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solutismo. Esto salvó a Bustatnante que acababa de ser destituído por la Regencia. La contraprodu– cente política represiva de Fernando en España fue

secundada por Bustamante en Guatemaal con los mismos efectos. Sus opositores parecieron vencidos y aun aplastados. por algún tiempo, aunque siguie– ron intrigando hábilmente en la Corte donde no les

faltaban amigos influyentes. Muchos de los actos de represión del llamado tirano de Guatemala no eran sino gestos vacíos. Hizo restablecer el Ayun– tamiento de 1808, pero sólo simbólicamente, porque la mayoría de sus miembros habían muedo o se ha– llaban ausentes, PIdió que se quitaran de la sala capitular del cabildo los retratos de tres notables constitucionalistas. Mandó quemar en la plaza pú–

blica las Instrucciones nadas por el Ayuntamiento

en 1811 a su dIputado Larrazá'bal Nada de eso pu–

do salvarlo de las maniobras de sus opositores. "Corría el mes de diciembre de 1817 -escribe Sala– zar- cuando una mañana, como a las diez del día el pueblo vio que la Plaza y el Palacio estaban co– ronados de soldados y cañones, y las guardias do– bladas y sobre las armas; era que en completo de– sacuerdo con la Audiencia, Bustamante se oponía

a que se abriese un pliego de Su Majestad, que lo había destituído, ignominiosamente....". Pero contra la voluntad del rey nada valían desl)]iegues de ar– mas. La única forma en que Bustamante pudo ha–

ber conservado el poder por algún tiempo más, hu– biera sido proclamando la independencia. Pero él no era don Gabino Gaínza. Era sólo un soldado leal a su rey, un poco testarudo y voluntalÍoso. No parecía, desde luego, un "monstruo de despotismo", cnmo le llamaba un diputado de su tiempo. Posi– blemente Valle le aconsejaba moderación, pues a menudo se moderaba. "Hay que decir -dice Sala– zar- en descargo de Bustamante, que no aplicó tan rigurosas penas, y que yo sepa, jamás manchó sus manos con sangre de patriotas". El 28 de marzo de

1818, Bustamante entregaba el gobierno a don Car~

los de Urrutia.

A Urrutia lo presentan los historiadores como un abuelo medio pUlitano y bastante achacoso. Por sus proclamas y sus actos se ve que era un buen

viejo, sin restos ya de capacidad pal a manejal una

sntuación complicada. Llegaba con instrucciones de reparar los agravios de Bustamante y de seguir, según parece, una política conciliadora. Su plimer acto fue restablecel solemnemente, con asistencia de la nobleza criolla, el Ayuntamiento de 1810, que su antecesor había desmemblado "Aquel acto -di– ce el historiador ViUacOlta- pareció haber borla· do las difel'ellcias entre peninsulares y criollos, y durante los dos años subsiguientes reinó otra vez la paz en los confines de la Capitanía Genelal de Gua– temala, bajo la administrción semipatriarcal del se-

ñor Urrutia". Sln exagerar la almonía entre los unos y los otros, es indudable que se iniciaba por ambas partes una política civilista

J

como hoy deci–

mos, o como dice el historiador Salazar, una polí– tica Ude condescendencias". De parte del gobierno se volvía a mostrar simpatías por los partidarios ele

la monarquía constitucional y ninguna aversión al trato con personajes conocidos como amIgos (le la in– tlependencia; mientras de parte de estos últimos se traslucía el propósito de entenderse hábilmente con las autoridades para lograr la independencia en el momento oportuno. No se necesitaba mucha cla– rividencia para comprender -Como lo· comprendían llon Roberto y don Crisanto Sacasa en Nicaragua-– que la suerte de Centro América se decidiría en Mé– xico, o Sur América, pero los intelectuales y comel– ciantes independientistás de Guatemala parecí~.n

ahora empeñados en evitarse una guerra en su sue– lo y conseguir su propia imlependencia valiénclose de la intriga. Todo, pues, consistía en preparar ei terreno y esperar la ocasión.

El 5 de mayo de 1820 se supo en Guatemala, por noticias de La lIabana, que Fernando VII ha'bía jurado la ConstitucIón, a raíz del levantamiento (le Riego. La novedad produjo manifestaciones de ale~

gría entr~ los criollos de la capital y sus seguí(lo– res. El anciano Capitán General dio, sin embargo, muestras de fh'meza y previsióll, desplegamlo pre– parativos milita.res y haciendo reSlulnsables a los ayun.tamientos de la tranquilidad en las provincias Si los independielltistas ignoraban que el buen vie– jo fuera capaz de tales _arrestos, seguramente los tomaron en cuenta para planear su futura esb ate– gia. El 27 de juni() confirmó Urrutia el restableci–

miento del 1 égimen constitucional y el 9 de julio

se juró la Constitución en Guatemala. Lo intere– sante es que ahora el Gobierno de Madrid se va a

inclinar en cierto modo al lado de los criollos, no sólo constitucionalistas sino también independien– tistas, mieniras la mayoría del pueblo responsable de Guatemala, es decir, los obreros artesanos, apo~

yarán a los peninsulares y españolistas no partida– rios de la independencia. Ante tal dIsyuntiva el Presidente Urrutia jugará nna política de equili– brio difícil, apoyando al partido españolista y a la vez procurando no malquistarse con los antiespa– ñolistas Fue entonces que empezaron a funcionar los dos partidos del momento: los cacos, encabezados por el doctor Molina, pero dirigidos desde la Tertu– lia Patriótica que se ¡eunía en casa del canónigo Castilla, y los gasistas de Valle. Ya se explicó en su oportunidad qué clase de elementos integlaban esos partidos y a qué causas economisociales debían principalmente sus orígenes. Ahora empezaron a tomar posiciones para una lucha en cuyo fondo se agitaba la cuestión de la independencia.

LOS CLERIGOC; y LA INDEPENDENCIA

Los clérigos que figuraron en el Pi'oceso de la independencia, ya sea como con~itucionalista8 mo– nárguicos, ya como independientistas l'epublicanos, lo hicieron más COmo intelectuales que como cléri– gos. En buena parte, sin embargo, la extrao.l'dina~

ria influencia que algunos de ellos ejercIeron sobre los intelectuales laicos, debe atribuirse al prestigio colonial de la sotana. Es una lástima que los 1::is– toriadores sólo se hayan ocupado hasf"a abora de la actuación pública de los principales, COInO Delgado,

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