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« Previous Page Table of Contents Next Page »tambul, Los Angeles, Caracas, La Paz y los diáfanos, frescos y uliraviolados de las 1T\añanas qui±eñas, ahondarán fuerle1T\ente el deseo del furista por go– 2'arlos en su burgo nórdico, sobre su pampa arenosa y sofocante, o en su fiord de la fría e intennínable noche se1T\estral
Consireñido a este plano superior del paisaje, por poca que sea la curiosidad del viajero compara– rá, en cruzando nuevas latifudes, los aspecios dife– renies de la naiuraleza en lo vegetal y animal. Ad– mirará las orquídeas del trópico, el oro esférico de las naranjas Y la piel apoliedrada de las piñas. En el campo animal, la estridencia parlera del perico, uniformado siempre de acadéznico francés, la acro– bacia del 1T\OnO, Tarzán auténtido de la zona tórrida Elogiará, en el norle, los tulipanes de Holanda, los rubíes agridulces de las guindas, la faz, znatarife y roma, de los bull-dogs, la algarabía, ingenua y con– fiada, de los gorriones parisinos' Su pri1T\era acción comparativa enfocará detalles de iznporlancia bio– lógica, C01T\O ser el clima y sus principales conducio– res: el aire y el agua, Apreciará de inznediato los elementos znás típicos de la nutrición, en lo vegetal y animal Si ha de C01T\er en Francia el lenguado que ya dio fama al resiaurant Marguerite, compara– rá su sensación gustativa con las que le dieran nues– iro brupo de Salango, o el pejerrey de Chorillos o el congrio colorado de las aguas chilenas Si en Nue– va York le han servido la delicia perfumada y acuosa del melonci±o "canialoup", hará distinción inznedia– ta ,con el de Córdoba, de corleza verdusca y gi±ana, con el esferoidal que en Valparaíso llaman "escri:lu– rado", y con el tan adorante y 1T\eloso de Valencia, la venezolana
Observará también el irepidar de los puerlos, por donde los países industriales derraman los pro-
duetos de su energía creadora Se pasmará anie el torbellino aC,erado de Nueva York, o ante la charada neblinosa y vastísizna de Londres, y si el viajero estuvo poco antes en Quito, ciudad que según uno de sus vates ostenia todavía "su sayal y su guita– rra", añorará de seguidas el dolce farniente, la per– fección poetisada de la haraganería que, tanto en la mañana como por la tarde, acusa relieves humanos en los poyos de la Plaza de la Independencia, y en– tonces, filosofando un poco, se preguntará el 'viajero ¿quién es tnás feliz'? si el ciudadano neoyorkino que trafica a una velocidad de cien pasos por núnuto, o el fidalgo quiteño que en su plaza colonial escucha sentado, desde las ocho hasta las doce del día, el desfile, sin regreso, de las horas
Viajar es alejarse de su propio ambiente Via– jar es salir a hacer comparaciones Viajar es pegar al propio ser etiquetas policromas de los momentos dulces y amargos Viajar en cosa útil, muy útil, aunque no siempre agradable
Los compañeros de la niñez, los alegres cama– radas universitarios, la novia para la que hubimos soñado un znundo de dichas se tornan, a la distan– cia, casi borrosos, y ocurre entonces que sean pocos menos que extranjeros los que vuelven de los antí. podas, quienes ni siquiera cuentan con la fidelidad anciana del mastin de Ulises. Ese es el castigo que da la Patria a sus hijos andarines, a quienes sufrie– ron y gozaron con las lenguas extrañas, con los cli– Inas distintos, con la punzante saudade y con la dia– ria obsesión del Recuerdo, porque naturaleza no da más que una, una sola Patria, según exclamó Don Andrés Bello en moznentos en que aspiraba, en una taza de café, todo el perfume de su rica, de su varia, de su heroica iierra venezolana
EL VIAJERO Y SU PROPIO PAISAJE
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Me referí a la; pskología del viaje, al choque anínúco del trotamundos con la distancia, la sole– dad; al surgimiento de panoramas que invita a las comparaciones, de cuyo inventario final brota el provecho de los viajes
Si: el ausentismo tiene por norma la sed de co– nocimientos y de ilustración primordialmente geo– gráfica, jU2'gamos deber pa:lrióiico que el turista, antes de saltar longifudes y paralelos extraños, em– piece por conocer los suyos, los que trazan lineas de simpatía y convivencia. autóctona sobre la porción de fierra en que vio la luz
Es cosa ampliamente sabida que el indoameri– cano desdeñe su propio terruño, sea por el ancestro de pereza que sembró en AInérica el cruce de las ra– zas aborígenes con la castenana, de altivez tan se– dentaria, sea por la extensión tan enorme de estos países niños, sea por la creencia de que ellos en sí ofrecen poco a la curiosidad e interés del viajero. Lo escaso y difícil en las vías de comunicación, y
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cierta semejan2'a en la grandiosidad de los paisajes pudieron justificar esa fiebre gregaria de pedirle sólo a Europa contrastes nafurales, maravillas de progre– so y fuenies sustantivas de cultura universal Uno de los primeros criollos que se reveló os– tensiblemen±e contra semejante rutina indoamerica– na, fue Domingo Faustino Sarmiento, el forjador másculo de las tierras del Plata quien, en regresan– do descorazonado de Europa y znuy disgustado de Norle América, eznpezó a escribir y a recomendar la curiosidad y esiudio de iodo lo nuestro, 10 indoame– ricano, subrayado de exotismo por el aporle de Africa.
Las costuznbres provincianas, el coznplejo en– sangrentado de luchas civiles en las que actuó Sar– zniento con la ardentía de su carácter, los 1T\ajestuo– sos relieves cordilleranos, su vida en Chile de peón minero y de rebelde periodista de coznbBte, prestan a sus páginas criollas un encanto particular, una como invitación dinánúcB para encariñarnos con 10
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