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ticia sil've a u:tta causa vacilante y confusa, resulta más contraproducente que la lenidad. Los granadi– nos hicieron constar en la capitulación que no ha– bían 4linfringido los principios del gobierno que re– gían a la monraquía española". En substancia, es– to equivalía a lo consignado en el acta de los re– beldes leoneses sobre el objeto de su movimiento, que era "el defender la sagrada religión católica, reconocer la subordinación, obediencia y homenaje debidos al Rey Fernando VII y demás potestades". En Gl'anada se decía que el Obispo García Jerez ha– bía escrito a Bustamante: "si me desterrasen a un leonés, dejaría de ser Obispo y Gobel'nador de Ni– caragua". Más de ciento cincuenta granadinos fue– ron, sin embargo, condenados a las penas más gra– ves, entre eUas la de muerte para dieciséis cabeci– llas, empezando por Argüello y Celda. Aunque lue– go les conmutaron el castigo por el de prisión per– petua, no se borró la impresión de su condena a la pena capital. Los sufrimientos que padecieron ali– mentaron una terrible propaganda contra el régi– men español. Carrascosa, el hom'bl'e de mano de Bustamante, destinado a Gl'anada para seguir la investigación dUlante el proceso, adquirió fama de bárbaro por su comportamiento con los presos y

sus familias. Los condenados fueron conducidos por tierra hasta Guatemala, cadena al pie, de la cál'cel de un pueblo a la de otro, y su llegada a Guatemala, en gosto de 1813, fue un espectáculo entristecedor que aprovecharon los independientis– tas para influir en los ánimos. Varios reos murie– ron en las prisiones. Cerda y Argüello, trasladados a Cádiz, l'eCObralon la libertad con la amnistía con– cedida por el rey en 1817 y salieron de la cárcel en– teramente convencidos de la necesidad de la inde– pendencia.

Los Independientes más inteligentes, si acasO habian instigado las sublevaciones de las ciudades, pronto comprenderían que en realidad llevaban a la guerra civil. Concluídn la de Granada en abril de 1812, no volvieron en efeoto a producirse. Ya desde entonces probablemente comenzaría a madu– rar en las mentes más finas la política que condu– jo a la independencia pacífica. Pero todas las ac– ciones violentas inician una cadena de represiones y reacciones que no es posible detener. Los acon– tecimientos del año once y la severa represión de Bustamante produjeron las conspiraciones de fines del año trece y principios del catorce. Ninguna de ellas tuvo, al parecer, verdadera importancia, sal– vo la del convento de Belén, en Guatemala, descu– bierta en diciembre de 1813, dos años después de las sublevaciones contra las autoridades peninsula– res en las ciudades provincianas. Gámez opina que tampoco eSa tuvo los caracteres que le dio Bus– tamante, pero el guatemalteco Villacorta dice que los conspiradores del convento mercedario "tuvieron en mira el cambio de Gobierno y según se presen– tasen las circunstancias, proclamar la independen– cia de la Capitanía General, imitando con ello el no– ble gesto que en esos mismos meses hacía Morelos en la Nueva España". Aunque salir de Bustamante era el primer objetivo de los criollos, ya fuesen In-

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dependientes o constltuclonallstas, la conspiración de Belén no parece haber contado -COmo tampoco la de San Salvador y la de Granada en esos días_ con la aprobación de los más inteligentes y equili~

brados partidarios de la independencia. El autor

de las Memorias de Jalapa, don llianuel Montufar

y Coronado, miembro de la Tertulia Patriótica del canónigo Castilla, escribía perdido su crédito mez~

clándose en las juntas de Hetlem, con hombres sin luces, sin crédito y sin costumbres. . ."

A pcs,ar de las vacilaciones y medias vueltas a que sin duda le obligaban los vaivenes de la siiua~

ción política en España, Bustamante imponía cada vez más su poder, en cierto modo dictatorial. En lugar, por lo tanto, de provocar rebeliones o ali– mentar conspiraciones que justificaran los procede· res dictatoriales del Capitán General, independien– tista y constitucionalistas buscaban ahora una ma– nera de obtener del gobierno español la destitución de Bustamante. Esa fue, al parecer, la consigna de los dirigentes intelectuales y comerciantes hasta lograr el éxito. Cuatro años, sin embargo, duró aún el gobierno de Bustamante. Todavía se mo– vían las cosas con lentitud para el espectador de ahora, pero la agonía de la colonia fue rapidísima si se le mira desde la misma vida colonial en que el tiempo tenía otro sentido que para nosotros y dis– curría con otro ritmo. Este empezaba ya a acele~

rarse. En 1812 se juraba la Constitución. El mis– mo año se elegía popularmente un Ayuntamiento con representación de todas las tendencias. En

1813 llegaban los presos de Granada, se descubría la conspiración de Belén, se castiga'ba duramente a los comprometidos y supuestos comprometidos -sin apUcarles, sin embargo, la pena de muerte- to– maba posesión el nuevo Ayuntamiento, entraba en choque con Bustamante y, además, con el Arzobis– po. Nadie quedaba satisfecho de nada, ni contento oon nadie -ni con el cabildo, ni con el jefe del go– bierno, ni con la jerarquía eclesiástica. Era evi– dente que había comenzado la era de la política. Pero una mano experta siguió apuntando con el índice la dirección segura. Las quejas contra Bus– tamante se multiplicaban. Le acusaban, entre otras muchas cosas, de tener una red de espiohaje y de violar la correspondencia oficial y particular, lo mismo la de un Oidor de la Audiencia que la de casas comerciales tan respetables como las de Ayoi– nena y Beltranena, a las cuales, además acusaba por contrabandos. El Ayuntamiento señalaba a don José Cecilio del Valle -esperanza de los arte~

sanos y los españolistas- como agente de una in– triga con los ayuntamientos de provincia, encami– nada a pedir al gobierno superior Hla pelpetuidad en el mando del actual jefe". El ayuntamiento de Guatemala pedía, en cambio, oficialmente, que se desechase la propuesta de los cabildos, es decir, que se destituyese a Bustamante. Se le denunciaba, so· bre todo, por su "oposición al entable de la Cons– titución", según lo expresaba el acta municipal del 27 dc agosto dc 1813. El 22 de agosto de 1814 rc– gresaba Fernando VII a la península y el 4 de ma– yo repudiaba la Constitución, restableciendo el ab-

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