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INFANCIA Y JUVENTUD

En la ciudad de Granada, el tres de Noviembre de 1836 vio la luz de este mundo uno niña que había de 501 la gran bienhechora ele la ciudad de Granada,

modelo de maestras y educadoras, ejemplo de cuantos

militan en las filas de /el Acción Católíca Esta niña

fue bautizada en la Parroquia de Nuestra Seriara de

la Merced, de Granada, con el nombre de Elena Sus

padres¡ don Narciso Al ello no, y su madre, doña Luisa

Chamarro, son dos apellidos ilustres en la historia de

Nicaragua

Era don Narciso sujeto de energía exuberante,

de muy buena presencia, inteligente y activo, partici– pante en la político vehemente de las dos primeras

décodos tie Centloornéricu independiente

f'ue un caballelO mundano, pero creyente y ca–

I itativo, con todas los cualidades y defectos de los

conquistadores

l

de quienes procedía por línea recta

La esposu de don Narciso y madre de Elena, fue doña Luisa Chamorro, bello y angelical mujer que dirigía su

hogar con inteligencid, trataba a su marido con man–

sedumbre y el CI muy caritativa con los pobres, DoñCl ElenCl heredó ICls cualidades de sus padres

de Don Narciso, la inteligencia, la actividad y la ener–

gío De doña Luisa¡ la mansedumure y dulzUl a en

el troto socio! Fue educada dentro de su hogar con.

esmero Aprendió a leer y escribir, nociones de arit– méUca, algunos conocimientos literarios por bueno

lectura y mucha doctrina cristiana Todo enseñado

pOI su madi e y pur su abuela, que era una dama de

agudo entendimiento, doña pc¡z del Castillo, que en–

vejeció en sabiduría, dedicándose en sus postrimerías

de edad CI lo educación y dirección de sus nietas, des– tinadas a ser cabezas de familios granodinCls, bajo di–

versOS apellidos

Iba creciendo la niña en un ambiente de cariño

y piedad aunque no exento de pena y aflicción, por– que Stl padre no llenaba ni mucho menos el idaClI del cristiano Don NOI ciso pasaba grandes temporadas en la hacienda de Qulmichapa, en el deparlamento de C.honlalcs En una de esas temporadas llevó a su hija Elena, de 13 años de edad, para que le hiciese compañía Un día Don Narciso se sintió muy mClI,

sentía gl andes dolores en el vientre, se trataba, según

poréce, de un ataque de apendicitis Clgudo, y mandó

11011101 con toda Uf gencia al Párroco de Acoyopa, Don Pedro AlvClrodo, muy amígo suyo El enfermo sus– piraba por la IlegClda del PCldre Alvarado, porque el

peso de sus pecados le Opl imía el cOlazón, ante el

pensamiento de tener que presentarse ante el Sumo

Juez de vivos y mU€l tos, manchado de pecados A su hija, que le cuidaba, le prequntaba con Clnsiedad "Ho Ilegodo el Padre Alvarodo?" Solía la hija a la

puerto de la casa, ctisbndo el horizonte, y no viendo

C1 nadie entraba en el cuarto del enfermo y le decía

"Papá, esperemos un poco, que ya lIegará/l,

El Padre Alvarodo no fue remiso, tCln pronto co– mo le llegó el Clvíso ensilló el caballo y montClndo en él, a todo galope se dirigió hociCl lo hacienda d8 Qui– mlchapa El enfermo se sosegó algún tanto cuando

le anunciaron que un jinete se veía a lo lejos camino

de la hacienda En efecto, era el Podre Alvarada Al

entrar en el cuarto del enfermo, el Padre le dijo

/1

¿Qué le pasa, mi buen Narciso, para llamarme con tanta urgencia?"

-Don Ped! 0, me muero, siento que me muero Aquí' tiene un gran pecador, soy un gran pecador,

corno el Rey David, porque cometí el pecado de David

cantla Urias, pero como él estoy arrepentido y con– trito lv\e pongo en sus manos pora que me prepare

a prcsen(Olrne ante el tribunal de Dios, en cuya mise– r!ccld!o confío y confiaré siempre Elena oyó esta c.onversución y se rEtiró del oposento, dejando solos al

pece.tdcl c.on el ministro de! Señor Luego que termi– nó 5U confesión, Don t'Jarciso se quedó tranquilo y se–

reno [1 mal se fue agravando y oquel mismo día entraba en agonía La hija, a la cabeceta, le quitaba

el frío sudor que COII ía copioso de la frente del enfer– mo y el sacel dote le rezoba las oraciones de los ago– nizantes Cuando dejó de exhalar el último alíento, le cel,.ó los ojos y se retiró a IlorOl profundamente QuedClba sin padl e en la tierra, pero ]e quedaba en el

cielo Nuestro Padle Dios que siempre vela por nosotros

y especioJrncnte por los que penan y sufren La muel te de su padre en estas circunstancias, lejos de

\0 familia y en uno haciendo solitario, le impresionó profundunlente y le cousó profundo dolor a su corazón de hija, pero al misrno tiempo quedó consolada con

ICI espelClnza del perdón de Dios poro su padre Despues del entierro de su padre, regresó a Gra–

nada, a juntarse con su madre y hermanas, Luz y

Beatriz, pelü en su afma se había operado un gran

cambio La

rr11181 te de su padre en ICl hacienda Qui–

michopa con todas las circunstancias que la acompa– íícron, le hici.'3lon ver la vanidad de las cosas de este

I j lundo y que lmicomenfe consuela en aquella hora el bien que hayamos hecho en vida y, por el contrario,

el temor que causan los pecados en aquel terrible lan–

ce En estos Clños, de los 15 a los 20, tomó la firme

I esolución de entregarse por completo a Dios Nuestro

Señor para no vivir más que paro El, e hizo en privado

el voto de castidad y de pobrezo Ubre de las liga–

duras que mantienen el alma apegada a las cosas de

esle mundo, como son los cuidados de la hacienda y

familia, pudo dedicarse en cuerpo y alma a Jas cosas que afañen al servicio de Dios y ayuda a los necesita– dos Unicamente los que con es10 intención renun– cian al matrimonio son dignos de aJobaza y met ecen

el hOI1l oso título de vírgenes No pueden por lo tanto reivindicor pare¡ sí el honorífíco título de la virginidad

(ristiana los que se abstienen del matrimonio por puro egoísmo o, como advierte San Agustín, poro eludir las cargas que impone, o tal vez, para jactarse farisaica– mente d-9 la propio integridad corporal

La virginidad no es virtud cristiana, sino cuando

se guarda, "por amor al reino de los cielos", es decir,

cUClndo oblazamos este eslodo de vidCl para podel más

fácilmente entl egarnos el las cosas divinas, alcanzar con mayor segul idad lo eterna bienaventuranza y fi–

nalmente dedicarnos con más libertad a la obra de

conducir a otros al reino de los cielos

A medída qL¡e florecía en juventud, doña Elena

se ofil maba más y más en la convicción que debía re–

nunciar al mundo No había en aquel tíempo ningún convento de religiosos ni religiosas, porque un decreto

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