This is a SEO version of RC_1968_01_N88. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »FISONOMIA
DE
UNA EPOCA
LEGADA
POR El GENERAL
ISIDRO URTECHO
IME,MORIAS DE GRANAD¡A
LA ~SCUELA DE ANTAÑO
Desde la cima de los setenta y ocho años que al_ canzo en la vida, 'evoco los gratos recuerdos de la ju_ ventud.
Nací en Granada, en el Palenque, eri casa de mi madre y me crié en la de mi abuela, calle hacia la Lo– quera, al lado de dOll primos míos, uno de ellos de mi propia edad: por conlliguiente soy un verdadero jaUe_ vano, con 101l gustos y tendencias popula~es, recorrien· do libre los solares de las casas diseminadas en los ba– rrios de Jalteva, tras de SUs jocotales, abundantes en. tonces, tras de los nancites en las sabllnetas de la Pól. vara, tras de los pájaros, en los campos o en los arro– yos. Había entonces sus creencias populares, cuentos de la zegua, éarrefa nagua, 'cadejo, duendes, un naza. reno sin cabe:¡;a, etc., ete.: pero a nada de esto le tenía yo miedo, verdad que el Imperio de esas fábulas se ejercía en los misterios de la media noche, con ex. cepción del narazeno que salía diario en el arroyo al sonido de las doce del día.
¡Ah! Lo que me causaba horror era la escuela, y
ya había entrado yo en la edad de ella. Todavía existe el local de aquel centro de instrucción, una casa gran–
de, de corredor, en la placita de JaUeva, hacia el Sur. El maestro era un hombre de baja estatura, bastante rubusto, tipo de indio puro. cara avinagrada. Se lla
16
maba Fermín Rocha, y jamás se le conoció una sonri· sa. Era principio general de todas las escuelas, el si. 9uiente: :LA LETRA CON SANGRE ENTRA, Y los maestros, convertidos e.n verdugos, al que mejor cum plía el credo escolástico. El salón de la escuela era espacioso, y las bancas distribuidas de manera que el maestro pudiera pasel,lrse entre ellas. inspeccionando el trabajo de ios niños; lo qu,e hacía sin cesar, llevan. do la disciplina a la cintura, sujeta a la faja del pan. talón, y en la mano la férula a manera de cetro: y al pasar a mi lado temblaba mi mano, y el palote por ha cerse en la escritura torcía de rumbo. Por allá, en un rincón, contra la pared del Norte, una banca aislada: era el potro del tormento y jamás faltó una víctima en 'ella. Un nUlo subía por frioleras al potro, io sujeta. ban cuatro compañel'Os, le desabrochaban el calzón pa. ra dejat al descubierfo la carne qUe debíll morder la coyunda. Los azotes no caían unos tras otros sin in. terrupción, sino pausadamente, precedidos de un ser. món, tras del cual descargaba el maestro tres o cuatro azotes de conciencia. se paseaba, y luego volvía a la víctima con otro sermón y otros latigazos.
La palmeta se empleaba en faltas menores: ¡y que bien sabía hacer aquel hombre las cosas!
Por entonces hubo un incidente en Jalteva. Exis– tía un sacerdote tenido en olor de santidad por los jaltevanos. Se llllmaba Fajardo. Un día corrió la
This is a SEO version of RC_1968_01_N88. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »