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« Previous Page Table of Contents Next Page »Hombre y volcán se duermen, sin embargo, aun después de las erupciones más explosivas que registran
105 011ale5 de In vulcanolog'a. Se olvidan y si se gra– ban en la historia 5610 sirven de pábulo a leyendas fan· tásticas a las que, fuera de. los geo1090s, no prestan atención más que los niños y los vieios. Asj vemos que, como los coleópteros csrdedor de la llama, ¡unto a la concentración de los volcanes está la de las poblacio– neS. Se construyen dudades con los piedras que las destruyen, para estar cerca de 105 campos q~e las ma.. terias volcánicas fertilizan. La esceno se repite en toda Centroamérica. La capital reducida a escombros resur– ge de sus cenizas como el Ave Fénix, o vuela por los aires solo para posarse luego sobre otra costa del vol– cán.
En realidad el sistema volcánico de Nicaragua no es más que un~ de las cinco hileras en que se divide el de Centroamérica, las cuoles están escalonadas y
continúan casi paralelas hasta la América del Sur. Este fel,ómeno ocurre casi siempre donde se estrangula o adelgaza un continente.
La cadenct de Nicaragua principia con el Cosigüina, en un extremo de fa herradura del Golfo de Fonseca, pocos Idl6meiros de la hilera costarricense. Un tanfo retirado de la Linea de formación de los demás volca– nes, el vicio Cosigüina parece un sargentón mal encara– do que, después de mil batallas seculares, ha.c~ el r~
cuento de la tropa que le queda: el Chanca, VletO, Chl–
cntgolpa, Telica, Santa Clara, Rota, Pilas, Negro, Aso– sosco; luego están el Momotombo, Chiltepe, Motastepe,
Falda de un extinto volcán. El mistelioso agujero de
fOlma Iegular fue causado quizá por erupción o pOI
hundimiento.
El bello cono del viejo Momotombo se proyecta sobre la supeIficie del Lago de Managua.
TiscapCl, Catarina, Santiago, Mombacho; y, más le¡os, el Concepción, Zapatera, Madera ". y ¿los muertos, tendi– dos a sus pies como lagunas? En relación a su tama– ño, no hay una zona más explosiva en todo el globo
HQsto sirvi6 de antorcha en las rutas oceánicas cuando
el sextante era (tún desconocido y no existían los faros del Pacifico.
Una noche el pirata Davis endereza hacia el anti– guo puerto de El Realejo la quilla del Revenge y allá
a lo lelos divisa
u una montaña ardiente tan elevada que podia observarse a sesenta millas de distancia". Otro dio e5 el pirala Dampier quien describe al San Cristóbal como Huna montaña alta en eXceso que hu.. ",ea todo el dio y lanza fuego por la noche". Lo mis· mo dice Krake y cuantos aventureros operaron en los Mores del Sur con 5U cuartel general al pie de un vol·
eén en 01 isla hondureña de El Tigre, entre los volcanes Conchagua, salvadoreño, y Cosigüina, nicaragüense. "Parece una montaña ardiente, mi Capitán. Dos
moniuñtls de fuogo. Volcanes, mi Capitán", exclamo el vigía en la novela de Cecil Seatt Forester, Captain Ho– ratio Hornblower, mientras nave y novela se internal1 en el Golfo de Fonseca, descubierto por Gil Gonzále. DáviJa. La descripción novelesca de Forester responde
a la representación cartográfica: "Era un paisaie extra–
ño el que descubría el telescopio: una serie de volca· nes cortados a taio. Dos muy altos, hacia babor; mul· titud de otros más pequeños hacia estribor y babor. Une bocanada de humo gris sale de pronto de uno de ello,
y se incorpora pere~osamente a la nube blanca qUt
se extiende por encima. Además de estos conos habíe una larga cordillera de montañas cuyos picos parecíar estribaciones y la hilera misma una cadena de volcanel
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