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zo -lo que nosotros llamamos desayuno--, al rededor de los 10 de la moñona La comida del mediodía, fuerte y abundante, rociada de buen vino, entre 2 y 3 de la tarde Una cena ligera, a eso de las 7 p m , paro poder resistir hastd la medianoche Y, entre 11

y 12 de la noche, la última comida del día, la príncipol

de todas, con abundancio de entremeses, pastas, car– nes, aves, pescados, legumbres, postres, vinos, quesos

y licores Han hecha época algunos de los banquetes servidos por los últimos reyes de Francia y sus Minis– tros En uno de ellos, el Cardenal de Ríchelieu, Minis– tro de Estado del rey Luis XIII, agasajó a sus invitados con más de CI EN platos diferentes y una enorme se–

lección de vinos, servidos a unos mil comensales, quie–

nes comíeron todos en vajilla de oro macizo Es de imaginar el costo de tales banquetes, igualados, sola– mente, por los ordenados por los más suntuosos Em– peradores Romanos

Así pues, Don Martín Moría Benard, si bien hom–

bre que carecía de grandes recursos económicos, troJo

no obstante a Nicaragua, algo del sibaritismo francés de la época Y al llegar a estas tierras encontró que el hábito de la buena mesa no sólo no iría en contra

de las costumbres imperantes en su nueva patria, sino

que vendría más bien a reforzarlas, por así, decirlo, y

en lo sucesivo, su mesa se vio surtida de todas aque~

lIas delicadezas que él, quizás, creyó para siempre perder al salir de Francia y que el tesón e iniciativa de los comerciantes granodinos lograba proporcionarle

Sin embargo, el paladar de Don Martín no estaba hecho para asimilar el fuerte condimento y sazón de

la cocina española, que encontrara entronizado en

Granada, mucho menos el de lo cocina criolla, y poco a poco fue mostrando preferencia por los manjares de sabor más refinado que le proporcionaba la cocina francesa Y fue osi cómo el gusto fuerte y acentua– do de los platos españoles, fue suplantado, en Jo casa de Benard, por el más delicado y sutil de los del menú francés Y el jamán dulzón y tierno de Francia, pasó

a ocupar, en su mesa, el lugar del más recio y ahuma~

do de 'Extlemadura, las blandas butifarras de Nor– mandla, desplazaron el punzante y astringente chorizo de Rioja, el pavo y la perdiz, reemplazaron al capón, el Cammembert y el Gruyere, dominaron sobre los más fuertes quesos castellanos, y los vinos dobles y aromá– ticos de Málaga y de Rioja fueron sustituidos por los Claret y Chateaux de la zona de Burdeos y por los deliciosos vinos del Rin, no faltando, desde luego, a su mesa, ni el exquísito Champagne, ni los ardientes Cognacs y licores digestivos, a los que son tan adictos los franceses. Don Martín guardó siempre la muy sana costumbre, heredada por sus primeros descen– díentes, de rociar sus comidas con buen víno. Para

ellos, el agua servía únicamente pora asearse, nunca

para digerir los alimentos Y, al igual que sus ante– pasados en la madre patria, ellos supieron síempre glo-

rificar aquello famosa sentencia francesa de que "uno

comida sin vino es como un día sin 501 11

,

Este buen gusto en el comer, esta abundancia en los menús, fue luego heredada por los descendientes de Don Martín, quienes tuvieron buen cuidado de per– manecer fieles a la tradición de la buena mesa Fueron todos los antiguos Benard, -los hijos y nietos de bon Martín María-, personas que pusieron siem– pre especial atención en la complacencia y deleite del paladar y para ellos constituía como una especie de ritual sagrado la elaboración del menú para un ban–

quete, un recepción, o incluso una comida íntima, el

que era discutido, aumentado, corregido y reemplaza– do varias veces, antes de su aprobación final. Y aún se mencionan en Granada las fiestas y banquetes con que algún miembro de la familia Benard solía obse– quiar a la sociedad Las recepciones de los Pellas, del Dr Juan José Martínez, de Don Adolfo, Don Martín Benard y de Doña María Benard de César, se recuer– dan, entre otras muchas, sobre todo, la excelencia del buffet, preparado, decorado y presentado, no por al–

gún cocinero internacional de renombrada fama, de

los que hoy pueblan nuestros clubs sociales, sino por la mano experta de las esposas e hijas de estos caba– lleros, quienes, a base de dedicación y práctica, sola–

mente, resultaron ser insignes cocineras y anfitrionas

La afición por la buena mesa y los placeres de la comida, no se ha extinguido aún entre los últimos descendientes Benard Pero, ciertamente, pueden és– tos clasificarse hoy en dos ramas diferentes aquellos que se mantienen fieles a la tradición francesa de un menú delicado, o elaborado con exquisita maestría, pero de sabores apacibles, platos más o menos sanos y de fácil digestión, y los que prefieren platos fuertes, con un cierto sabor definido, preparados a base de mucha especie y condimento, a veces muy pícantes y de dura digestión Estos últimos se inclinan más ha– cia la comida típica o nacional yola española, que a

la francesa, aunque sin menospreciar nunca esta últi– ma, sencillamente encuentro aquella más a tono con

su paladar nativo

En la primera rama pueden incluirse la mayoría de los descendientes de Don Martín, tanto hombres como mujeres, quienes se mantienen apegados a la tradición familiar de no herír el paladar con sustan– cias muy aromáticas o especies de sabor muy pronun– ciado Son todos ellos, damas y caballeros, personas de refinado trato social y así' de refinado son también su paladar y sus costumbres gastronómicas A pesar de tener buen apetito, no entienden mucho de com– plicaciones culinarias y para ellos no existe manjar más delicado que un buen jamón magro, sin mucho tocino, o un paté de foie gros truffé, o un pavo bien hornea– do, acompañado de algunas legumbres sanas, como petit pois o puré de papas Cuídan mucho del estó-

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