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curiosos dotas sino que, corno todos los obras de Reci– nos, son verdaderos tesoros de veracidad histórica.

A su regreso se consagró de lleno a nuestra So– ciedad de Geografía e Historia, que juntos habíamos fundado en 1923 boja lo ayuda moral del Presidente José María Ore llana. Desde su regreso de la expa– triación no tuvo más objetivo, tan grato y deleitoso para su espíritu, en el que había, más que un política, un sabio investigador.

Poco después Recinos era invitado al gran festi– val con que la más ilustre Universidad Españolo, la de Salamanca, celebró un centenario más Y pocos años después, comenzando quizá a sentir las dolencias que lo llevaron a la tumba, creyó que en el ambiente es– pañol podría sentirse mejor. Y así fue como siendo yo secretal io de ínformación de la presidencia insinué y conseguí inmediatamente del general Ydígoras Fuen– tes que lo nombrara Embajador en España Allí co– mo en todos partes donde le tocó actuar, se desempe– ñó con la maestría que le era innata, llevando el nom– bre de Guatemala a la más alta cima de la conducta diplomática sin tacha

Estudioso incansable, en los Estados Unidos ha– bía descubierto los papeles y documentos históricos que el Abate Brasseur de Bourbourg se había llevado de Guatemala, entre ellos feliz descubrimiento!) el original del Popol Vuh de Ximénez (que es el único original que se conoce de aquel célebre libro). Reci– nos, que conocía admirablemente algunas de nuestras principales lenguas indígenas, lo tradujo del quiché al español, para lo cual tuvo que agotar la paciencia be· nedictina que le caracterizaba, e hizo publicar el libro en México, en el Fondo de Cultura Económica El mismo gran mayista Morley se encargó de traducirlo al inglés y de hacer por una edición en esa lengua. Hoyes considerada la versión de Recinos por todos los historiadores como la mejor y más digna de tomarse en cuenta, y en ella se basan las más recientes traduc– ciones de nuestro gran libro maya-quiché, como la ita– liana y la hecha en el Japón, que ha hecho el milagro de llevar hasta Oriente las primicias de nuestra gran civilización maya Si así se acostumbrara hacer con los libros más célebres de todas los razas y todos los idiomas!

Con Recinos perdió la patria a uno de sus mejores hijos y a uno de sus más conspicuos e ilustres ciuda· danos El acto de su sepelio constituyó una verdade– ra y merecida apoteosis tanto oficial como social Pe– ro nosotros seguimos pensando que hay tumbas que no deberían abrirse jamás, y nombres que deberíamos colocar entre las estrellas de nuestro cielo, tal como lo hicieron los moyas con sus heroicos cuatrocientos muchachos del Popal Vuh, caídos bajo el brazo todo– poderoso de la envidia y las pasiones que henchían al perverso Zipacná, fiel representante y gran señor de de esta baja ,tierra, que a pesar de los muchos millones de años que lleva encimo, no ha aprendido todavía a girar dignamente en derredor de nuestro esplendoroso

sel

LUTO

EN LAS LETRAS

CENTROAMERICANAS

CUATRO ESCRITORES

GUATEMALTECOS EXPRESAN

EL DUELO

RIGOBERTO BRAN AZMITIA

JOSE A. MIRANDA

MARIANO lOPEZ MAYORICAl ANTONIO DU TEll

El pasado viernes santo, a las doce horas en punto,

recibió cristiana sepultura quien en vida fuera el señor

licenciado Virgilio Rodríguez Beteta. Pocos, pero entra– ñables amigos y familiares, le acompañaron hasta la última morada, pues habiendo fallecido el jueves, cuan· do ya entraba la noche, y siendo que. los medios de

comunicación estaban suspensos -radio, prensa y tele–

visión~, no fué posible que tan infausta noticia la co– nocieran todas los sectores ciudadanos. Unicamente por teléfono, de un amigo a otro, fué dable dar tan dolo–

ro~a información.

Murió el licenciado Rodríguez Beteta de un s!ncope

cardíaco, pero en forma inesperada, pues si bien desde

hacía algunos días se encontraba sufriendo de ligeros quebrantos en su salud, el jueves santo, a eso de las tres y media de la tarde, le pidió a su esposa, doña

Carmencita, que le sacara para hacer su acostumbrado

paseo por el sur de la ciudad. As!, abordó el vehículo y se encaminaron por la carretera a El Salvador Don Virgilio conversaba con su esposa e hijita, Luz de Ma– ría Unicamente se le nofaba alguna dificultad al ha–

blar, pero se pensó que era el resultado de un reciente

resfriado. A la altura de San José Pinula, don Virgilio

pidió regresar, pues quería escuchar unas marchas al

paso de Jesús de Candelaria por el centro de la ciudad.

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