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EL SALVADOR
!! 1 DE DICIEMBRE
(Frente á Acajutla). Miguel Mene– ses escribiente de la Legación que me he traido en calidad de secretario particu– lar, á las seis de la mañana se apresura á llevarme ]a noficia á mi camarote: -Salga usted, señor, y verá qué adornados están el muelle y el puerto...
La noticia y lo irrespirable de mi ca· marote violentaron mi ioile±±e, salí á cu– bierta y miré hacia la playa...
El altísimo muelle melálico, todavía más alto que el de San José de Guaie– mala, se halla todo empavesado y en el mástil de honor del "Loa" flota la ban– dera de México.
En la falúa del puerto, gobernada por el comandante en persona, que fué a bordo á saludarme y ponerse á mi dispo– sición, desembarcamos, y camino del muelle, en la diafanidad de la mañana, advertí á mi izquierda una montaña co– ronada de enorme penacho de humo denso y de color plomizo, que á duras penas se remontaba sin disgregarse, pe– sadamente, cual si estuviera tallado en un solo bloque.
Ilca;ulla
-¿,Y eso? ..-pregunté á mis acom– pañantes, apuntando, hacia el volcán en erupción.
Con orgullo en el ademán y en el tono, corno si se ±ratara de la presenta– ción de un soberano, lne respondieron en coro:
-El baleo!...
Atracamos bajo el muelle; de uno de sus portales descendió en una cuerda si– llón de bejuco que en los aires giraba y
mecíase. Lo sujetaron los bogas, me em– paquetaron á mí, dieron el grito de avi– so, y, lentamente, con vaivenes que pro– ducían vértigo, principió mi ascenso en el vacío, unos diez ó doce metros. Al pi– sar el muelle y después de ser muy sa– ludado, caí en los robustos brazos de mi viejo y amado amigo el General D. Juan J. Cañas, adual Subsecretario de Rela– ciones Exteriores y muy aplaudido litera–
10 salvadoreño.¡
Luego, una mulfitud de, personas me fueron presentadas, en tanto que los tra– bajadores del puerío contemplábanme curiosos...
En verdadera procesión emprendi– mos la marcha al pueblo; y al llegar al fin del muelle, una valla de soldados me presentó armas, en tanto que el oficial
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saludábame con la espada desnuda y el corneta tocaba marcha.
Hallé muy en su lugar honores tales, me erguí y avancé tranquilamente, pe– netrado de que al representante de una nación le son debidas cualesquiera con– sideraciones.
Es también muy de notar que tan en seguida pueda uno acostumbrarse á corresponder-en la actitud cuando me– nos-á los honores. Y entonces compren– dí por qué tanto gobernador y funciona– rio cursi y vulgar de nuestro México, y del mundo todo, pronto adquieran hasta ciería majestuosa elegancia para presidir las ceremonias oficiales á que concu– rren; es que la propia personalidad, por humilde é inútil que sea, desaparecen am– parada bajo la cubierta moral que la en– galana; surge el símbolo y la muHifud aplaude al que lo lleva, así sea éste mo– narca, presjdente ó simple moríal, por– que lo que la mul±i±ud cree ver es la di– nastía, la república ó el cargo elevado. Y el rey, el presidente ó el simple mortal, á su vez, cree en serio que es la dinas– tía, la presidencia Ó el cargo elevado; ol– vidándose unos y oiros de que en nues– ira eterna comedia humana, somos á esie respecto lo que esos pobres hombres que en las grandes dudades populosas sirven de anuncios ambulantes-medio compri– midos entre dos bastidores de madera 6 lienzo pintarrajeados-á la alegría, á la dicha, á la riqueza...
y allá van, en muda marcha frági– ca, paso á paso, ocu1±ando sus miserias morales y materiales, pero anunciando en carnbio lo que quizá les queda más distante: la buena conúc1a, las joyas ba– ratas, las ropas que no se acaban nunca, y los antídotos para las peores dolen– cias...
Encerrado yo dentro de mi doble y
nobilísima coraza-.-¡la represenfación di– plomátical-±ambién me olvido de mis defectos é imperfecciones y me creo me– recedor y digno de ella...
Djchosamente, la ílusi6n desvaneció– se, m.i vanidad sufrió tremenda ero.besti– da de mi análisis, y volví á verme lo que soy: modesiísima unidad, no ya para el mundo ni para mi país, sino hasta para mi ciudad natal, para la apartada calle y la vetusta casa en que nací...
So!llsol1ase
Acompañado' de todas las autorida– des y después de apurar un refresco en la comandancia, nos instalamos en tren especial, que en ires cuaríos de hora nos depositó en la ardientísima ciudad de Son50nafe.
En Sonsonate, gran almuerzo en el restaurant del hotel, colgado de los co– lores mexicanos, luciendo en los iesieros
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