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« Previous Page Table of Contents Next Page »que una especie de hidalguia o decencia social, adqui–
rida por algunas familias ejemplares o representativas
-precursoras, si se quiere, de la burguE!sfa contempo–
ránea- lo cual, según parece, no fue bastante para
crear diferencias sociales demasiado notorias o fomentar
manifestaciones excesivas de orgullo y vanidad por cues–
tiones de clase Las Manifestaciones de esa i"dole no
parecen haberse generalizado sino hasta la aparición de
condiciones que hicieron más fácil la adquisición del di–
nero o del poder o de ambas cosas a la vez. Durante la colonia, como aún se ve en las huellas que ésta ha dejado en la tradición nicaragüense, la familia del ha– cendado no solía guardar más distancia con las de sus colonos que la necesaria para sustentar y elemplarizar el sentimiento del honor o más sencillamente de la dig– nidad cristiana, sin el cual las costumbres tendían a caer
en la más rústica vulgaridad Sólo el respeto mutuo, desde las respectivas posiciones voluntariamente recono– cidas y guardadas, hacía soportable la familiaridad. Esta podía existir sin ocurrencias demasiado desagrada–
bles en las haciendas coloniales porque estaba fundada sobre una educación En el sentido verdadero da la
palabra, como se puede colegir de lo dicho, la hacienda
era una escuela Sin ella la moral popular de la colo– n¡!t, en vez de mejorar Como he,bía ocurrido, se habría deteriorado por completo. Pero tal vez ningún deber del hocend<:!do y su familia se cumplía mejor que el de enseñar el todos 105 vinculodos a la hacienda, la doctri– na esencial para la vida y salvaci6n del hombre, pues
lo demás, entonces, no se consideraba necesario Pare–
ce que en realidad se tomaban en serio las palabras da
Cristo de que todo lo clemás se daría por añadidura
Lo verdaderamente interesante es, desde luego, que
en cierto modo así ocurría. La gente de las htlciendas se moría de todo, menos de hambre En las ciudades
y pueblos de Nicaragua pasaba lo mismo Igualmente en las huertas y tierFClS comunales de los indios. De in– finidad de cosas se acusa, con razón o sin ella, a la co– lonia, menos de producir guerras civiles y sufrir ham– bre "Aquí nadie se muere de hambre" -suele decirse todavía en Nicaragua para expresar una tradición de vida fácil coda vez más difícil, aunque también para tratar de iustificar la más grosera ínsensibifidad frente a la miseria. En lo colonia, sin embargo, la única pro– vincia de Centro América donde la gente estuvo, al pa– recer, un poco hambrienta y más o monos en la mise.. rio, fue Costa Rica A Nicaragua, en cambio, se le en– vidiaba en las provincias vecinas por la fama de su ri .. queza, que era más bion exagerada Los hacendados nicaragüenses, en general, eran más pobres que ricos. Sus productos, cuando se veían en la necesidad de ven– .derlos, apen'Js se vendían a precios irrisorios en el mer– cado más cercano La mayoría eron ganaderos, con grandes hatos algunos de ellos, pero salvo los cueros y
la carne salada expuestos a las contingencias del ca .. mercio marítimo, sólo vendían sus animales a los arrie–
ros que los conducían a ciertas ferias provincitlles, como la ele Lagunilla en Guatemala, donde se daban condicio– nes cle lo más inseguras. A la falta de mercados fácil ..
melito accesibles, probablemente era debida, por lo me– nos en porte, la magnitud de aquellos hatos, algunos de los cuales, según se dic~, contaban con 25 000 Y hasta 45.000 cabeztls de ganado Los propietarios de planta– ciones de CClCUO o de obrajes de añil y de cultivo5 simi– lares -yo precursores de la agricultura comercial de
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ahora o simplemente do los cofetoleros, algodoneros y
demas promotores de monocultivos- dependían en ma–
yor grado de Jas eventualidades de Ja exportación, osi
como del comercio y los comerciantes. Estos últimos eran mucho menos estables, y estaban menos defendidos en aquel tiempo que en el actual Los hacendados vin– culados con el comercio exterior se encontraban, por ello, con variable fortuna, en condiciones aun más precarias que los otros hacendados. A menudo se veían en el caso de poralizar sus trabajos y hacer la misma vida ru– ral que sus compañeros menos emprendedores. Para los unos y los otros la riqueza real, la estable y sólida, era la hacienda misma La seguridad de la subsistencia la derivaban, si no exclusivamente, al menos de mane– ra principal y básica, del consumo de sus propios pro– ductos. Por la misma raz6n no podían reducirse a uno sólo, como es lo usual hoy día en las haciendas o te– rrenos explotados con fines puramente comerciales Mu– chas haciendas coloniales se dedicaban de preferencia a cultivos determinados, con el obieto de suplir las ne~
cesidades de la regi6n o la ciudad cercana, pero casi todas sembraban suficientes granos, por lo menos maíz
y frijoles, tenían comúnmente chagüites o platanares, siembros de yuca y toda clase de árboles frutales y cria– ban cerdos y gallinas, parC1 llenar en primer término las necesidades de lo misma hacienda
La falta de un comercio exterior bien regulado y,
en parte la insuficiencia del tráfico interior debida a un
cúmulo de circunstancia, mantenían ciertamente a los ha– cendados en la pobreza o por lo menos en posiciones económicas modestas pClrCl el criterio actual Eso es lo único en que reparan 105 historiadores de mentalidad ca· pitalista. No miran el roverso de la moneda en que pa– rece estor grabado el cuerno de la abundancia En tal sentido, sin embargo, es más exacta que en otros, la
observaci6n que hacían Jos próceres de ter independen– cia, Valle en particular, Cicerca de que Centro América vi– vía pohre en medio de lo riqueza Una riqueza relati– va, desde luego, sin el pleno desarrollo de sus posibili– dodes, pero de todos modos una riflueza. Por lo que se refiere a la alimentoción, generalmente una abunclancia Las haciendas coloniales de Nicaragua -como también fas huertas y las tierras comunales de los índios- lIe– nabcm ampliolnente las necesidades primordiales de los campesinos y abarataban hasta lo increíble, COIllO se ve– rá más adelante, los mercados urbanos Esto era, en parte, lo que hacía fácil la subsistencia para todas las clases sociales. Aun sobraba para alimentar, cuando las circunstancias lo permitran, un comercio exterior flo– reciente. Pero, aunque parezca paradójico, las mismas inseguridades de ese comercio impedían el oncarecimien– to de la vida. Nada más raro entonces que la oscasez de v¡veres, y cuando ésta se daba, en alguna m~dida, er~ debida a causas naturales, no en modo alguno al tipo ele especulaciones y operadones comerciales que sueJen producirla en lo actual economia capitalista. La pobreza bien alimentada de la colonia no se debía, pues, a su economía rural, ni a su organización social, como se cree generalmente, sino mós bien a causas externas
y que serlÍn señaladas en su oportunidad. Lo que aquí importa es entender cómo lo gente de la colonia supo encontrar, en situaciones arduas, una manerC1 no despre– ciable de vivir en la pobreza. De la colonia, efectiva– mente, puede aprenderse CÓmo vivir en la pohreza con decoro y tnmquilidad, sin depender por complGto de los
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