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EL TERRIBLE TEREMOTO QUE DESTRUYO
llANAGUA EN 1931
Patética descripción de la catástrofe
APOLONlO PaLJlZIO
Escritor y Periodista.
(Martes Santo 19311. - Las 10 y 22 minutos de
la mañana
La ciudad comenzó a movene desde sus cimientos (retumbos) por un ligero sacudimiento que con inespera– da rapidez, se hizo violento, fuerte, indescriptible. Cor– covea In tierra como si todas las casas que tiene encima fueron un estorbo que quisiera arrojar.
la gente toda ha visto la muerte cara a cara. Al–
gunos han podido escapar de ella; pero no han olvida– do, ni olvidarán por mucho tiempo su trágica silueta. Otros, centenores, p.recieron de disHntas maneras, como si la naturale:i.a al hacer tantas víctimas, h\lbiera obrado impulsada por un siniestro propósito de ruina y destruc– ci6n
¿Horror? No ¿Pavor? No. Hay que bu.car en el iclloma, en todos los idiomas la palabra que pueda resumir estos momentos de angustia, de dolor, de in– certidumbfe, en los que nadie sabe si está a salvo, ni tiene conciencia de estar vivo, ni puede imaginar lo que ha pasado, lo que está pasando. Esa palabra no existe
Se ha dislocado el corazón de Managua, que es el coraZón m"ismo de la República. Una inmensa nube de polvo, durante varios minutos, rodea todo Polvo de siglos acumulado en los edificios, polvo de las calles le– vantado por el viento y en gran parte producido por las casas al caer. Las gentes corren enloquecidas, sonám– bulas, atropellimdose unas con otras, cayendo aquí y allá, unas para levantarse de nuevo, otras para no le– vantarse más.
Perforando la espesa nube de polvo, hermanando todas las almas, con un deio de dolor, de espanto, de plegarias en todos los idiomas, el grito colectivo se ha dejado oír. ¿Hay Dios? Pues ese grito de todas la. edades -del niño, del adulto, del anciano- ha subido hasta él •
Se
VQ disipando In "niebla" Ya puede apreciarse algo de lo catástrofe La ciudod está en el suelo y mu– chos sobrevivientes de rodillas, pidiendo lo que no ha habido: misericordia
Pasan por las ovenidas carruajes encendidos, sin conductores, tirados por caballos despavoridos que quizá momentos antes no tenían voluntad para: andar y que ahora, sacando fuerzas de toda su fJaqueza, corren, corren, sin saber a donde van, hasta que logren rom–
per los arneses o que álguien compadecido los liberte. Automóviles igualmente ardiendo, que se estrellan con– tra las ruinas de cualquier edificio Personas que fin~
gen correr, como en una pesadilla, y que no pasan del mismo 'ugar, cual si llevaran en los pies arrobas de plomo, en un cansancio de muerte.
Las teias de barro continúan chorreándose e hirien– do a muchos Siguen cayendo edificios que el primer sacudimiento dei6 mal parados. Hay que caminar con precauciones. No es poco el número de gente que ha
muerto después por no precaverse de &st. nuevo peli– gro.
UnCll columno de humo negro, con sordas e intermi~
tentes explosiones, se levanta por 105 MercadCl!s, en el centro de la ciudad, en pleno radio comercial. Se está desarrollando un pavoroso incendio. El terremoto no ha venido .010 Le sigue el fuego que ha de destruir lo que hubiera podido salvarse de las ruinas. Después vendrán calamidades: pillaje, hambre, enfermedades– con mucha raz6n se dJio: IIBien vengas mal, si vienes solo".
La ciudad está ardiendo. Por varios lados. Ex– plosiones en las farmacias, en 10s laboratorios. Algún circuito en los alambres de la fuerza eléctrica, los fue– gos de las cocinas, pueden haber sido las causas. Esto viene a aumentar la confusión y el pánico. Los que huyeron por un lado vuelven en sentido contrario y si– guen dando rodeos. ¿A dánde ir? Otros salen huyen– do a los montes, o otras poblaciones sin volver la vista hacia el siniestro. Ya son muy roras quienes piensan en salvar algo de sus casas. Varias personas, que 10
han intentado, estimuladas por otras que solieron bien, han perecido. Las ruinas, 10$ edificios desplomados, no prestan seguridades. Siguen buscondo mejor acomodo las primeras causando con sus movimientos la caída
de los segundos Por manera que la impresi6n general del momento es abandonarlo todo, renunciar a salvar nada.
Nadie cree que el terremoto se haya localizado en Managua. Juzgan destruidas las primeras poblaciones
de Nicaragua, y esto aumenta la ansiedad de la gran mayoría de los sobrevivientes, ya que a la capital flu– ye gente de todas partes en busco de melores medios
de vida, deiando a sus familias en ofros domicilios. Todo el estrecho espacio que se ha quedado en las calles está ocupado por la gente que sale. Los sem– blantes son el más fiel retrato del ánimo. Polvo, sudor, lágrimas y sangre desfiguran a las personas. Aún no
es tiempo de sentir las heridas del cuerpo. Hay otras heridas, más hondas, que obsorven todo el sentimiento humano.
Las familias pasan revistas de sus miembros. Se pellpan unos a otros, para cerciorarse de que existen, al
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