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DEL DR. ISIDRO URTECHO
JOSE DE LA CRUZ MENA
Sentado en un rincón de nueslro parque escuchaba hace pocas noches las conmovedoras. melo~ías de I~
obra más celebrada del genial artista nlcaraguense, JOSE
de la Cruz Mena.
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Había una inmensa concurrencia. No que aba a-siento desocupado. Multitud de personas elegante– menteafaviadas se paseaban por las lindas calleju~las.
Ahí el grave señor de la toga. Ahí el a~tuto comerClan– ie.ñ Ahí el lindo y travieso pollo. Ahl la bel~e:l!a y el donaire de nueslras aristocráticas damas. Ahl el ga~
bo y la sal de nuestra incomparable mengala. Los C.~l
quilloa afluían hacia el kiozco y miraban con expresl0n de asombro los instrumentos de la Band~ que, he~idos
por la luz, lanzaban deslumbrantes reflejos,. y anun~
dos por el aliento humano, poblaban el espacIo de deh·
,
.
ciosas armonlas.
Mi alma arrebatada por las ondas resonantes, lan– zóse al espacio en giros deleitosOS, orlll alrevidos como el vuelo del águila remontándose al empireo. ora sose– gados. o timidos. como vuelo de tierna avecilla que en– saya sus alas sin alejarae mucho del nido.
¡Oh música divina!. Tu poder es incontrastable. La más temible de las fieras _el hombre- se rinde a tu mágico embeleso. Oyéndote se sienten impulsos ge– nerosos y anhelos vehemenlísimos de regeneración. El hombre, mientras te escucha. piensa y siente como un ángel. ¡Oh, la más encantadora de las M~sas! T~ de– bías presidir todos los aeios de nuestra vida. BaJO tu dulce imperio se abolirían las cadenas y el cadalso. El amor, la caridad y la filantropia gobernarín el mundo.
Durante la ejecución. del famoso vals "Los amores de Abraham", el alma en su vuelo prodigioso llega hasta rozar con sus alas las puertas mismas del cielo. ¡Tan noble, tan polente. tan majestuosa es la rica inspiración que la domina! Ayes del alma lacerada. gri– los de águila herida, acentos de pasión. relámpagos y ti'uenos, picoteo de pájaros, travesuras del amor. redo– bles temerosos. tropel de las almas predllstinadas al sacrificio y a la muerte todo esto nos lo representa la fantasía. todo esto se ve. se oye y se siente mientras dura el hechizo de esta obra magistral. El pOemllJ en– lero parece como envuelto en cierta atmósfera de gran– dez'a que subyuga a las almas de percepción delicada. Se goza. se sufre: se sienten vivos indecibles anhelos: se siente una honda inquietud como de un presenti– miento de algo terrible que por momentos Se acerca... más luego se desvanece con gradaciones lentas, suaves que sociegan Ja mente con s dulce beleño.
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Ha cesado el vals: Ha cesado la influencia magnééti ca. Libre el alma. de aquelal poderosa sugestión. vuel– ve en sí y se entrega a la meditación y el análisis. Quién era José de la Cruz Mena?
Un hombre del pueblo. Sus padres. muy pobres. no pudieron darle una educación esmerada. Aprendió en sus primeros años lo que se enseña en nuestras escuelas públicas Andando el tiempo aprendió lo que enseñan la vida y el sufrimiento. ¡Y qué vida y qué sufrimien– tos los de Mena! Solo en el libro de Job podemos en– contrar cosas parecidas.
Una terrible enfermedad cuyo nombre sI¡! repite en la historia como un eco de los infiernos, infundiendo horror y pánico a Jos siglos que se suceden: una enfer· medad que separa por completo y para siempre al hom– bre de sus semejantes: más terible que lodos los ma– les, puesto que devora lentamente y vive la víctima en– tre aus garras. largos. larguísimos años; una enferme– dad que parece el engendro de una imaginación dantes– ca. Tal fUe el lote de Mena. Tan triste fue su deslino. Tan mísera su estrella.
Imaginad todos los sufrimientos: amontonad males sobre males, añadid a todo el horror y la maldición de los hombres, y habréis formado la corona de espinas que ciñó las sienes del inmortal arlistllJ en Su trágica peregrinación por esle mundo.
Tuvo por morada el estercolero. Por compañero el dolor. Por único amigo la soledad. Por único con– suelo, su grande, su rica inspiración.
Yo he visto alguna vez en medio del campo dOnde la ciudad arroja sus desechos, balancearse sobre su tallo delicado. una flor de encendidos colores y exquisito per– fume. En afrentoso aislamiento se alzaba allí, como la virtud. o el genio, en medio de Ja miseria social!, ex· halando el himno tierno. profundo y doloroso de su exis· tencia.
Así la rica y gentil inspiración de Mena. salvando las barreras formidables que le separaban de la so– ciedad. pobló los aires de su pa·tria de sentidas y con– soladoras armonías. lJos pueblos se pasaron un ins– tante para escuchar aquellos acentos celestiales que partían del muladar. Asombro y compasión primero: después entusiasmo delirante, adoración locura. En los parques. en los salones. en los campos. por todas partes. en alas de su genio vagaba el alma dolorida del artista abrazando de amor los corazónes.
Qué de juramentos al compás de su música anima'
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