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Era el año de 1923 y yo tenía que salir de nuevo

Cómo se logró la venida de Enrique

Renlinfscencias del plan económico de Enrique

Hay que citar los nombres de los que colaboraron principalmente con Enrique en primer fugar, don Fe– lipe R. Solares, primer Ministro de Hacienda de Ore– llana, y quien fundó la Coja Reguladora, sin la que hubiera sido muy difícil la paulatina y total conversió" en oro de la moneda. Luego, el licenciado Carlos O. Zachrisson, tercer Ministro de Hacienda del Presidente

para México a compl~tar los tr.abojos de conexiones periodísticas que me había encomendado el Dr Walter Williams, pr~sidente de la Universidad de Missouri y

del Press Co"gress of the World Al efecto me había llevado 25 distinguidos periodistas centroamericanos a

tomar parte en el Congreso de la Prenso de los l;stados

Mexic~nos, que hNO lugar en Mérida, la capital de Yucotan El Presidente de la República General José

M.ar~a OlelJano y su Ministro de Re¡acio~e5 ExtJriores, mi siempre gran amigo Adrián Recinos me habío dado e.mpeñosarnerple el encargo de hacer ¿uanto fuera po– sible para traerme a Enrique Cuando salí de México para Yucatán ya cosi me había convencido de que éste no aceptaría jamás regresar a Guatemala Había sido extr;=tñado myy joven por una tiranía y temía que re– cayeramos en otra Pero al regresar de Yucatán una circllnstancia imprevista (providencial para el en~argo

que llevaba, puedo decir) se puso de mi parte Fue el, e~tallido de la p:~última revolución mexicana, pe– nultllTla en el largUls/mo proceso que se inició con el asesinato de Madero, siguió con el de don Vénustiano Carranza y continuó con los de Pancho Villa Obregón etcétera Esta era la revolución que don Adolfo de l~

Huerta, Ministro de Hacienda, armaba contra Obre– gón, por el empeño de éste en hacer triunfar la candi– datura de Calles Y cada vez que estallaba una re– volución, Enrique, que con el mal endémico de las revoluciones inacabables, se sentía acometido de pron– to de una aguda e irremediable neurastenia, se metía en cama, y como un niño caprichoso, nada ni nadie lo hacía splir de ella

Una mañana me hallaba yo en mi Hotel cuando sonó mi teléfono Era María, María 8eteta de la Pe– ña, esposa de Enrique y adorable mujer bajo todo~

conceptos, por su belleza, su bondad, sus virtudes im– pecables y su inteligencia Me llamaba para que fue– ra a s~ casa" que prácticamente era donde yo me manten la, pare tratar de sacar a Enrique de la cama Sólo yo podía hacer el milagro Me vestía apresura– damente y me disponía a ir a ejercer de médico ante Enrique; cuanqo sonó de nuevo el teléfono . Esta vez era Enrique en persona, quien con la voz un tanto alte– rada me espetó a boca de jarro la gran noticia "Vir– gilio, pónle un cablegrama a Ore llana diciéndole que acepto". Y así fue como Enrique Martínez Sobral volvió a Guatemala tras veintitantos años de exilio, a

hacer /a reforma económica, con Jo cllal contradijo Jo que un diario parisiense acababa de publicar que sin un empréstito extranjero considerable era imposible arreglar situaciones tan endiabladas como la que con– frontaba Guatemala, opinión inspirada sin duda en las del famoso economista norteamericano Mr. Kemercr, quien hQbía venido un año antes a estudiar y darle vueltas y revueltas a nuestra situación

Para no alargar más este artículo dejo su con– clusión para uno próximo, en que contaré la manera casual o providencial cómo logré traerme a Enrique a

G~IO.t,emala, y publicaré su carta póstuma, que me es· cnblo en un Hospital de Texas veinticinco años después, y que, puede considerars~ Sll testamento fi· nanciero, en que me. explico las razones por qué no hay que devaluar el Quetzal

Allí' me lo encontré y pudimos reanudar nuestra más que fralernal amistad que databa de Guatemala y de cuando yo era niño Yo aproveché su presencia para hablarle de mis sueños de reforma bancaria y mo– netaria de Guatemala, y él me hizo un plan completo que traje a Estrada Cabrera, teniendo cuidado, eso sí" de no decirle el nombre del <;Iutor, enemigo a muerte de don Manuel Este plan que quedó arrumbado a saber en cuál de las muchas gavetas que usaba el gobernante fue el que fundamentalmente resucité en mi ardua campaña en la Asamblea Na~ional Legislativa de 1918, a ralZ de los terremotos que arruinaron la capital Lq Asamblea, tras largas discusiones, acabó por aprobar mi plan, que puede leerse en las páginas del Diario de Centro América en /0 Hemeroteca Nacional. Fue en esa campaña, según lo escribí en vida del gran patriota licenciado Bernardo Alvorado Tello cuando éste sin

p~der contenerse y bajando pe Su ~sientq, llegó hasta mi y entre un gran abrazo n'\e dijo' "Virgilio, está us– ted l!lI frente de todos nosotros". Sin embargo, don Manuel, a pesar de que se vio constr~ñido a ponerle al decreto aprobatorio de la Asamble<;l el "ejecútese y publíquese" que entonces se usaba al sancionar los decretos, nunca lo quiso llevar a la práctica. Y ese proyecto, ¿quién iba a figurárselo?, es el mismo, en el fondo, que me había dado Enrique en Nueva York en 1914, el que vino a desarrollar en 1924 y el mismo que hasta ahora funciona

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. y . a propósito, vale la pena hacer algunas remi– niscenCias sobre esta reforma monetaria y bancaria y sobre la manera cómo se logró fa venida de Enrique a Gl,latemala, entresacándolas de mis apuntes autobio– gráficos, llamados a ver la luz pública cuando se haya apagado para mí la de este sol que nos alumbra

Como todo el mundo sobe (me refiero al "mun– do" de mi tiempo), Enrique flle más que mi pariente, mi amigo más entrañable En 1914 se encontraba en Nueva York como apoderado de la casa de los helma– nos Madero, puesto a que había sido llamado por éstos a la trágica mu~rte del Presidente don Francisco I Ma– dero, derrocador del perpetuo gobierno del general Porfirio Díaz Durante la breve presidencia de Ma– dero, Enrique había sido el Cónsul de México en Nueva York

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