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El día 13 del mismo mes, un mercedario, Fray Benito Miguelena. -comprometidD dos años después

en la conspiración independientista del convento de

Belén en Guatemala- encabefoaba un movimiento similar en León de Nicaragua, con el objeto de de–

poner al Intendente don José Salvador y sustituir– lo por el obispo García Jerez, muy quelido de los leoneses. El Capitán General reconoció al nuevo Intendente de Nicaragua, cuya lealtad al rey era indudable, y desde entonces Busta,~'nte mantuvo las mejores relaciones con el obispo. Los alboro– tos de los indígenas de Masaya, ocurridos en diciem– bre, poco después de lo de León, se atribuyeron a

don José Gabriel O'Horan, a quien los indios de Mo– nilnbó seguían cieganlente. El llistol'iador nicara–

güense don Jcr~nimo PélCZ, afirma que O'Horan "era el ídolo del pueblo indígena, que lo pedía de Juez, ya que no podfa proclamarlo Rey". Don Jo– sé Gabriel pertenecía a una familia yucatcca de ori– gen irlandés, cuyo papel en la independencia y en la política posterior de Centro América -apenas in– vestigado-- parece de lo más interesante. Don To– más O'Horan, con Arce y Valle, integró el triunvi– rato que la Primera Asamblea Constituyente esta– bleció COmo Poder Ejecutivo Provisional. Se dice que los O'Uoran fueron acérrimos antiespañoIistas. Bustamante no creyó que los acontecimientos de

Masaya hubieran sido instigados por agente de Francia, como creía de los otros. Anteriormente, sin embargo¡ uno de los O'Horan habia figurado en una lista de masones enviada desde Guatemala al Consejo de Indias. ' De todos modos, don Josó Ga– briel fue 00D(1uCldo preso a Guatemala con más ri– gor que los anteriores cabecillas de sublevación. El rigor de Bustamante llegó a su extremo con el le– vantamiento de Granada en esos mismos días.

Este fue el gran suceso de aquella época, en opinión de Salazar. Dos factores extraños a la ten– dencia antiespañolista complicaron ese movimiento, dándole ciertas características originales. Por una parte, la antigua rivalidad entre las dos ciudades importantes de Nicaragua en la colonia, León y Gr– nada, y por otra, divisiones relativamente recientes entre los principales granadinos. Al novelista ni– caragüense ;José Román se debe la sugerencia de que la rivalidad de granadinos y leoneses es anterior

a la fundación de ambas ciudades, ya que la gente de Pedrarias, Jlegada a Nicaragua con Hernández de Córdoba estab'a dividida en dos grupos rivales, uno de los cuales fundó Granada y el otro León. Sea de esto 10 que fuere, no era, Indudablemente, cosa de ayer. Pero en el orden colonial, con la autoridad del rey por encima de toda disputa, la rivalidad de las dos ciudades nicaragüenses no lle– gó a manifestarse como guerra civil, sino que más bien constituía una emulación saludable para la formación del país en dos regiones vigorosas de dis– tinto carácter. Cuando la autoridad empezó a ser objeto de disputa durante la agitación del año 11,

la vieja rivalidad empezó a revelar síntomas de vi– rulencia.

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Era entonces Alcalde Primero de Granada don Roberto Sacasa, a quien, según Villacorta, "moles_ tó mucho aquel tumulto de León". Hizo reunir el cabildo para nlanifestar su desacuerdo y reservarse el reconocimiento de la Junta nombrada por los leo– neses. Don Roberto, hijo del peninsular don Fran~

cisco 8acasa y padre de don Crisanto -contra quien empezó la guerra civil de Nicaragua después de la independencia- era en aquella época el jefe de la principalísima familia granadina de los Sacacas, cu– ya importancia en la política posterior de su país sólo admite comllaración con la familiu Chamorro. En ese tiempo los Sacasas eran aún más importan– tes en Granada que los Chamorros. Estos últimos, con los Zavalas, Vigiles y otros criollos, componian el bando de la encrucijada -un primer balbuceo político de lo que significó después la calle atrave–

zada- que, en cierto modo, plesidían los Sacasas y que, aparentemente, mantenían relaciones cordia– les con las autoridades peninsulares. Tanto don Ro~

berta como su hijo don Crisanto ocupaban algunos cargos civiles o mUltares en la Adminisb ación co– lonial y eran, por otra parte, los pI incipales comer– ciantes del país. Don Roberto afirmaba, según don Jerónimo Pérez¡ que "ninguno en todo el reino te– nía propiedades raíces más valiosas que las suyas". Los Chamorros y demás personajes de la encruci–

jada figuraban más bien entre los llacendados co· merciantes que entre los dueños de almacenes -con excepciones, naturalmente, que los historiadores no han señalado, como tampoco han esclarecido la ver– dadera significación de aquellas divisiones- pero el grupo jugaba una política de moderación y de equilibrio que perseguía el beneficio de sus intere– ses económicos sin comprometerlos. Más o menos leales a Fernando VII e inclinados indudablemente al constitucionalismo, no veían, sin embargo, con malos ojos las probabilidades de la independencia, aunque tampoco estaban dispuestos a ponerse mal con las autoridades peninsulares. Don Jelónimo Pé– rez asegura que don Crisanto Sacasa era "republi– cano de corazón lJ

, pero esto hay que tomarlo con un grano de sal, como dicen los ingleses. Ni don Crisanto, ni su padre don Roberto eran ideólogos ro– mánticos, y miraban el asunto con gran sentido prác– tico. El Dlismo Pérez dice que lilas dos opinaban que la cuestión de la independencia debía resolverse en el Norte y en el Sur de la Amérioa". Antes de esto ha pintado el historiador, con su infalible can

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didcz, un retrato casi pelfecto del homble de mos– trador haciendo cálculos políticos. "Don Roberto -escribe Pérez- dotado de mucha previsión, desde que vio la exaltación de los republicanos, que los llevaría a la vía (le los hechos, calculó el resulta– do, y viendo en ello un sacrificio estéril, no quiso complometerse, e influía en su hijo para obrar de acuerdo". Padre e hijo obraron, en efecto, de acuerdo con sus cálculos.

Don Crisanto se negó a firmar un acta dc los levantiscos y don Roberto, pasada la revuelta, le regaló al gobierno español la casa que hoy ocupa el municipio de Granada. otros señores dc la en~

crucijada, parece que se dejaron arrastrar por las

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