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vieios, truncados, decrépitos por el correr de los siglos". Es ya la Cordillera de los Marabios. illQué infierno -piensa el novelista- debió haber sido toda esa faia, cuando estuvieron en erupción tantos volcanes!" Para 'os geólogos, en cambio, la consideración es diferente: iel infierno en que podría volver a convertir– se! El geofísico y el químico, el vulcanólogo y el sis– mólaga nos advierten que hay qu. esperar una recru– dencenia en el futuro, porque la declinación actual del vulcanismo, como dice el ingeniero Pedro C. Sánchez, del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, no prueba su extinción, sino solamente un período de col–

m"

Mas que novelas históricas, la cuenca del Pacífico nos ofrece una historia novelesca A cada una de sus protuberancias corresponde un capítulo casi intermina–

ble, una descripción narrada ayer, corregida hoy; aumen– tada mañana El libro no tiene páginas que se doblen porque es una obra esférica y redonda en que, en la boca del cráter y a la luz de sus llamas, hay que leer introspectivamente, hasta los lirismos del terremoto que escribió Dario, el poeta que nació al pie de los volca– nes:

Madrugada En silencio reposa la gran villa

donde de niño supe de cuentos y consejos .. de pronto un terremoto mueve las casas viejas

y la gente en los patios y calles se arrodilla

¿Por qué será que de madrugada es cuando co– mienza casi siempre el capítulo de los temblores? ¿Será por lo que tienen de pesadilla, aun para los que no duermen o esas horas o porque es entonces cuando 105

volcanes dormidos se despiertan?

Esto es lo que queda del Volcán Cosigüina, cuya cumble voló pO! los ailes en la tremenda elupción de 1835

En la madrugada del 13 de "bril de 1850, entre temblores, ruidos subterráneos, lavas, llamaradas y es~

corias incandescentes, nace el más peligroso de los vol– canes actualmente activos. El mismo que, una vez más acaba de cubrir de arena las fértiles planicies del De~

partamento de León, hasta el Pacífico. El representante diplomático de los Estados Unidos, Squier, en persona, lo ve nacer Se piensa en bautizarlos con el nombre de Volcán de los Americanos y que Squier sea el pa– drino, pero a los quince días, cuando mide cincuenta metros de altura por doscientos de diámetro, en la base, el cono se echa a dormir y se queda con el apodo de "Cerro Negro" Cuando vuelve a despertar, el 14 de

noviembre de 1867, nuevamente entre temblores, ruidos

subterráneos, lavas llamaradas y escorias, es la una de la mañana, afirma Dickson.

El mismo Squier fué testigo del terremoto del 27 de Octubre de 1850, del cual escribi6: uOcurri6 a eso de la una de la mañana.. Me desperté sobresaltado por un fuerte movimiento óndulatorio, la suficientemente vio_ lento para mover mi cama varias pulgadas de un lado a otro del áspero piso y arrojar al suelo los libros y

demás artículos que tenía sobre una mesa. Las tejas del techo fueron también sacudidas violentamente y las vigas crugieron como los maderos de un barco bien car~

godo durante una tormenta. La gente abandonó sus casas en (a mayor alarma y comenzó a rezar en alta voz. Los animales domésticos parecían contagiados de

la consternación general. Los caballos se encabritaban

para libertarse deJ cabestro y los perros aullaban al uní~

somo Este movimiento ondulatorio tardó casi un minu_ to y aumentó gradualmente en violencia hasta convertir~

se de pronto en uno vibratorio rápido y horizontal que hacía difícil el mantenerse de pie. Después de treinta segundos se convirtió de improviso en otro vertical. Duró en total unos dos minutos y nada podría compa~

rélrsele a no ser al rápido movimiento de un gran carro de ferrocarril sobrecargado, corriendo sobre una mala vía de durmientes ondulados, irregulares y rotos". Hubo un momento en que en Europa se llegó a creer que la maravilla más grande del Descubrimiento del Nuevo Mundo era la boca del infierno que se abría en Nicaragua Los indios lo describían como a una vieja que se identificaba con el demonio: "Bien vieja era y arrugada -relata a los conquistadores españoles el cacique Nindirí- y las tetas le caían hasta el om– bligo; el cabello poco y alzado hacia arriba; los dien~

tes, luengos y agudos, como de perro; la color más os· cura y negra que la de los indios; y los ojos, hundidos

y encendidos" A la boca del cráter solían arrojarles niños, muchachos y doncellas que iban alegres a la muerte y dejaban a las orillas sus mejores alimentos para saciar los apetitos de la vieja "cuando algún terre– moto o temblor de tierra, u otro recio temporal se se~

guía, porque pensaban que todo su bien o mal procedía

de la voluntad de ella"

En la obra Libros Rituales y Monarquía Indiana, de fray Juan de Torquemada, se da la relación de Fray

Toribio Motolinía y trátase de "como muchos han creído

ser boca del Infierno este Volcán de Masaya, y su fuego el mismo que el de los condenados, y se contradicen sus razones".

El Volcán Masaya haciendo erupción.

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