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Aquellas tierras savoyanas, de dulces contornos y de apacibles paisajes contribu– yeron a infundir nuevos ánimos y nuevas energías en el espíritu de Bolívar.

De Chamberry, los viajeros tomaron, vía Los Alpes, rumbo a la Alta Italia, y llegaron a Turín. Este mismo camino lo había hecho también el catecúmeno Juan Jacobo el año de 1728.

Bolívar debió recordar las palabras de

uLas Confesiones" sobre este pasaje: "Me

parecía hermoso atravesar las montañas, a

edad y elevarse, así, por encirna de mis

camaradas, toda la altura de Los Alpes". Después de descansar algunos días en la her– mosa ciudad siguen, a través de las llanu– ras lombardas, hacia Milán. Por donde quiera observan los preparativos que se ha– cen para recibir al Emperador.

La llegada de los venezolanos coincide con la del Emperador y la de Pío VII de re– greso a Roma. En la Catedral de Milán pre–

sencian la cereInonia de la coronación ele

Napoleón como Rey de Italia, al colocar el mismo sobre su cabeza la corona de hierro de los reyes de Lombardía. Esplél}dida ce– remonia la de la Catedral. Pero mucho más habría de impresionar al futuro Libertador la gran revista militar que tuvo lugar en Montechiaro.

Muchos años después, evocaba Bolívar en sus conversaciones con Perú de la Corix esíe episodio que se quedó profundamente grabado en su memoria: "El trono del Em– perador se había colocado sobre una peque–

ña eminencia, en medio de aquella gran lla– nura, mientras desfilaba el ejército en colum– nas delante de Napoleón que estaba sobre el trono, él (Bolívar! y un amigo que le acom– pañaba (Carreña) se habían colocado al pie de aqueUa eminencia, de donde podían con facilidad observar al Emperador; éste los mi– ró varias veces con un pequeño anteojo de que se servía, y entonces su compañero le dijo:

"Ouizá Napoleón, que nos observa, va a sospechar que somoS espías, aquella obser– vacación le dio cuidado y lo deierminó a reti– rarse. Yo -dijo S.E.- ponía toda mi aten– ción en Napoleón, y sólo a él veía entre to– da aquella muliiiud de hombres que había allí reunidos; mi curiosidad no podía saciar– se, y aseguró que entonces estaba muy lejos de prever que un día sería yo también el ob– jeto de la atención, o, si se quiere, de la cu– riosidad de casi todo un continente, y puede decirse también del mundo entero",

"Oué Estado Mayor tan numeroso y tan brillante tenía Napoleón, y qué sencillez en su vestido. Todos los suyos estaban cubier– íos de oro y ricos bordados, y él sólo llevaba sus charreti!!ras, un sombrero sin galón y Ul'la

casaca sin ornamento alguno; ésto me gus– tó, y aseguro que en esíos países hubiera adoptado para luí aquel uso si no hubiese íemido que dijesen que Jo hacía por intimi_ dar a Napoleón, y a lo cual hubiesen agre_ gado después que mi intención era imitarlo

en lodo·',

Peregrinaje italiano

Nuevamente en camino, los tres román_ ticos criollos ven desfilar ante sus ojos el es– pectáculo .siempre maravilloso de pueblos, aldeas y Cludades: Verona, la de Romeo y

Julieta; Padua, la de San Antonio, el hun'lil_ de lego que conversaba con el niño Dios y

entendía el lenguaje de los pájaros; Venecia, la de los canales y góndolas, de la que Ve– nezueln había derivado su nombre.

O'Leary dice que allí sufrió "un gran desengaño" porque "tan exayerada idea ha– bía concebido de ella que, a pesar de su in– comparable belleza y excepcional situación de la ciudad, quedó descontento".

Después de atravesar Ferrara y Bologna, llegan a Florencia, ciudad museo, cuna de aHísUnos nlaestros de la paleta, el cincel y

la palabra.

Allí se detuvo Bolívar algún tiempo que dedicó a estudiar la lengua toscana y a leer los grandes clásicos Halianos, excluyendo -dice O'Leary a Maquiavelo- "c o n t r a quien tenía la vulgar preocupación que ha hecho que el nombre de ese grande y ca– lumniado patriota sea sinónimo de astucia y

de crimen".

Esta aversión de Bolívar por el autor de "El Príncipe" había de perdurade durante toda la vida. Pocos meses antes de la muer– te del grande Hombre de América, cuenta el mismo O'Leary que le había confesado Bolí– var que no había vuelto a leer a Maquiavelo desde que salió de Europa veinticinco años antes, El genio de Bolívar estaba muy lejos de esa alquimia política, mezcla de astucia

y mala fe que aconseja el florentino en su famoso libro. El arte político del Libertador habría de ostentar líneas muy distintas y ba–

sarse sobre una franca y buena fé, así como

sobre el más amplio espíritu de cooperación entre todos los pueblos.

El solemne juramento

Después de atravesar Perugia, la tierra de San Francisco de Asís, llegaron a Roma, etapa final de su peregrinación.

En aquella histórica y monumental urbe, señora del mundo y íestigo de gloriosos suce– sos, habría de tener lugar un hecho destina– do a marcar un hUo definitivo en la vida de Simón Bolívar: el Juramento del Monte Sa–

cro.

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