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en el órden inlerno y social con la 191esia católica: la otra, extrínseca, o sea, la de las

relaciones, en el orden ín±er nacional, con el

Gobierno de los Estados Unidos. Voy a ocu– parme ahora de la primera de esas male– rias para esludiar la forma del ideal religio– "o, tal cual lo entendieron y praclicaron los gobernantes de los diez y ocho años, corno médula que es y debe ser del diario de una agrupación que sinceramente desea llmnarse

conservadora.

Se ha mirado esta cuesfión desde un punto de vista ul±raradical. Para confundir–

me con el peso de una acusación a su vel"

infamante, en un paralelo que traza a gran– des rasgos entre los hombres de los ireinta años y los de los úHimos períodos conserva– dores, llámase a éstos clericales. Mucho se ha jugado con esta palabra usándola corno proyecill ofensivo, desde el siglo diez y ocho para acá, en las propagandas del liberalis–

nlO rornánfico. Para aclarar conceptos y ci– mentar la djscusión veamos cóm.o define la

Academia Española la palabra clericalismo:

/lnombre que suele darse a las influencia ex–

cesiva del clero en los asuntos polílicos".

0en1ro de los términos de esa definición mal puede llamarse clericales a los gober– nantes de los diez y ocho años. Pero al ha–

cer esta negación quiero expresar InUY clara– menle que a mí no se n18 ofende con el vo–

cablo fantasma, con que han asustado a mu– chos timoratos los radicales en su labor de– nigrante para el catolicismo. Un sacerdote, a mi n,odo de ver, no pierde con el uso de la sotana las luces de su entendimiento para poder juzgar y proceder con acierto en los asuntos políticos. Gobiernos han habido que han funcionado a maravilla bajo la dirección ele un eclesiáslico, y para ejemplo me basia

recordar al eminentísimo Cardenal Cisneros,

cuya polílica labró los cimientos de la Espa– ña que dominó al mundo por dos centurias. Pero en el extricio concepto de la palabra

quién sabe si ni el misrno gobierno del Car–

denal Cisneros podría llamarse clerical, por–

que el clero corno gremio no tuvo en él in–

fluencia decisiva. Pero dejando aparte eS–

fas digresiones generalizadoras, y volviendo a concretar, afinno que el clero ni corno co–

leclividad organizada, ni por medio de nin–

quno de sus individuos, ejerció influencia en los gobiernos que rigieron. Nicaranua desde

1911 hasta 1929. Mi adversario vivió, corno

yo, en las inthnidades de algunas de esas administraciones. Era hombre de entrada lranca dentro de basf±dores, y puedo asegu–

rar con su .testimonio, que nunca se vio a ninyún prelado, ni sacerdote regular o secu–

lar, lomar parte ni direcia ni indirectalTLenle,

en las discusiones y en las decisiones que orieni,ilmn la política. Las administraciones

de los diez y ocho años, en este punlo igua– les a las de los treinta, no fueron clericales. Fueron si doctrinarimnente conservadoras tanto C01no las que ilustraron el alabado pe– ríodo de la primera organización de la Repú– blica. Y lo declaro con salisfacción, inferio– reS a nuestros padres en muchos aspecios de grandeza de alma, hemos sido :más conse– cuentes que ellos en la realización de las doc1rinas que informan el ideario de un con– servadurismo bien entendido. No fuimos cle– ricales pero sí hemos creído que no se puede cimeniar un orden social equilibrado y justo si no es garantizando la liberiad de la reli– gión católica, que profesan la casi totalidad de los nicaragüenses, para que la Iglesia campee por sus respetos con los horizonles despejados de amenazas, y pueda cumplir

su rrlisión social y moralizadora sin ser per–

turbada por las invasiones del Estado

No somos clericales, pero hemos estable– cido decididamente al respeto del poder ci– vil al poder religioso para que trabaje por la moralización del pueblo y la elevación del alma nicaragüense Durante los diez y ocho años todos los cultos gozaron en Nica– ragua de la más amplia tolerancia, siempre que estuvieron comprendidos dentro de la

:moral crisfiana, y sin olvidar que el católico

está incrustado en el espíritu de nuestra raza

Procedamos así con la convicción de que era

la voluntad del pueblo en el verdadero va– lor del concepto pueblo, porque en Nicara– gua, aunque en su juego lo niegue o preten– da dest~uirlo un ciego radicalismo, hay un hondo sentimienio católico, y sobre todos los hogares, que sumados forntan la palria, gra– vitan las creencias que han sido su fortaleza y su perfume.

Dije que esio hemos sido más consecuen~

les con nuestros propios ideales, que lo fue–

ron los esclarecidos varones de los ±rein±a años Varias veces hemos leído esa misn1.a afirmación de que los primeros conservado– res habían sido liberales. Confesanlos con

franqueza que nos ha dado mucho en quó pensar la aseveración. Si estudiamos la do– cuncentación oficial escrita de los treinta

años, en cuanio expresiva de sus ideales, nos encontramos con un partido conservador bien delineado en sus aspiraciones y doctrinas

La Constitución del afio 1858 que se puedo ioncar conco el credo articulado del viejo par–

tido conservador, tiene ±ades las líneas del conservadurismo racional y velídico Es un documento precioso, comedido, corto en sus afinnaciones, escrifo sin copiar las abstra c– ciones impraclicables de Consií±uciones ex~

lranjeras, sino que encierra, en concerlacio– nes bien lTIeditadas, disposiciones verdadera~

nten±e conformes con el espírHu de la nación

a que esiaba destinado él dar pautas legales

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