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« Previous Page Table of Contents Next Page »lebre frase de Juan Moni:a1vo al referirse a los in–
dios y aplicándola esta vez a la historia de los in~
gleses en Centro América: "Si mi pluma tuviera don de lágrimas yo escribiría un poema que haría llo– rar al mundo". O mejor, si se quiere una frase del mundo anglosajón, 10 que decía Mr. Abbot Lawren– ce, ex embajador de Estados Unidos en Inglaterra al propio Mr. Clayton, en vísperas del tratado Clay– ton-Bulwer y como por vía de prevención contra las artimañas de la diplomacia inglesa en Centro Amé– rica: "En cualquier momento en que se ponga ante el mundo la historia de la conducta de Gran Breta– ña no resistirá una hora ante el jurado de la opi– nión pública sin ganarse la condehación univer– sal". 1
y en efecto, al paso que Centro América envia– ba a Inglaterra a uno de sus más esclarecidos ciu– dadanos, don Marcial Zebadúa, creyendo que con razones y demostraciones históricas convencería al conde Bathurst y al jefe del gobierno inglés en Lon~
dres, éstos, en reciprocidad, le enviaban a un shn– pIe cónsul pero armado de una espada con todo el filo necesario para cortar el nudo gordiano del fu– furo canal. Y este cónsul, Mr. Frederick Chaffield, tantas veces nombrado no pudo llegar más a tiem– po pues el último episodio de la expansión inglesa en Belice acababa de pasar. El ilustre doctor Ma~
riano Gálvez, jefe del Estado de Guatemala en la Fe– deración, para atajar el avance de los ingleses había decretado una concesión en el departamento de Al~
ta Verapaz, aquende el río Sarstún, hasta el que ha– bían llegado los beliceños e Inglaterra se adelantó con sus planes propios. Ella, que conocía ·tan per– fectamente las siete vueltas del río Dulce y el golfe– te y el lago de Izabal, que más de una vez· habían sido escenario de las audacias de sus piratas (como que en el :mismo Castillo de San Felipe, sobre el gol– fete, habían desvalijado al capitán general don Ja– cinto de Barrios Leal a pesar de que a ese título su–
ma~~ el de gen~ral de los ejércitos de su majestad cafollca) proponIa colonizar con gente suya o de Belice la Verapaz. Ya hasta el nombre de la capital de la nueva colonia tenía bien escogido: Abbót Will, en el punto mismo en que el río Polochic empieza a ser navegable para desembocar en el golfo. De más está decir que ésta o cualquiera. otra propuesta hecha por los ingleses tenía toda la iro– nía de la frase aquella de "al ladrón entregarle las llaves". Precisameni:e la venta a extranjeros de tie– rras en la Verapaz tenía por objeto, según 10 había expresado el doctor Gálvez, que "los beliceños deja– ran de robar toda la costa". Y por eso un año más
t~rde, en vista de que la estratagema inglesa había SIdo buena parle en el frustamiento de la proyecta– da colonización, se dirige al Congreso con las si– guieni:es declaraciones: "Estamos en el caso de ne– gar nuestro comercio a ese establecimieni:o, que vi-ve y se engrandece de nuestro sacrificio (Belice) . Hemos sido ya demasiado pacientes y sufridos . Yo convoco a todos los que amen la integridad del territorio y ~ quienes afecte el honor nacional y no el celo equIvocado o quizás sugerido por los mis– mos usurpadores. Los extranjeros que se quieran
1 Carta ~el ex Embajador Lawlence al secretario de Estado Mr Clay–
t??, 5 de abrIl de 1850. Documentos del congreso de Estados Unid¿s sec– Wonlh.segunda, documento Nq 34 Pág. 73, en la Libreria del Con~reso
BE. lng~pn, D. C. '
,
hacer miembros de la república y súbditos de SUEl le– yes, pueden avecindarse entre nosotros y gozar de las veni:ajas que ofrece su suelo; los que vengan a.
disputarnos una sola parte de él; los que quieran ser en Centro América moradores de dominios auro– peos son nuestros enemigos. .. El retardo del re~
conocimiento de nuestra independencia por el go– birno inglés, es todo obra de la infamia y de la intri-ga de los belicenses". .
Tuvo razón de sobra Mr. Chatfield en dirigir la punta de su espada contra Gálvez, que pertenecía al partido liberal y odiaba además cordialmente al enemigo número uno de Guatemala: los contraban– distas beliceños que se robaban desde su territori~
hasta su comercio. No tardó en presentarse la oca– sión de sacar a relucir su lenguaje, a la altura de su diplomacia. Con motivo de una de las mil y una conspiraciones y sublevaciones que eran el pan de cada día en aquel primer período de la vida "in– dependiente", que en toda Hispanoamérica se ma– nifestó bajo las formas de "la anarquía criolla", di– rigió a Gálvez una nota se leen estas palabras: "No es desde ahora que los gobiernos extranjeros saben que S. M. está siempre determinado a asegurar a los súbditos británicos que residen pacíficamente en países lejanos, prosiguiendo sus ocupaciones lícitas, aquella protección poderosa para el pleno desagra– vio de toda agresión; y por esto me hago el honor de recordar a usted, señor, que Centro América y sus ciudadanos serán responsables de la seguridad de las v~das y propiedades de las súbditos de S. M. Británica residentes en su territorio". Y lo peor de todo era que Mr. Chaffield seni:aba cátedra entre los demás escasos cónsules con que Europa nos hon– raba no queriendo llevar esa honra hasta enviarnos ministros dipomáticos o siquiera encargados de ne~
gocios, lo que hubiera sido en ella inconcebible. En cambio el cónsul inglés, que pensaba en Oxford o Edimburgo, aleccionaba a sus colegas. Había un se– ñor encargado del consulado general de Francia y que hablaba con una claridad el español que hacía pendant con la de su apellido, Monsieur Clairam– bault, y quien en su nota con idéntico motivo quiso ser aún más claro que su colega inglés. "Debo an– ticipar a V. E., le decía al gobierno del Estado de
Gl~at;rnala, (nc:' teniendo en cuenta para nada que eXlsha un gobIerno federal) que el gobierno de S. M. el rey de los franceses, mi augusto soberano, to– :mará la más terrible venganza si el deecho de gen– tes llegase a ser violado de cualquiera manera res–
p~cto a las personas de los franceses o de sus pro– pIedades en este país, etc." Y para demostrar su sapiencia en materia diplomática firmaba únicamen– te Clairambault, es decir con sólo media firma, sin duda para demostrar mejor su conocimiento en ese derecho de gentes que invocaba. Así andaban las cosas en Centro América y la diplomacia extranjera. Y pen~ar que, como repetidameni:e lo había dicho en su mforme y hecho público el primer emisario in– glés y verdadero diplomático que nos había enviado Inglaterra, Mr. George Alexander Thompson (1825– 26), de quien ya he hablado, un solo diplomático de bu~r:a voluntad y de un país poderoso hubiera rec.0z;tcillado a la familia centroamericana y hubiera qwza logrado mantener la unión.
Pero Mr. Chaifield no traía sino una espada
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