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base agrícola y la necesidad de convivencia religiosa y

social de los campesinos y hacendados. En la solicitud de permiso para fundar un lugar de vecinos, se ofrecía construir una capilla y pagar capellán que administrase en lo espiritual, porque en las inmediaciones "se encon– traban muchas haciendas, en las cuales vivían multitud de personas que carecían de pasto espiritual". Tam– bién con los ladinos más o menos Uvagos" que no ca– bían en otra parte y trabaiaban temporalmente a la ma– nera de los actuales peones -y eran ya, en cierto mo– do, jornaleros errantes- se formaron, según parece, in– numerables caseríos o aldeas en los terrenos mismos de algunas haciendas. La agricultura fue, pues, la madre de la mayoría de las poblaciones nicaragüenses y la nodriza de las ofras.

La ciudad de León, capital de la provincia, con se– minario tridentino y colegio de estudios superiores con– vertido después en Universidad, no obstante ser la resi– dencia de los gobernadores y los obispos, los principa– les clérigos y funcionarios y letrados, dados ya desde enfoces a las conversaciones intelectuales y con un gusto un poquillo engolado por las palabras y las ideas -se– gún Gage lo observara a principios del siglo XVII- te– nía, sin embargo, en su nueva localización, todas las trctzas de un quieto pueblo de hacendados Estos ha– dan en sus casonas semirrurales -con amenos jardines

y pajareras en sus patios, y pesebres con bestias y carros de labranza en sus traspatios- la misma vida bucólica que en sus haciendas Granada, por otra parte, la se– gunda ciudad de importancia en la provincia y la pri–

mera en el comercio, aunque su posición de puerto la–

custre con occeso al Atlántico por el río

l

San Juan la indinara primordialmente a las actividades mercantiles

-y por más que su espíritu comercial quedara como rasgo permanente en la psi!=ología de sus habitantes– tampoco se vio libre en ningún tiempo del estilo rural de la vida nicaragüense Era también, en realidad, un pueblo de hacendados Sus comerciantes, sobre todo al principio, lo eran generalmente de ocasión, hacenda– dos granadinos metidos en aventuras meracntHes o mer– caderes forasferos atraídos por el arribo de las flotas de España o Cartagena o Portobelo y la salida o la lle– gada de fragatillas que a veces navegaban entre Gra– nada yesos puertos, o de alguna eventual embarcación procedente de La Habana Esas naves entraban por el río a cambiar en la misma Granada mercaderías espa– ñolas o suramericanas por el cacao, el añil, la panela, los cueros, la carne salada, los quesos, las gallinas y los oh os productos exportables de las haciendas de Nicara– gua En 1563 quedó cerrada la navegación del río San Juan para embarcaciones de calado regular,a cau– sa, según parece, de un terremoto que levantó el nivel de los raudales Luego, con lo presencia de los piratas, los granadinos hasta pensaron cambiar el emplazamien– to de la ciudad, como lo hicieron los habitantes de la Nueva Jaen en la costa de Chontales. Para decirlo con una frase del doctor Carlos Cuadra Pasos, Granada le dio la espalda al mar. Su comercio, naturalmente, dejé de ser lo que era. Pero aún entonces, en sus tiempos mejores, mantuvo un aire de feria provinciana No se

hall sncado a luz hasta el presente, datos concretos que permitan estimar las operaciones comerciales de los gra– nadinos en la época de su mayor actividad -cuando uGranada era Granada", según hiperboliza el obispo Garda Peláez, "la opulenta y marítima ciudad de Gra-

nada"- pero la impresión que producen las escasas no– ticias de 105 pocos viajeros que, como Tomás Gage, vi– sitaron entonces la pequeña ciudad, es la de un modesto comercio ferial de productos agrícolas. Gage observó el movimiento de los recuas de mulas más numerosas, por lo visto, que en otras ciudades, y el paso por la ciudad de las partidas de ganado que se intensificaban natu– ralmente en tiempo de embarcaciones, contribuyendo al aspecto ferial de la plaza, pero que nunca faltaban del todo en aquellas ciudades de mercado rural No existi– ría, seguramente, una diferencia demasiado notoria en– tre Granada, cuando era un puerto más o menos activo con salida al Atlántico, y León cuando El Realejo refleja– ba las alternativas favorables del comercio en el Pacífico. Ni ambas ciudades principales eran distintas de las otras poblaciones nicaragüenses en lo esencial de su vida eco– námica La diferencia entre León y Granada más bien estaba entonces en el espíritu de la gente León era más eclesiástico y hacendado Sus caballeros no revelaban vocación especial por el comercio. Los granadinos, por lo menos, tenían fama de comerciantes, y algunos de ellos, tal vez 105 principales, en realidad lo eran o apro– vechaban las oportunidades para tratar de serlo. Pero el comercio de Granctda, más que un comercio en grande, nunca pasó de ser, según parece, una promesa o, mejor dicho, una ilusión de gran comercio lo distintivo de la colonia en Nicaragua, fue el predominio de lo rural, aun en la vida de las ciudades.

LA ECONOMIA TIANGUICA

En términos generales la economía de la colonia te– nía su centro principal, su más adivo núcleo cuotidiano, en el mercad¡) °

ti(tOgue y podría llamarse por ello eco– nomía tiánguica. Era una economía agrícola regional, principalmente sostenida por los indios propietarios de huertas y tierras comunt"lles de labranza, por 105 criollos propietarios de haciendas y por los artesanos orgcmizCl– dos en gremios

El tiangue plopiamente dicho, compuesto en su ma– yoría por las indias llegadas de las huertas vecinas

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la dudad, se reunía generalmente bajo los portales y

las tolderías de la plaza mayor, pero existían, como for– mando parte del sistema, otros lugares destinados al expendio de cosaS necesarias, como las pulperías y car– nicerías y los mismos talleres artesanales Las vendedo– ras ambulantes de toda clase de comestibles, también podrían considerarse como parte del tiangue El muni– cipio regulaba los detalles del tráfico, velando por la honestidad de las operaciones, y fijaba los precios con– sultando los intereses de productores y consumidores. El resultado era una vida abundante y barata, en la que " nadie, ni a los más pobres, faltaba lo necesario, y

en donde apenas se presentaban oportunidades a los intermediadios y acaparadores de enriquecerse a costa del pueblo Con la abundancia de Ganado en la pro– vincia y en casi toda Centro América, la carne buena y fresca se encontraba al alcance de las familias más des– validas. En Guatemala, donde la vida, por lo común, era más cara que en el resto del reino, su precio era tan ínfimo que lo difícil resultaba encontrar carniceros que se tomaran el trabajo de venderla Es 1576 vein– tincinco libras de carne valían un real En 1586 con un real se compraban treinta y seis libras. En 1605, cuarenta. En 1609 hubo que halagar a los abastecedo-23

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