Page 32 - RC_1966_03_N66

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Thompson, primer emisario de sus majestades bri– tánicas para ausculfar la situación de México y Centro América a raíz de esa independencia: "En Guaiemala, {es decir en lo que luego se llamó Cen– tro América 1 el agente diplomático de cualquiera potencia de prestigio habría podido apaciguar, pro– bablemente, la querella, con un poco de tacio". Y este apaciguador no subiera podido ser otro que Mr.

Stephens, que no era precisamente un diplomático al esillo que la palabra se entendía entonces, equi– valente a persona solemne, encargada principal– mente de celebrar traiados de paz y amistad y de toser fuerle al hablar de su país. Ya lo he dicho: Stephens distaba mucho de ser un diplomático de profesión, pero en cambio era un hombre de huma– nidad, amigo de acometer grandes empresas como la de buscar los orígenes humanos en las más oscu– ras encrucijadas de las razas y las civilizaciones. Por eso había recorrido Egipto, la Arabia Pétrea y la Tierra Santa y había publicado los incidentes asombrosos de su viaje por Grecia, Rusia, Polonia y Turquía. Y no sólo ahondaba hombres y sociedades con mirada sutil sino trataba de desentrañar los mis– terios de los pasados milenios, sin que cosas tan grandes le impidieran tener siempre sonrisa en los labios y un gesto de ternura en el corazón: lo pri– mero que hizo al llegar a las desoladas playas de Livingston, en la Guaiemala de entonces, fue buscar la tumba ignorada de su paisano y antecesor Mr. Shannon, limpiarla de malezas, rodearla de una em– palizada y hacer sembrar en ella un cocotero. Y co– sa tan sentimental no debería impedirle más tarde, después de haber descubierlo en Centro América, Chiapas y Yucaián el secreto de la gran civilización Maya, perdida en las selvas y en el recuerdo de los hombres, ser el fundador de la primera compañía de navegación a vapor de los Estados Unidos y uno de los iniciadores del ferrocarril interocéanico de Panamá.

Pero para Centro América tuvo el singularísimo mérito de buscar a toda costa el mantenimiento de la unidad nacional, es decir todo lo contrario de lo que buscaba el cónsul y árbitro inglés Mr. Chat– field. Si por salir en busca de Copán, a través de caminos inaccesibles hasta para las cabalgaduras y

descubrir sus secretos, tuvo que habérselas con un oficial, un alcalde y una turba de soldados que no sabían lo que era un pasaporle, y menos lo que era un diplomáticol que no sabían leer sino apuntarle con sus armas o amenazarlo con sus machetes y que lo tuvieron preso y bien custodiado durante to–

da una noche (a Mr. Stephens y a su compañero de trotamundismos el gran dibujante Mr. Catherwoodl, para salir en busca de los restos del gobierno fede– ral de Centro América, después de un a1fercado con el Ministerio de Relaciones Exieriores del Estado de Guatemala, que bajo ningún concepto quería visarle el pasaporle, tuvo que afrontar la grave amenaza de que "un tal Rascón, con una partida de insurgen– tes lanzados al pillaje, ocupabé:m una región inter– media del país sin reconocer a ningún partido y peleando bajo su propia bandera". Y Mr. Stephens, tras la experiencia de Camotán, en que "los indios vestidos de soldados" -como diría Pepe Batres– no sabían lo que era un pasaporle y la del Minis:l:e– rio de Relaciones en que la escasa gente ilustrada.

:l:ampoco lo sabia o la pasión y los odios polllicos la obligaba a no saberlo, tuvo que recorrer el país de cabo a rabo l desde la capital de Guaiemala, do– minada entonces por Carrera y los conservadores, a :l:ravés de San Salvador y Coju:l:epeque, dominados por Morazán y los liberales, has:l:a Nicaragua y Cos– :l:a Rica, que no sabían por quién estaban domina– dos. Mr. Chaifield, más prevenido, se había venido a Centro América por mar. Mr. S:l:ephens se iba a lomos de mula, de jornada en jornada, a través del pequeño infierno de una guerra civil cuy-os caiorce años de duración venían a ser casi una especie de "Noche de San Barlolomé".

Pero S:l:ephens buscaba {ya bien :l:arde por cier– to 1 hallar un gobierno en Centro América, o por lo menos una posibilidad de que el desastre de Cen:l:ro América no fuera :l:an completo, como quería Ingla– :l:erra. Buscaba la posibilidad de que los Estados Unidos, ya por sí o por una compañía particular, abriera el Canal, sin que ello implicara la muerle de Centro América, como una sola nacionalidad, ni el monopolio del tránsito in:l:eroceánico en favor de una sola nación.

Sus ideas sobre nuestra polí:l:ica y nuestros hom– bres de esa época son dignas de recordarse por su imparcialidad dentro de su criterio avanzado, hu– manis:l:a y universalista. Al acaso me referiré a al– guna. Nos cuenta, por ejemplo, que la frialdad y desconfianza que le mostró siempre el gobierno de Guatemala "se ha debido al parlido dominante". 1

Aunque sus análisis no son profundos porque indudablemente no se había dedicado, ni poco ni mucho, a estudiar nues:l:ra historia, en cambio su rápido instinto de comprensión y sus experiencias de los pueblos que había visitado, le hacen formu– lar síntesis, muy atinadas. En su primer análisis de la situación polillca acierla a herir las causas y razones profundas. El haberse dejado desde el :l:iem– po de la conquista española una inmensa pobla– ción indígena menospreciada como paria, cuando formaba nada menos que las :l:res cuarlas parles del país: quebrantadas sus creencias, quiso sustituír– selas por oiras que no estaban de acuerdo con el :l:emperamento racial ni con la preparación del ru– dimentario intelecio indígena. Bien pudo habernos dicho Stephens, si se hubiera adelantado un siglo a los conocimientos que se :l:enían en:l:onces de las ra– zas y las conquistas, que el más profundo daño es– :l:ribó en que se produjo el choque de una civiliza– ción occidental tan mez:l:izada de "cris:l:ianos viejos", moros y judíos, como era la española, con otra que era fundamenfalni.en:l:e oriental. Pero sin en:l:rar a :l:ales profundidades, Sfephens señala que aquel for– zoso silencio de :l:res siglos de la raza vencida fuvo su desperlamiento a la hora en que se hallaba en plena anarquía el pequeño grupo criollo. Ya sin la au:l:oridad del rey de España le fue fácil a Carrera, re– presentante de las razas indígenas y aún mes:l:izas, caer sobre esa clase criolla, que no sólo era' exiguo en número sino que había aparecido dividida des– de el momento en que se declaró independien:l:e de España y fuvo que afronfar los problemas del por– venir, de los que estaba en ignorancia complefa. El

1 Incidentes de vÍaje en Centro América, Chiapas y Yucatán por J.ohn L.. Step]¡ens, traduccÍón al español de Benjamín Mazariegos' San–

tiZO, reVIsado por Paul Burgess, A. B., E. ll. Ph, D., 1839. T. 1, Pág. 235.

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