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Al entrar al serviuio de la familia Bolí– val', tal vez pensó el inquieto y novel peda–

gogo que en aquella casa habría de encon–

trar el Ernilio que necesitaba para poner en práctica sus jdeas. Con el correr de los días,

el arnanuense logla ganarse el ánimo de los tulores de Simoncito y an le el fracaso de los demás preceptores, Se le designa maestro del rapaz. Desde el primel momento parece que la palab, a de Rodrígu€lz logró hacer mella en el rnuchacJ la. Rodliguez hablaba un len– guaje nuevo. Más que en tareas fastidiosas y lecciones aburridas aprendidas en un Ma–

nual, el nuevo maestro insistia en la impor– tancia que revesfía para la vida el aprendi–

zaje de la dura tarea de ser hombre y en la necesidad de someler al dmuinio de la pro~

pia voluntad los impulsos del instinl0 y la fuerza desordenada de las pasiones.

de Rodríguez, más tarde, aburrido del Ro– driguez s"'e haría llamar Robinson.

Entm los últimos libros que más habían

impresionado al joven y erudito amanuense,

había uno cuyos novedosos concep1:os le

lraían caliente la cabeza por aquellos días El libro había sido quemado públicamente en Palís y su autor excontulgado por hereje e impío. Para salvar su pellejO el autor de ial infundio tuvo que hU1r y esconderse en un pueblecito de los contrafuertes del Jura, entonces feudo elel rey de Prusia. El libro se titulaba "Emilio o de la Educación" y su

aulor Juan Jacobo Rousseau, ciudadano de Ginebra En sus páginas se irruIT\.pía vigo~

rosamente conira la educación de la época artificial y rígida y se ponian de relieve, co–

nlO funelan,ento de todo sistem.a educativo, los principios de la educación natural y de la libertad.

Por aquellos días Rodríguez se interesa–

ba en cuestiones relacionadas con la educa–

ción como nos lo demueslra la meluoria que en 1794 presentó al Cabildo de Caracas con el llInlo de "Reflexiones que sobre los defec– tos que vician la escuela de plÍmeras lerías

de Ca.racas y znedia de logra,· su refornla por

un nuevo establecimiento".

Don Simón Rodríguez

No pensó jamás Don Feliciano Palacios que el joven amanuense que contratara pa– ra que sirviera de ayuda en el manejo y des–

pacho de los asuntos relacionados con la he- La vida en la hacienda San Mateo, le rencia de su yerno Don Juan Vicente Bolí- brindaba a Rodríguez ocasión propicia para var, era un hombre de tanta erudición y tan practicar el principio rousseauniano de la lleno de conocilnientos. En efedo, el joven educación natural, lejos de la sociedad y de Rodríguez era un empecinado ledor de cuan- los hOlnbres. Rousseau quería que su Emi– tas novedades ele la vieja Europa caían en lio fuera educado en el can,po, donde el sus manos; su luente se había nutrido, de maeslro será más arbitro de los objetos que manera, especial, con las doclrinas de los en- quiera presenlar al niño y donde sus pala– ciclopedístas franceses, y por supuesto, no bras y ejemplo "€lndrán una autoridad que había desciudado las grandes enseñanzas no podrán tener en la ciudad. que nos legara la antigi.iedad clásica. De ca-

rácter un tanto atrabiliario y extravaganfe, De confonnidad con su maestro Rous– se habia grangeado ciería fama de hombre seau, Rodriguez comenzó por ejercitar el hosco y poco sociable. Por desavenencias cuerpo, los órganos, los sentidos, las fuerzaS con su hermano el compositor Cayetano Ca- de su pupilo mediante largas caminatas Y rreño, se cambió el apellido familiar por el prolongados paseos a caballo para forlalecer

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padl'e y madre . Durante ese miS1UO año ha–

brían de coniraer lnafrirnonio sus dos her–

manas. La casa quedaba vacía del calor fe– menino. El abuelo pasa a ser la figura. cen– tral de aquel hogar. Pero no tardana la mueríe en golpear nuevamente aquella ca– sa. El 5 de Diciembre del año siguiente, Don Feliciano cmuplla su jornada tmreslre. Los hijos varones del matrimonio Bolívar Pala–

cios quedaron a cargo de sus tutores. .Juan

Vicenle al cuidado de Juan Félix Palacios y Siluón al de Carlos Palacios, ambos herma– nos de Doña Concepción.

Varios maestros se suceden en la ardua larea de enseñar a Simonciío. Carrasco y

Vides le dan lecciones de escritul-a y aritmé c fica, de historia y religión el PresbHero José Antonio Negrete, y de latín, Don Guillerm.o Pelgrón. Pela todos se dan por vencidos an– te el espíritu rebelde e indisciplinado del ra–

paz, quien, al parecer, no tiene la meno]- in–

tención de alinearse dentro de la severa :tra–

dición de la familia. Ouizás 01 joven Andrés Bello, apenas tres años mayor que Silnón,

logre, mediante la amistad y el cornpañeris–

m.o, que el díscolo muchacho entre en razón y se dedique más a los libros y a los ejerci–

cios escolares. El mesurado y clisc!re±o Bello

frecuenlará por algunos meses la casa de San

Jacinto

J

pero conseguirá bien poca cosa de

su discípulo. Lo único que consiguen todos estos maestros de Bolívar es inculcarle algu–

nos conocimientos rudimentarios de escritu–

ra, gramáfica, e historia, pero ninguno de

ellos llegará al corazón ni a la menle del lUU– chacha. Esto le estaba reservado a un hom– bre de dotes excepcionales quien, en calidad de amanuense entra al srvicio de los Bolívar. Su nombre era Silnón Carreña, pero se hacía llamar Rodríguez. A éste le corresponde, por excelencia, el glorioso título de Maestro del Libertador.

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