampo (2), quien, por varios años había estado ocupado en los caries de caoba en el Guayape, el Guayambre y el Jalán. Le conocí en casa del señor Garay, y el mu– iuo conocimiento se convirtió luego en una íntima amistad que duró hasta mi despedida de Olancho. Inteligente, con educación libe– ral y con una sagacidad agudizada por el trato con los negociantes de caoba londinen- -
(1) El anotador conjetura que la hi3tolin de la erupción del Baquelón no llaga de ser una leyenda sin fllndamcnto real, recogida por el Br Juan Francisco Márllues, Cura l'ro!)io de Teg-Ilcigalpa Refiere que la ciudad de ?lanllho el Viejo fue destlllída "VOl haber llegado a tanta la corrupción de as gentes, que el Ol"O sé empleaba hasta en las herradllruB de los cahallo.'!, con maYOl sobmbia que los Pelubianos o Cusqllillos, por falta de hierro,
~uando se encontraban de cuero lag Coronas de los Snntos" (Revista del rchivo, t 1 P 309) Pero segtín la c_arta dirigida al Rey por él Obispo de
~omaYaglla Fl Gnspar de Andrada y Quínhmillu, el 12 de octubre de 1598, lo:¡ vecinos de la vílla de OlanchÓ sin orden ni licencia desampkraron. algu–
~"os nñ03 bao el pueblo donde vivían, y poblaron en un !'litio muchas leguas
~~tnnte do1" (Archivo de Indias, Guatemala, 164) De manera que en 1611,
ano en que Se afirma qUe Ihizo eru.pción el Boquerón. hacia ya muchos años QUe OIancho estaba despoblada
T "(2) Parece que fue casado con Dña Mariana Arbizú, padres de Dña nnldad Ocampo, Cllposa del jurisconsulto hondureño D Pedro J. Bustillo
ses en Belice, estaba peculiarmente calificado para proporcionarme una infonnacián veraz, ya que sus hábitos de observación le habían capacitado para darla sobre sus viajes cons– tantes al interior del país y en sus transpor– tes en balsa por los ríos Guayape y Patuca. Tenía a veces varios cientos de hombres tra– bajando en sus benques del Guayape y sus tributarios. En particular, debo a don Apo– lonio los detalles minuciosos que me diera sobre el curso de los ríos principales, más allá del punto donde yo los cruzara.
Durante varios días, anteriores a la función, con el señor Ocampo visitarnos a caballo la región. Generalmente llevába– mos arInas, más por mi iniciativa que por alguna adverlencia que él me hiciera al res– pecio. Una vez íbamos hacia la aldea de Jutiquile, que queda más o menos dieciocho millas al noroeste de JuHcalpa, vimos en el camino un pequeño cerdo salvaje de ojos malignos, y estaba a punto de recetarle una de mis píldoras de plomo, cuando don Apo– lonio me aconsejó que me abstuviera de hacerlo porque donde había uno de estos animales, seguro que cerca estaba toda la manada, cuyo nÚ'rnero y ferocidad no eran para despreciarse. Así, dejé que el animali– to entrara trotando a uno de los matorrales, pero más adelante. como a distancia de cien yardas, el camino estaba lleno de ellos. En la cosia norie esie animal se conoce con el nombre de "Warey". No pude resistir la tentación de bajarme del caballo, llevarme el rifle a la cara y disparé, no obstante el con– sejo que me diera. el señor Ocampo; con el estallido, el más grande que pude seleccio– nar describió una serie de vueltas, gruñendo con furia salvaje y, por último, rodó pata– leando hasta que quedó tendido. Curioso era observar el reslo de la manada viendo sus coniorsiones. Don Apolonio, ITlientras tanto, prudentemente Se hahbía retirado co– locándose a una distancia respetable entre él y los jabalíes.
Corno la manada no hacía sino grunlr, dar chillidos agudos, dar vueltas enderredor y hocicar el cuerpo de su compañero muerto, hice la miSITla operación a airo, desde un lado de mi caballo. En el momento que con sus pequeños ojos me divisaron, salieron velozmente hacia mí, trepé a la silla y vol– viendo grupas a la legión que avanzaba, ví luego que con Apolonio era cuestión de corn– pe±encia a quien interponía más terreno en el más corio tiempo. Nos siguieron por va– rios cientos de yardas y sintiendo quizás que su poder de locomoción era desigual a sus propósitos, regresaron hacia donde estaban los cuerpos de sus compañeros muertos y re– comenzaron su hociqueo. Los seguirnos y matarnos cuatro más, y cuando la manada lomó esto como una lucha desigual, corrió
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