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« Previous Page Table of Contents Next Page »Comenzarla por enseñarle el castellano; por hacerle conocer su lengua sobre las páginas seductoras de los maestros, con los giros, los matices, las formas, conside– rondo cada palabra como si se tratara de una flor o una planta. Nos inclinamos a creer que el niño está penetrado del sentido de su lenguo porque habla, o ha– ce como que la habla, y porque le hablamos en ella. Es verdad, le hablamos en ella pero no se la explica– mos. Yo me detendría en infinitas explicaciones¡ recor– daremos que no hay sinónimos cabales y que su com– paración llenaría varios cursos de programas oficiales.
Las conversaciones que escuchamos de ordinario im– presionan por su pobreza. Las gentes incultas disponen de un reducido número de términos para expresarse; y las otras no son más ricas en el lenguaje. Impregnarse del sentido de las palabras es dar al espiritu mayores medios de comunicación. Si los jóvenes adquirieran ese tesoro durante su bachillerato no los veríamos caer en esas repeticiones fastidiosas: iformidablel, exclaman pa– ra manifestar su aprobación a una obra, un trabajo o un hombre; Iformidable!, repiten para indicar que su ad– miración aumenta y termina diciendo ¡formidable!, para dar la máximo adhesi6n de su inteligencia al objeto que lu despierta
Yo avivaría en mi discípulo el amor al castellano exclusivamente, sin estudiar otras lenguas vivas o muer– tas, durante un año, durante muchos meses, ¡nclinados sobre las obras maestras para que en esa edad atolon– drada, cuando el adolescente salta de una cosa a otra; cuando estupefacto ante lo que descubre, aturdido por deseos vagos y ensoñaciones maravillosas, se estira físi– cumente mientras el espíritu quiera abarcarlo todo, en– cuentre una disciplina que lo guía y al mismo tiempo sa– tisfaga su necesidad de expresión. Con los recursos infinitos de la lengua, tendrá en sus manos los recursos de la civilizaci6n. Está en la edad bárbara y no se le debe dar más.
Ya un poco aquietado el espíritu, después de meses
y meses de tareas y de vacaciones- Icuánta virtud edu– cadoro filmen las vataciones!....., estaría con mi discípulo en el estudio de la cmtigüedad; pero no me aventuraría
01 conocimiento del latín y del griego sino en el caso de que el muchacho se hubiera estremecido con el cas– tellano. Decidido el paso al latín, le consagraría uno o dos años con la misma pasión que al castellano. No estudiaríamos sino latín, siempre en las obras maestras Algunos dir6n: semejante procedimiento embrutecería al muchatho; no hay variedad alguna; su alumno puede morir de aburrimiento. Pues bien, lo que el muchacho no resiste es el continuo cambio de materias: del caste– !Ian? a las matemáticas, de éstas a la física, luego (11
Ingles, después a la química, entonces a la historia y así en una dispersión agobiadora que le hace olvidar todo, que lo arranca de aquello que posiblemente le interesa
~ara fijarlo momenfóneamente en otra cosa. En ninguna epoca de su vida el hombre está obligado, como en el colegio, a semejante trashumancia de la atención.
Con el estudio del latín, uno o dos años, viene na– turalmente el conocimiento del mundo antiguo: historia, costumbres, geografía, inst¡tucic;mes; ¿en dónde encontrar mayor variedad cautivadora? ¿Cuando un muchacho va
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al extranjero, Inglaterra, por ejemplo, para aprender el inglés no se entrega por ventura ante todo al Inglés, no se impregna de las costumbres, de la historia de Ingla– terra, de su vida y su tradici6n, con la visita al Parla– mento yola City de Londres? Lo mismo diría de "los tres meses de Italia", de la jira por Francia. Pues bien, los estudios no son otra cosa que viajes por la historia, por las ciencias. Pues bien, los estudios no son otra cosa que viajes por la historia, por las ciencias. Mi dis– cípulo, entonces, sabría verdaderamente su castellano; sabría el latín, por que habría ido a la médula del idio– ma viajondo por la antigüedad. Y comprendéría, sabría todas esas cosas, estaría impregnado dé ellas hasta lo íntimo; se habría alimentado intelectualmente con ellas y satisfecho la curiosidad, el imperativo de su adoles-cencia. .
Yo no predico una reforma fundamentai en los sis– temas ni pretendo que toda la enseñanza se acomode a este modo mío de pensar. Pero, convencido comoesloy de que es grave error el de acumular materias, despe– da:rarlas, resolverlas, abogo porque se las estudie en forma sucesiva y no paralela y doy ese consejo a la mi– noría, a las gentes que estón en condiciones de dar a sus hijos o por vocación especial a otros niños, este mo– do personal de educación. Sobre la base humanista en pocos meses mi cdumno haría el estudio de ciencias físi– cas y matemáticas. Y he ahí al bachiller, al hombre libre ¡isto para ocupar el puesto que quiera en la vída. Por eso yo gozaría infinitamente con la fundación de un pequeño colegio en donde se daría una enseñan– za de acuerdo con lo que he expuesto; en donde no se pensara sino en hacer un hombre y formar un alma. En la paz del campo, de la ciudad recatada de pro– vincia, un maestro y diez muchachas. Comenzaría por no ser un colegio; sería una casa como todas. La pieza más grande sería la biblioteca alegre, muy lejos de la standarizado aula de bncos iguales, alineados y adus– tos; vista al jardín y al huerto, cuidado por los chiqui– llos, que encontrarían así una raigambre espiritual en la tierra. Y las grandes excursiones a la montaña, por
los ríos y las ployas. Me entusiasman esos colegios pa– rroquiales, esas escuelas pegadas a los conventos de donde han salido en Europa, en América, entre nosotros mismos, los más puros valores humemos, los grandes conductores, los sabios y los artistas.
Me pareca que eslas sociedades urbanas donde no se ven sino masas y mases, en donde todo se hace con dificultades, en donde todo baja al nivel común de la mayoría Ctunque mantenga cierta apariencia de pros– peridad, los jóvenes, los adolescentes no pueden encon–
~ror el amor de ICI belleza de la personalidad que encau-ce su vidCl. . .
En nuestra época nada parC{e definitivo; nada'~f',~e
con caracteres perdurables; no hay labor humana CÓ·J:' el sello de la morosidad contemplativa; el dominio de las fuerzas materiales, la renovación constante de los ele– mentos que sirven cJl hombre, lo llevan a pensar que en el orden morol tampoco hay algo estable, definitivo; y la misma posición se adopta en el arte y en las letras. En suma se VCl perdiendo el sentido humano de la cul– tura. Salvémoslo, eduquemos hombres, formemos al– mas iSiquiera una minoría, eso ya es bastante!
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