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el cuerpO, porque para que el alma sea fuer–

fe, le decía, es necesario endurecer el cuerpo.

El sislema da Rodríguez produjo magní– ficos resultados en la educación del joven Bo– lívar. El extraño pedagogo había c.onsegui– do lo que no pudleron obtener sablOs y re–

putados maestros caraqueños de la época. La semilla que el maestro iba serClbrando en aquellós paseos bajo el sol aragüeño y a la sombra de los árboles de San Maieo, había de producir sus frutos. El adolescente co–

menzó a abrir los ojos y a darse cuenta de que muchas de las ideas y prejuicios que su

época adoraba no eran nlás que ídolos con pies de barro a los que podía derribárseles de su pedestal.

La influencia de Rodríguez caló muy hondo en el alrCla del muchacho. Durante

toda su vida conservaría Bolívar vivo el re–

cuerdo de estos años y la glatHud hacia su

maeslro "Usfed fonnó lTIi corazón para la

libertad ,para la juslicia, para lo grande, pa– ,a lo hermoso. Yo he seguido el sendero que

usted m.e señaló . no he podido borrar ja– más s.i.qulera una coma de las grandes sen–

iencias que usted me ha regalado. Siempre

presentes a mis ojos intelectuales las he se–

guido corno guías infalibles". Este es uno de los párrafos de la memorable carta es– crita por Bolívar a Rodríguez muchos años

después.

Todos los biógrafos del Libertador eetán

acordes en reconocer esta influencia de Ro–

dríguez sobre su discípulo. Emil Ludwig afirrna: "Desde la época de Alejandro, po– cos maesiros han influído tan decisivamente

como el de Bolívar en m.ancebos que fueron

luego grandes generales y grandes políti–

ces" .

Los años de la aclolescencia

Bajo la guía de Rodríguez fue abriéndo– se lentamente el espíritu de Simón, mientras su cuerpo se hacía cada vez más fuerte y más duro. El niño cedía el paso al adoles–

cenie: sus facciones se iban haciendo n1.ás fir–

mes y las líneas de su rostro Se iban preci– sando en rasgos característicos y varoniles. No prometía ser de elevada eslatura; pero los hombros eran anchos y el pecho recio y abul– tado.

Los relatos de su abuelo don Feliciano s,?bre los sucesos que convulsionaban a Fran–

ela desde que él, Sirrt.ón, tenía seis años, co–

menzaron, de repente, a adquirir en labios

~e su luaes:tro Rodríguez un color y un sen–

hdo diferente. Aquella tremenda conmoción política y social que eslaba creando un nue– vo orden de cosas llegó a interesarle viva– mente. Las olas de aquella marejada se ex– tendían por el mundo. También habrían de llegar hasta las playas venezolanas. El ne-

gro José Leonardo Chirinos fue ajusticiado por haber querido establecer en Venezuela "la ley de los franceses".

Tenía Simón doce años cuando fue pro– mulgada la Real Cédula de 10 de Enero de 1795, por la cual sea pardos y morenos fe– nían acceso a cargos públicos mediante el pago de sumas relativamente módicas. Tal medida despertó un verdadero escándalo en el Cabildo caraqueño. El tío de Bolívar Car– los Palacios y Blanco, a la sazón regidor de Caracas, fue uno de los más vehementes en protestar la Real Cédula. Es muy probable

que Sirnón oyera los .encendidos cOlTIen±arios

que semejante medida provocó entre los miembros de su familia y los asiduos visitan– tes de la casa. Esta tremenda división exis– iente entre las clases sociales de la colonia no debió pasar desapercibida para el sagaz muchacho. Varias generaciones de Bolíva– res y Palacios se erguían en su pasado y gra–

vitan en su sangre para recordarle, COlTLO

dictaminaba en Cabildo, que no convenía alargar tal priviegio a las gentes de color,

"a las g-ent-es bajas que componen la mayor

parle de las poblaciones, y son por su natu– ral soberbias, ambiciosas de honores y de igualarse con los blancos, a pesar de aque– lla clase inferior en que los colocó el autor de la naluraleza". Pero Rodríguez le ense–

ñaba oira cosa: con Rousseau en las manos,

el maestro le enseñaba que a los hombres los creó la naturaleza iguales, que no existen li– bres y esclavos; que la sociedad debe otor– gar igualdad de oportunidades para iodos y que la única diferencia que existe es la que establece el talento y la virtud.

Su tío Carlos se ocupaba de la adminis– tración de los bienes de su pupilo Simón. Además de la herencia paterna, éste era due– ño del cuantioso vínculo que estableció en su favor, su tío y padrino el Canónigo Xeres Aistriguieta Bolívar, a saber, su casa de Ca– racas, situada entre la Catedral y el palacio del Obispo, en la esquina de las Gradillasl una hacienda de veinticinco mil árboles de cacao, en el valle de Taguaza; otra de irein– ta mil en el valle de Facayra, así como airas tierras que pudieran perlenecerle como he– redero de su madre Doña Luisa de Bolívar.

Con los apellidos Bolívar y Palacios y el cuantioso patrimonio de que era dueño y señor, la vida parecía brindarle además, en bandeja de plata, el más brillante y seguro porvenir. Ante sus ojos se extendía el pano– rama más halagüeño y todo parecia augu– rarle al rico lerralenienie un puesto desta– cado dentro de la bien cimentada tradición familiar.

Las noticias que llegaban de la mefró– poli eran cada vez más alarmantes. El cam– bio Introducido por Godoy en la política ex– ierior al pasarse al campo francófilo y aban-

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