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« Previous Page Table of Contents Next Page »NUESTRA ECONOMIA RURAL CON CONTENIDO ESPIRITUAL
Si la relación entre colono y hacendado no hubiera tenido carácter moral y afectivo, no se podlÍa calificor mós que de explotación, como hoy se sue1e calificar
I no sin motivo, por ser lo que hoy generalmente parece ser. La colonia tendía a conseguir, en ese tipo de relaciones, Un equilibrio entre fidelidad y libertad. Todo tendía a establecer una compenetración de anlbas virtudes, lo que es la esencia misma de la idea cristiana de servicio. Es
posible ser fiel porque se es libre y se p~ede ser libre pOlque se es fiel Ese equilibrio no se realiza, desde lue·
go, más que en el corazón, y nunca puede únicamente de· pender de meras persuacianes racionales, ni mucho menos del dinero Como ya lo indicamos antes, nace espontá– neamente del amor.
Este mismo lenguaje, nos damos cuenta de ello, re– sulta hoy día, si no rjdículo, bastante extraño o casi in– comprensible Pero es tal vez el único en que podemos traducir los conceptos correspondientes
(1 las realidades que aquí tratamos de esclarecer Por no alejarnos, pues, de los más inmedicltC4s, digamos, cuando menos, que la auténtica relaci6n entre el colono y el hacendado nacía del amor a la hacienda Esta era para ambos un símbo~
lo de su vida, no sólo en el sentido puramente económico Dada la indole de la época no podemos dudar de que también lo fuera en el sentido poético al que Rubén alu~
ele cuando llama a la hacienda y a sus asociaciones ima– ginativas y emocionales, "la vida mía" El vinculo del cofono tendía a consistir en su etmor a la hacienda y al hacendado, y el del hacsndodo en su arnor a la hacienda
y al colono 1.0 hacienda venía a ser el nudo en que se ataba el lazo que los unía De esa manera la hacienda dejaba de aparecer como Ulla mera lealidad material, un simple obieto de explotación, para aspirar a convertirse en un centro de auténticas relaciones humanas, en una comunidad de vida y espíritu. Trascendía lo estrictamen– te económico, p(lro tomor un sentido religioso, ya incom– prensible pcua la secularizada mentalidad moderna, poro inseparable de la colonial. Toda unidad social de aquella época, lo mismo una casa de familia y un gremio artesa· no que el propio Estado, tendían a realizar dentro de sus límites y funciones particulares la concepción de la sociedad entonces predominante. Una hacienda colonial era más semeiante o, por lo menos se encontraba más pl6xima, en ese ospecto, a un monasterio benedictino que a un ingenio de azúcar moderno. Había efectiva– mente en It.'ts haciendas coloniales un cierto grado de videt religiosa en común, más o menos organizada, y en ella puede decirse que participaban por igual las familias de los colonos con la del dueño. La diferencia a este respecto con el presente sería de seguro un moti– vo de escándalo aún para los más revolucionados de los próceres Muchas haciendas nicaragüenses, todavía en el siglo pasado, tenían sus capillas u oratorios -al– gunas, capellanes- o, por lo menos, urnas con imágenes o pequeños altares, de los que se derivan probC1blemen– te los altarcillos con una vela o lamparilla casi siempre encendida que aún se ven en los ranchos campesinos
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.lOSE CORONEL URTECHO
Autor de "Reflexiones Sobre la
Hist-olÍa de Nic8t8gua
elel país. Según Morel de Santa Cruz, en algunas ha– ciendas se decía la misa los domingos para los habitan– tes de los contornos. La oración en común, hecha en la casa del hQcendado, tanto en el campo como en la ciudad, fue una costumbre colonial que s610 se ha per– dido en los últimos tiempos El canto o rezo de la Salve
ct la hora del Angelus, la bendición de la mesa y aun de las sementeras, las devociones del año litúrgico, como el vía-crucis en la cuaresma, purísimas y niños y novenarios do santos y difuntos, el rosario en familia, bautizos, con– firmaciones y casamientos, la enseñanza de la doctrina a los hijos de los colonos, parecen haber sido prácticas ordinarias aun en haciendas muy alejadas de las ciuda– des La mayoría de los conventos irrodiaban sobre el campo, y no sería demusiado difícil estudiar, por ejem– plo, la influencia frosciscnna en multitud de haciendas, lo mismo que en la religiosirtad campesina de Nicara– gua Pero también es posible discernir en Ic.es devocio– nes populares la influencia de las haciendas Estas te~
n¡cm casi todas nombres de santos y acostumbraban ce– lebror sus fiestas patronales, iguttl que las poblaciones
y los gremios y cofradías Más adelante señalaremos la im,uegnodón de lo rural en
klS fiestas urbanas nicara~
güenses. Aquí sólo se trata cle hacer ver lo que hasta
ci~rt{) punto podríamos llamar el carácter religioso de la
haciendc1 colonial
La gente reunida en el devoto ambiente que en las h(lciendtts se respiraba, no set io precisamente santa ni beatcl, pero tompoco carecía de sentimientos de mutua caridcld. Las costumbres que en la época de la conquis– ta 59 impregnaron de la brutalidad de la guerra, sa hu· manizaban por el ejorcicio de la piedad cristiana en las
tare(~s C1grícolos de la paz colonial Así surgía poco a poco en las relaciones sociales un espíritu distinto al de la época en otras partes, y más tlcorde, naturalmente, a las lluevas condiciones de la vida en el campo nicara~
güense El contacto entre hucendados y colonos se man– tenia, en términos generales dentro de las diferencias de clase subsistentes entonces, pero matizadas éstas por una nueva sensibilidad ya en cierto modo democrática y
con un estilo distinto dol que tales diferencias conserva– ban todavía en Europa Aunque en España nunca exis– tió una distancia tan grande entre nobleza y pueblo co– mo en las ofras naciones europeas, empezando por Francia, la razón principal de la disminución del orgullo de clase en Centro América, hay que atribuirla al hecho de que sus conquistadores y emigrantes españoles per– tenecían a la clase popular y carecían, por lo mismo, de tradición aristocrática Las condiciones de la vida co– lonial y la política de la corona impidieron también que se formara esa tradici6n. La sociedad y la vida de lo
colonia, tanto en 01 campo como en la ciudad, tuvieron así el carácter fundamentalmente popular que ya hemos señalado. Aunque suele decirse lo contrario, no llegó a haber, en realidad, nobleza centroamericana, ni una clase social que haya tenido la pretensi6n d~ creerse noble Especialmante en las provincias, no hubo más
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