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res de Guatemala ofreciéndoles un préstamo de 5 000 tostones por un año. En las haciendas de ganado de

Nicaragua, se destazaban reses para dar de comer a

las familias de los campistos y demás colonos, y para abastecer las casas de los ganaderos en la ciudad. Allí

se daba de regalo, como prueba de afecto, a los com– padres y demás amistades, pobres o acomodadas, carne

fresca o salada, según la distancia de la hacienda. Los

regalos de comestibles, quesos y frutas, viandas o pla–

tos especiales y de todo cuanto abundaba en las des–

pensas, eran costumbre diaria de las familias coloniales, atentas casi siempre a las necesidades o los gustos par–

ticulares de sus amigos y conocidos de cualquier posi– ción económica o social. No eran los ricos únicamente

quienes hacían regalos a los pobres, sino que todos, ricos y pobres, se regalaban entre sí. Las indias de re– greso del tiangue, llegaban con regalos de gallinas, hue.. vos, rosquillas, nnncites, alguna (osa de comer o a veces flores,

(t casa de personus generosas o amables para <on ellas. Los mestizos más pobres, cazadores, pesca.. dores, iornaleros y hasta mendigos, regalaban carne de monte, zarcetas, pescados, tortugas o páiaros y lIamati.. vas curiosidades por el estilo, para corresponder con al– go a lo que de otros recibían. Tales costumbres contri– buían a hacer más fácil y llevadera la vida un poco ele– mental pero sin escasez ni carestía, dentro de lo que suele llamarse ahora la pobreza de entonces. Lo que faltaba generalmente, como ya lo dijimos, nos era más que el dinero y lo que sólo con dinero se podía obtener pOlque lo tierra no lo producía. Lo que se daba gratis -que para muchos era todo- no desquiciaba, como pudiera creerse, la economía tiánguica, sino 01 contrario, era algo propio de su sistema. Fomentaba más bien su eficacia, porque el comercio regional que se efectuaba en la ciudod consistía en el trueque, es decir, en el cam– bio de víveres y productos, más que en el lucro dirigido

(;1 la acumulación de capital efectivo. Sólo así es conce– bible que ct una familia colonial de Rivas, la vida de una s~mana le saliera costando veinticinco centavos de

ahora. El dinero era entonces, en reaJidad, lo que paR

rece ser de suyo, un mero instrumento de trueque, sin valor en sí mismo, y que a menudo está de más en las operaciones más necesarias para la vida. Cualquier co~

so podia por eso hacer las veces de dinero: unas cuan.. tas almendr~s de cacao, un huevo, un pedazo de queso

HEI medio real de plata -escribe Antonio Batres Jaure

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guí- oro la moneda más pequeña y por una de ellas daban gran cantidad de obietos comunes para la vida,

de suerte que para clasificarlos mentalmente había cuartillos, la mitad de medio; ración, la mitad de cuarti~

!I0¡ y hasta hipegüe o adehala o napa" En otras po..

labras, la fracción mínima de la moneda resultaba toda– vítt demasiado alta y aún se podía dividir en fracciones imaginarias para adquirir varias cosas distintas más o menos indispensables. De modo que una vecina en una pulpería se conlpraba por medio lo necesario para la cena: una ración de chocoJate, ofra de azúcar, unas

rosquillas, una tortitlla y todavía otra ración de queso que le regalaban de hipegüe. Casi se puede decir que

le pagaban a uno por compren, como sería lo perfecto.

La verclad es que todos aquellos que componían el mer– cado -productoras, vendedores, compradores- reali~

zaban actividades sociales por las que no se debía eS

R parar un excésivo premio en perjuicio de los demás, ya que su miSMO ejercicio venía a ser un modo de vivir Por consiguiento, cuando faltaba la calderilla, que no ero in

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sólito, como se ha dicho, dada la incompetente econo

R mía general del imperio español, la economía tiánguica no se parali%:aba, sino seguja funcionando más o me

R nos como antes La pequeña moneda circulante era automáticamente reempla:z:ada por otros signos de true– que nunca del todo abandonados, como el cacao, del mismo modo que en las culturas aborígenes, donde a pesar de un activo intercambio de cosas, no existía el dinero aNo existía moneda acuñada -dice el indige– nista norteamericano John Collier refiriéndose a México

y por extensión a Jos indios de Nicaragua- ni ofra da– se de moneda corriente, pero a través de la institución del mercado se realizaba un intercambio local y éste se extendía a todo México y aun hasta Panamá". Aquel sistema indígena siguió siendo la base del tiangue co– lonial. Fue solamente por encima de éste que se insta~

el tambaleante andamiaje del comercio imperial, que no pudo servir para la construcción de un edificio sólido Los afectados más directamente por 105 problemas monetarios eran Jos comerciantes y los ricos hacendados o dueños de obraies que producían para la exportación y dependían de los comerciantes. El año 1773 se pre– sentó un problema de esos, que desde luego no era el primero, y entre los licos que protestaron, no sin razón, figura el nombre de don Juan Fermín de Aycinena, el conocido marqués comerciante Pero el tiangue seguía llenando las necesidades del pueblo independientemen~

te ¿el dinero. La economía tiánguica no era, efectiva– mente, una mera economía -algo que sólo se compren~

da en términos de dinero- ni era su obieto transformar

en mera economía toda la vida del país Se conserva–

ba, por el contrario, indistinguible de la vida, sujeta al ritmo de ésta y participando de su fluidez Estaba ente~

ramente al servicio del pueblo, contribuyendo a unificar sus diversos elementos raciales y culturales en un todo social orgánico bien enraizado en el suelo de Nicaragua y, por lo mismo, de inconfundible sello nicaragüense Ya sea ha indicado cómo, gracias al tiangue, confluían en las ciudades o villas importantes de las distintas re–

giones, Jos mencionados elementos Así se producía y

se intensificaba el mestizaje particular del pueblo nica~

ragüense en todos los órdenes de la existencia y en un nivel más alto y de mayor compleiidad que el de la ha~

cienda, aunque de ésta procedían las más continuas y

ricas vertientes de la mestización racial y cultural. Aun

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que de origen indígena, más que español, la economía tiánguica de la ciudad colonial era eminentemente mes– tiza y mestizcmte Lo mismo, por supuesto, debe decir–

se, de la vida que en torno al tiangue se desarrollaba y de la cual el tiangue mismo y su economía eran ape–

llas una especial concentración de actividades con me

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nos importancia que las fies~as colectivas y el culto reli~

gioso, aunque no del todo ajena a éstos. No había en~

tonces la taiante separación de actividades que la vida moderna ha acarreado, y todo el hombre estaba, puede decirse, en todo lo que hacía El mercado, la feria, la procesión, eran aspectos y grados distintos de una mis–

ma actividad La vida era siempre vida en todo cuanto se hiciera Hoy se suele decir que aquella gente vege~

tt!ba y no vivía, pero lo cierto es que hoy se vivo sola– mente en momentos rarísimos, que no están, además, al alcance de todos. Aún vegetar era entonces vivir, mientras ahora es nada más que vegetar. Así podía producirse una cultura popular válida para todos. Esta lo mismo se adquiría en las cocinas de los ranchos cam–

pesinos y en las naves de las iglesias que en fos pues

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