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« Previous Page Table of Contents Next Page »Coronel Alvarado, Coronel Alvaradol Permitame U.
Paró de golpe la mula y me escuchó. Le dije que deseaba sus in– formes respecto al ataque del 9 sobre el cuarío de la Penitenciaría de la cual es Alvarado Comandante.
Llegue U. por allá. Se los daré con mucho gusto. Si señor. Le daré los fonfores que U. desea: no hay inconveniente:
Dice: - el martes 9 de znayo como a las diez de la znañana, zne atacaron en el cuaríel de la penitenciaría algunos grupos de hombres ar– mados en número cou,o de doscientos. Llevaban en los sombreros divisa roja y por los estragos de las balas y su detonación conjeturo que tenían fres clases de armaS de fuego: infurne, lebel y rerning±on. Yo me defen– dí con diez y nueve hoxnbres que pelearon con valor. Los saqué fuera del edificio y los desplegué en guerrillas. De modo que luchamos a campo raso. Tuve cuatro heridos de mi parle. De parte de los asal±antes hubo cinco muerfosl pero de los heridos no puedo precisar el número. La lu– cha duró una hora y después de haberse declarado en derrota los perse– guí como lrescientas varas. No fenía noticia ciería de que sería atacado: solo sospechas. Estas las fundaba en el hecho de que zne debilitaron el Guaríel quitándome el día anterior veinte plazas de orden de la Coman– dancia General y por los informes de algunos amigos. El primer jefe de los asaltantes era Manuel Arróliga y el segundo Onofre Silva. Hubo ofros corno Justo Rocha y Manuel Salís. Lo he sabido por confesión del mismo Arróliga. Cuando terminó el fuego, lenía ya a mis órdenes corno cuaren– ta hombres: los conservadores habían corrido a incorporarse, a ayudarme. Uno de ellos don Samuel Zelaya, cuyo valor recon02CO.
y no teniendo rnás que expresar el Comandante de la Penitencia– ría guardó silencio. Esas frases me las dijo el 26 de mayo en su oficina, un cuario cudrangular, sin cuadros, ni adornos, de ladrillo y rojo, como iodo el lúgubre y colosal edificio. Las centinelas hacían una guardia ac– fiva con rigurosa vigilancia.
UN TESTIGO DE MEXICO
XXVII
Permanecía en paz en su casa de habifación el General Demetrío Vergara cuando empezaron a circular en la ciudad algunos rumores que afeciahan su reputación de soldado. Esos rumores 10 asombraron prÍIne– rOl lo indignaron después. Claro! la injusficia indigna! Ya indignado se lanzó a la prensa y publicó sus descargos.
En ellos dice:
Ante todo, hay que dar breve idea del General. Algunas veces ven Uds. pasar por las calles de la Capital un caballo alío, hennoso, y sobre ese caballo a un jinele znenudo, con ojos saHones y vivos, sobrebotas, junquillo y sombrero de ala caída encima de las cejas. El jinete le dice él
U. con voz melosa: "Adios paisano!"
Ese es Vergara.
Como militar, valiente, corno 8lnigo, dicen que es bueno.
En Hempos de Zelaya, al cual sirvió mucho tiempo, Vergara estuvo a punto de llegar a diplomático. Iba a ser Cónsul de México. Casi seguro del noznbramiento, mandó fabricar el escudo y los muebles del consulado: ±axnbién un escaparate para libros. Yo le ofrecí dos obras, por si llegaba el caso, para orientarse en el oficio: Derecho Internacional" y "Derecho diplomático" .
Soplaron malos vientos de intriga y Vergara no fué Cónsul. Zelaya se negó a ponerle el exequátur a su noznbramíento. Me decía -dice Ver– gara- que desistiera yo de ser Cónsul y que iba a hacerzne rico. Vea, Vergara - U. con dinero será más que Cónsul, más que Cónsul. y no fir– znó - paisano - no firznó.
Vergara qued6 desahuciado, pero fambién herido, resenfido. Co– mo dicen: con la espina en el alma.
Algunos años después se marchó a Bluefields. Cuando el General Es±rada le dió fuego él las praderas polHicas para envolver a Zelaya, se– gún la frase de un poeta decadente, Vergara Se faj6 la cola de gallo (1)
(1) Caló militar: espada
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