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« Previous Page Table of Contents Next Page »fidente y su anliga. Pero nada lnás. Que– daría un pedazo del a11na de Bolívar al que no había de llegar ésta ni ninguna otra nlU– jer. Un COnlO trenlendo y arrebatado desti–
no comienza a gestarse en las fibras más L'Yl.–
iimas.:de su ser. La vida en aquella capital, asiento de todos los halagos y de todos los placeres, dejan el nlás profundo vacío en su aln1a. De aquella lucha interior surge una
crisis de nervios. La fiebre hace esireITlecer
SU cuerpo Y la nluerte se le presenta a su
iznaginación como una sonriente liberfado–
ra. En tan críJicos rnornel1.Ios será, nueva–
menie, su maestro Rodríguez quien habrá de
sacarlo de ese lelargo y hastío de vivir. "Ho–
dt'"Ígllez vino a sentarse cerca de mí; me ha–
bló con csa bondad afeduosa que nle ha nla– nifestado siel11pre en las circunstancias más
graves ele mi vida; me reconvino con dulzura
y me hace conocer que es una locura el
abandonarnle y querernle nlorir en la lrutad del canUno. Me hizo comprender que exis– tía en la vida de un honmre otra cosa que el anlor, y que podía ser nlUY feliz dedicán–
dome a las ciencias o entregándome a la am–
bición". Estas úUinlas palabras debieron re– sonar con especial fuerza en aquel espíritu enardecido por la fiebre. Bolívar sab1a que
una fuerza extraña y misteriosa Jo errtpuja–
ba hacia un destino cuyos perfiles se dibu– jaban confusamente en su il11aginación. Pe–
ro tenía ple,na certeza que no eran los place–
res ni los frívolos pasatiel11pos los que podian
llenar el inrnenso vacío que experimeniaba su brioso corazón. Un viaje corno el que le
proponía Hodríguez a iravés da los Alpes, el coniacio con la naturaleza y el aire puro de
las montañas, le ayudarían a ordenar sus ideas, cobrar nueva Íe en la vida y precisar
mejor la Ílnagen de ese deslino al que se sen– ±ia arrastrado .
En eSe estado de ánÍnlo el11prende Si– món, en cOnlpañía de su l11aestro Hodríguez y de su anligo y pariente de su mujer Fer–
nando Toro, un viaje que sería estímulo pa– ra sus nervjos, acicate para su voluntad y
energía para su desfallecido organisnlo.
A principios de Abril de 1805, los viaje– ros salen de París. Es plena prinlavera. Los campos están florecidos. Los tiernos triga– les ponen brillo de esperanza en los ojos de los labriegos, atareados en sus faenas agrí– colas. Por doquiera Se nota el despertar de
l~ naturaleza: hOnlbres, aninlales y plantas
Slenten en su ser una onda de nueva savia.
Los tres rOnlánticos personajes disfrutan a pleno pulnlón de esta alegría de vivir, nlien– tras la diligencia que los conduce rueda por los hernlosos call1pos de Francia.
Deirás había quedado la ciudad, testigo de los devaneos y placeres del elegante dandy. Allí habría de quedar tanlbién, en– terrada una época de la vida de Bolívar.
París había sido la enlbriaguez de la pasión; el Ínlpetu de sus veinte años derramado so– bre todos los placeres de la vida. Pero ha– bía sido tanlbién, el vacío, el hastío y, por úlíÍnlo, el estallar de una crisis espiritual que le hizo ver la frivolidad e inconsistencia de una vida de placer.
Aquella crisis fue decisiva en la vida del fuluro Libertador de Alnérica. El tenlple de su alma logró sobreponerse a la congoja es– piritual que la agobiaba. Otra de nlenos temple se hubiera entregado en brazos de la desesperación o hundido en el vacío de Werther. Bolívar se sobrepuso a las fuerzas oscuras que luchaban ferozmente en su ser nlás recóndito.
De esta lucha consigo nliSnlO, el espíritu de Bolívar salió reconfortado y con una nue– va luz en su visión interior. El aire puro del
cam5no, el contacio con la hennosa naiura–
leza que se abría ante sus ojos y la palabra siempre estÍnlulante y espiritual de Rodrí– guez, temUnarian por abonar el terreno para la solemne y definitiva decisión del Monte 8ac10.
Sobre las huellas de Rousseau
Los viajeros 10nlaron rumbo Sur-Este. La dilige\leia que los conducía hacia la ruta por
Melún, Auxerre, Nevers, Dijon, Lyon. Her–
n10sas lierras de Borgoña, cubiertas de viñe– dos y pobladas de historia y de leyenda. Feudo de aquellos duques aguerridos cuyas tumbas, en la Catedral de Dijon, evocan un pasado de atrevidas conquistas, vistosos tore neos y pudibundas doncellas. Allí yace en su l11ausoleo la extraña y bizarra figura de Carlos el Tenlerario.
De Lyon, los viajeros pasaron a AnnecYi la hernlosa capital de la Alía Savoya, a ori– llas de su risueño lago. Allí fue donde el adolescente Juan Jacobo Housseau, fugado de la casa de sus nlayores en la cercana Gi– nebra, conoció a Madanle de Warrens, la danla que inspiró las páginas nlás bellas de "Las Confesiones". Los tres anlericanos en peregrinaje rOnlántico por tierras de Rous–
seau debieron visitar la casa que; junÍo a la
Catedral, habitaba entonces la hernlosa da– ma y en la que acogió al adolescente soña– dor.
De Annecy siguieron hacia Chanl}Jerry,
otro santuario de la devoción rousseauniana.
Debieron hacer el lTliSnlO canUno que tantas veces transitó el enlpedernido canlinante pa– ra llegar a Les Charmelies, la casa que Ma– dame de Warrens convlrtió en nido de anlor al lado de su sentimentaJ. y extraño cOnlpa– ñero. Todos aquellos lugares de Savoya tan ín±inlanlente ligados al recuerdo del ~aes
tro del Contrato Social, los recorrieron· se~
gún confesión de O'Leary a pie, COnlO ~cos
tumbraba hacerlo el propio Housse.au.
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