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« Previous Page Table of Contents Next Page »norama de la ciudad y bien valía la pena repararlo, ~iempre que alguno de los incorregibles (1) fuese bas– fanfe audaz: para hacerlo. Pasamos por una rancheúa (2) o hacienda pequeña en que esta,ban preparando vainilla, la substancia que da al chocolate español el buen aroma que le es peculiar. Las vainas de esra planfa, que S011l más o menos del tamaño del dedo d9 un niño, después de ser expuestas al sol y frofadas con aceite las ponen, en romtos cubiertos con hojas de plátano. La planta se parece a la vid y lrepa hasta la copa de los árboles más altos; sus flores son blancas con mezcla de rojo y amarillo, y cuando éstas caen viene el fruto en forma de vainitas verdes, algo semejantes a los plátanos; luego se ponen amarillas y por último de color pardo. Se cosechan cuando están amarillas, antes de que empiecen a reventar; en se– guida las dejan en montoncitos para que fermenten: después las ponen al sol, aplastándolas con la mano y frotándolas de vez¡ en cuando con aceite de coco, de palmera o de otra clase. Como para la producción de la vainilla se requiere humedRd. calor y sombra, la Antigua se presta para su cultivo; pero la cantidad producida es muy insignificante; sin embargo. puede llegar a ser
Ul'L artículo de exportación lucrativo y no dudo de que así será tan pronto como el comercio del país se siente sobre una base sólida.
Hacia el mediodía regresamos a casa para comer, Me fuí a la cocina a ver los preparativos a: fin de observar la manera de guisar. Llo hacían todo en ornillas de carbón de leña; no había un fogón para los asados y una media docena de cazuelas de barro formaban toda la batterie de cuisine. (3) En el suelo estaba caído un pavo desmayado y otro lo miraba de pie con la mayor angustia. No recuerdo haber vis– to nunca a un animal mostrar tanto sentimiento como aquella ave desconsolada; su compañero, al cual habían propinado una dosis de aguardiente para pasmarlo. estaba destinado a morir en los paroxismos de la embriaguez. a fin de poderlo comer inmediatamente. Siempre había notado. tanto en aquel país como en México. que los pavos eran muy tiernos. Todos recordamos que Horacio receta Un poco de vinagre para ablandar la carne; pero el procedimiento de la borrachera mortal no es quizás tan generalmente co– nocido. En una gran pieza contigua a la cocina estaban algunas criadas escogiendo cochinilla y metiéndo– la en saquitos para enviarla al mercado. La cantidad era considerable y podía valer de 4.000 a: 5.000 pesos.
Por la tarde vino a verme una de aquellas damiselas para hacerme una consulta médica. Como lo he dicho ya en alguna parte. es inútil que un inglés manifieste su ignorancia o incapacidad en cuanto al arte de curar, porque el pueblo lo considera bien enterado de todo lo que a él se refiere. Consentí por lo tanto en recibir a la paciente. Era una joven robusta de unos diez y ocho años, regordeta y colorada; sus grandes ojos de un gris obscuro eran vivos y chispeantes y todo su aspecto revelaba una salud vigorosa. Cuando entró en mi cuarto acababa yo de descabezar un sueño en una de las dos camas que estaban en
él: la otra la había ocupado don José. mi compañero; pero se había ido después de terminada su siesta. Cuando un hombre sabe poco de un asunto. le resulta difícil juzgarlo aún estando bien despierto; y si está medio dormido. es casi imposible que se forme alguna opinión acertada. Luchando con estas dos di– ficultades me froté los ojos, y habiéndolos fijado en la enferma. me puse a pensar seriamente qué podría desear que yo le recetara.
Hay ciertos momentos y situaciones en que le es difícil al hombre más serio no ceder ante el sentimien– to del ridículo; su displicencia es :tomada por sorpresa. como penetra un rayo de lU:ll en una habitación obscura. y se pone bruscamente alegre a pesar de sí mismo. He dicho que me estaba devanando los sesos por adivinar lo que pudiera tener la muchacha. Su aspecto podía ser iodo menos el de una enferma. y
como yo estaba lejos de sel' exper:to en materia de flebotomía. me inquietaba la idea de que fuese pie. tórica y tuviese necesidad de una sangría. Me alegré de saber que no se trataba de'eso y que solamen. te tenía un dolor de muelas . Digo solamente. porque ya me he referido a un específico contra ese pe· nosísimo mal y lo apliqué con buen resultado en aquella ocasión. En obsequio de los que lo padecen. re– petiré con mayor amplitud la manera de aplicarlo. El paciente debe acostarse con la cabeza apoyada del lado que duele; el operador introduce un poco de a!cohul -ron es lo que se cree ser lo mejor- en el oído situado encima. basta el tanto de una cucharada de sopa y se deja adentro hasta que desa:parezca el dolor. lo que generalmente ocurre en el término de tres o cuatro minutos. La sensación que eJCperimenta el paciente no es de ningún modo angusiiosa; se parece al zumbido que produce la inmersión de la ca· beza en el agua'. pero aturde mucho más. La ún,ica vez que tuve que someterme a esta operación. no estoy enteramente seguro de no haber sentido un ligero aunque momentáneo desvanecimiento; pero sea como fuere. es lo cierto que no es peligroso y los que quieran hacer la prueba se aliviarán infaliblemente.
Por la mañana visité a don Gregario Salazar. el Jefe Político; y habiendo obtenido de él en esta el1tre– vista algunos informés para añadirlos al acopio de datos estadísticos que ya tenía sobre aquella parte de l~
República. resolví regresar a la metrópoli al siguiente día 'con don José. Tuvimos el placer de escoltar a doña. María que regresaba también a la Nueva Gua temala para reunirse con su madre.
(1) En francés en el texto, (2) En español en el texto.
(3) En francés en el texto.
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