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« Previous Page Table of Contents Next Page »pastones ~el momento y enseguida sufrierort la du– ra represión de Bustamante. Los Sacasas, que no perdieron c.l equilibrio, recibiclon el tratamiento que era de esperarse. El propio enviado de Busta– mante, un tal Carrascosa, a quien los historiadores presentan como un hombre feroz, guardó para con la familia 8ac3sa, según lo dice Pérez, las mayores consideraoiones, mientras se ensañaba contra la ma– yoría de las familias granadinas. "Esta excepción -agrega Pérez- produjo su efecto natural en el áni· mo de los patriotas: la hritación contra los Sacasas" Es curioso que esa expresión aparezca en cursiva en la edición de las Obras Históricas completas del Licenciado Jerónimo Pérez impresa en 1928, ya que la irritación contra los Sacasas ha sido en otras oca– siones factor no desdeñable en la política nicara– güense. En tiempos del primer don Roberto, los Sacasas estaban, como quien dice, a la cabeza del círculo más "conservador' de Granada. El único liberal medio revolucionario de la. familia era en– tonces don José 8acasa, hijo de don Crisanto y al que daban el nombre de El Pepe. Este era tan fo– goso COmO inteligente y se había distinguido como diputado en las COrtes de Cádíz: Había recibido su educación en Guatemala y en España y regresó de Cádiz desengañado del constitucionalismo monár· quico y partidario de la independencia y de la de– mocracia repubUcana. Pero El Pepe, con S11 carác~
ter y sus ideas, no se pudo entender con su rcspe– table familia granadina y se marchó a vivir al Sal– vador. El Pepe era un intelectual y los 8a9asas eran entonces comerciantes conservadores.
Los de la encrucijada tenían en su contra a un grupo de familias granadinas _Argüellos, Cerdas, Espinosas, Marencos, Vargas y otros- al que llama– ban los de arriba, por la parte de la ciudad donde vivían los más de ellos. Económica y socialmente, lo mismo que por sus cargos en la Administración o sus conexiones con los peninsulares del gobierno, los de la encrucijada ocupaban, al parecer, una po· sición más alta que los de al riba -en general ha· cendados mQ[lestos no comerciantes- pero está muy de acuerdo con el carácter granadino, llamar de arriba a los que tienen por de abajo. A los de aui– ba los movía, sobre todo, su hostilidad a los penin– sulares, en la cual envolvían a los de la encrucija– da Pocos años antes se había intentado una fea maniobra contra don Crisanto, instigada, según se creyó entonces, por algunos de sns enemigos. Con ocasión de un viaje a Carlagena y luego a la isla de San Andlés, se acusó al honorable caballero de haber introducido clandestinamente a su hacienda Tolistagua parte de un cargamento de mercaderías inglesas compradas en sus viajes. Los murmurado– res comentaban, entre otras pequeñeces, "que don Crisanto -como dice Pérez- había obsequiado un corte de gaza bordado de oro y un pañuelo de 10 mismo a la hija de don Carlos Morales, Administra– dor Ile Alcabalas de León". Las denuncias de con–
t~abandos, ~omo ya se ha dicho, eran frecuentes en ees tiempo contra los principales comerciantes, pero aparte del escándalo que este caso produjo en Gl a– nada, la familia Sac~sa salió completamente reivln·
dicada por las autoridades de Guatemala, no obs– tante la severidad con que se perseguia a los con– trabandistas del gran comercio. Aquello fue, de todos modos, una de las causas de la división entre los granadinos. Era un síntima de lucha económi– ca y social entre los mismos criollos de Granada. Tal era, lmes, la situación de la ciudad cuando se supo en ella la noticia de la sublevación de los leoneses contra las autoridades peninsulares. El 16 de diciembre, el Ayuntamiento, preshUdo por don Roberto Sacasa, renovó el juramento de fidelidad a Fernando VD. El 19 fue la negativa de adherirse al movimiento de León y de reconocer a la nneva Junta Plovisional. Pero otros miembros del Ayun– tamiento pertenecían al bando de los de arriba, y el 22 de diciembre, don Juan Argüello, secundado por el Regidor don Manuel Antonio de la Cerda, reunió al pueblo en un tumultuoso cabildo abierto que depnso a todos los empleados peninsulares obli– gándolos a refugiarse en Masaya. Durante cinco meses, Granada se gobernó en la práctica como una ciudad-estallo, sin rebelarse contra el rey o contra España, ni desconocer a las autoridades superiores del reino, pero encastillada en sí misma, obedecien– do sólo su propia ley, aislada en realidad de la provincia y apercibida para la defensa, como lo es– taría muchas otras veces, en peores condiciones, d.espués de la independencia. Tanto el peligro, co– mo el patriotismo local unieron en aquella ocasión, como en otras, a la mayoría de los granadinos. Cuando las autoridades depuestas reunieron en l\'Iasaya lfls tropas necesarias -gentes de armas traí~
das de Honduras y de Nueva Segovia- se presenta– ron ante la ciudad rebelde el 12 de abril de 1812, bajo el mando de un Sargento Mayor, Pedro Gu– tiérrez, que ha dejado una impresión de mesura y sensatez. Los granadinos resistieron y duró el fue– go todo ese día. Esa fue, según Gámez, fila prime– ra sangre centroamericana por nuestra emancipa– ción de España". En realidad no era tal la intención de la gente de Granada y aquella sangre fue más bien un adelanto de la que luego se derramaría periódicamente ---eom~nzando por la de don Cri– santo 8acasa y la de don Manuel Antonio de la Cer– da- por las discordias civiles de Nicaragua. Es veldad, sin embargo, que la sangre de aquellos gra– nadinos, segovianos y hondureños, ayudó a prepa– rar la independencia. Aún fue más decisiva en es– te sentido la conducta del Capitán General Busta– manteo El 25 de abril se rindió la. ciudad, firmán– dose una capitulación para la entrega de las arDlas a cambio de la amnistía general y completa. Pedro Gutiérrez la suscribió en nombre del rey y del Ca~
pitán General, reservándose únicamente la aproba– ción de Bustamante. Este anuló en seguilla lo pac– tado. Los granadinos fueron tratados con extremo rigor, que si no enteramente ilegal, era increíble– mente impolítico, sobre todo después de la benig– nidad del mismo Bustamante para con los rebeldes de San Salvador y León. El cambio de frente re– sultaba desconcertante y no hizo más que acrecen– tar la irritación antiespañolista en perjuicio de Es~
paña y del rey cautivo. Cuando el rigor de la jus-
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