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« Previous Page Table of Contents Next Page »Larrazábal o Castilla, sin estudiar lo suficiente su formación intelectual, ni esclarecer los móviles de su conducta.
El caso del presbítero salvadoreño don l\-Iafías Delgado, no o'bstante la importancia del personaje en la política centroamericana de su tiempo, es de– masiado personal y complejo para representar ten– dencias generales. No está bien claro, por otra pal– te, si su independientismo es anterior o posterior a la insunección de San Salvador en 1811 contra las autoridaes peninsulares de la localidad y al grito de "Viva Fernando VII". Tampoco puede asegurar– se que sus pretensiones a la mitra salvadoreña y sus rebeldías pI'ácticamente cismáticas frente a Roma, revelcn que le movía desde el principio la ambición personal. El mito de la independencia, tal como fue elaborado lJor los próceres liberales y perfecciona~
do enseguida por los historiadores del mismo credo político, hizo del revoltoso clérigo una figura poco menos que incomprensible. Es todavía un misterio hasta dónde condujo los acontecimientos desde sus ideas o fue conducido bacia éstas por aquéllos. Más claramente representan las dos tendencias políticas en que se dividieron los clél'igos intelec~
tuales durante la gestación de la. independencia, La– rrazábal y Castilla. El presbítero don Antonio de Lanazábal, diputado por Guatemala en las Cortes de Cádiz, era el constitucionalista típico, Las ideas de su grupo están contenidas en unas "Ilustraciones para la Constitución Fundamental de la It70narquía Española y su Gobierno", que fueron redactadas en
1810 por don José Mal'Ía Peinado, regidor perpe– tuo y decano del Ayuntamiento guatemalteco y da– das por esta corporación a Lal'1'azábal. "No se ha– bían desligado aún -escribe Salazar resumiendo quellas ideas- de muchas preocupaciones sociales y religiosas, por más que en el fondo se conoce que eran discípulos de Rousseau y los enciclopedistas, Ellos querían que "la religión de Jesucristo el uci~
ficado, católica, apostólica, romana se conservase in~
violable en toda la monarquía como la única verda– dera, y no contentos con eso, deseaban se impetl'a~
se de la Santa Sede el que se declarala el misterio (1e la concepción sin pecado y que la nación se aco– giese bajo el patrocinio de la Virgen; sin perjuicio de que Guatemala siguiese reconociendo al Apóstol Santiago y a Santa Teresa como patronos especia~
les. . . . Por último -sigue diciendo el historiador guatemalteco- en lugar de las Cortes antiguas de– seaban que se Clease un Consejo Supremo Nacional, compuesto de indviiduos de todos los reinos de la monarquía española, tanto en Europa, como en Asia y América, eligiendo cada l'eino una persona que ocupase tan intel'esante puesto en caUdar1 de dipu– tado". Los derechos del ciudadano eran, desde lue– go, los proclamados por la Asamblea fl ancesa en
1789.
Por tan inocua mezcla del devocionario con una edición expul gada de la Enciclopedia y el Contrato Social, que ni siquiera llegaba a formular un cons– titucionalismo efectivo y que hoy parecería reaccio– naria a los conservadores centroamelicanos, el buen Larrazábal fue encarcelado en un convento cuando Fernando VII hizo su inútil tentativa de restablecer
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el absolutismo bOl'bónico. La éonfusión y la falta de rumbo político el'an mayores en la Corte que en Guatemala. Causa nacida muerta, el constituciona~
lismo de aquel momento hoy sólo puede interesal' al estudiante de la historia centroamericana en CUan~
do enseña la fascinación que las doctrinas liberales ejcl'cían sobre los intelectuales de tempelamellt~
conservador y la futilidad que revelaban, desde su origen, tanto el liberalismo conservador, como el consel'vatismo liberal. No es, lmes, extraño que mientras hombres inocentes e ingenuos como Peina– do o Larrazábal permanecían apegatlos al constitu– cionalislllo pleindependiente, don Mariano de Ayci– nena, comel'ciante sagaz, lo abandonara pal'a nego– ciar la independencia de España con las mismas au– toridades españolas, y el sabio Valle, el más Cons– ciente y a la vez el más realista ele los próoeles, no se compl'ometiel'a con nada de lo que no dependía de sí mismo. De lUodo que el cléligo Larrazábal, con toda su honestidad, no llega a ser un hombre interesante,
Sí lo era, en cambio, y más que todos sus co– legas, cléligos e intelectuales, el canónigo José Ma~
ría de Castilla, o simplemente Castilla, como se cuen– ta que le llamara Luis Felipe, años después de la in~
dependencia, cuando el prócer pasara por Francia y el Rey Burgués le invitara a comer. El bistol'ia– dor que lo diiJe, insinúa que ese tratamiento entra– ñaba un honor lUUY señalado, pOl'que, como se sabe, la realeza llevaba, como propio, el nombre de su país, a la man~ra de los reyes de Francia que se lla– maban simplemente Francia. Castilla era, en efec– to, de Castilla o más exactamente de Extremadura, natUlal de Placencia y de familia más o menos noble que se creía descendiente de don Pedl() el Cl'uel. Es realmente desesperante que los más eruditos his– toriadores de Centro América, den tan es-casos deta– lles sobre los antecedentes de este prócer español de la independencia cenb'oamericana, ya que los únicos que dan no pueden ser más significativos. Se dice, por ejemplo, como si nada, o a lo sumo como un dato curioso, que fue paje de Carlos IV. Si esto es verdad, quiere decir que pudo conocer de cerca, como los pajes más que nadie solía ha~
cello, las intimidades de aquella familia leal que Goya dejó para siempre definida en el famoso re~
trato de El Prado, Pudo haber cononido también al españolísimo pintor, amigo de liberales y afran~
cesados, y, por supuesto, a Godoy y sus relaciones con la reina María Luisa. Pero nadie ha tratado de investigar o siquiera intuir sus verdaderos sen~
timientos sobre aquella corte -por lo demás, no di– fíciles de adivinal- ni hasta dónde influirían en la formación de sus ideas independientistas. Valdría la pena averig1,1ar si sentiría por Fernando VII algo parecido a lo que Goya dejó estampado en uno de sus retratos de este rey, en el que lo pintó con ca– ra de camarero y, por añadidura le embadurnó de un oro escrementicio las chanateras y solapas de su casaca roja. Nada de esto se sabe de seguro. Lo cierto es que Castilla llegó a Guatemala ya forma~
do y maduro, apenas diez años antes de la indepen– dencia, en el mismo viaje que la familia de García Granados, que luego figuraron como comerciantes
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