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Yo quería bailar el siguiente vals con mi amable hospedadora y andaba en su busca cuando el señor

(l) del cual me acababa de separar vino a ofrecerme una pareja que resultó ser nada menos que la se– ñorita (2) con quien había bailado su rival. Era tanta la generosidad platónica del ofrecimiento que no pude rehusar y me comprometí para el próximo vals, no obstante que las muchachas enamoradas suelen ser muy estúpidas en sociedad para todo el mundo, excepto para sus novios. Mil cosas baladíes se pueden decir plWa divertir a una pareja que no esté dominada por un sentimiento tan imperioso: pero hacerse agradable cuando sí lo está resulta una tarea muy molesta y para llevarla a cabo se requiere mucha ha. bilidad. Afortunadamente para éste no era el caso. Mi p81'eja era una de las muchachas más bonitas que e'staban en el salón y además bailaba admirablemente. Era vivaracha y picotera: su delicáda situa~

cjón no parecía influir en ella: al parecer no sentía amor o estaba enteramente familiarizada con ese tier– no sentimiento: mas para decir la verdad no era ni una cosa ni otra.

-jAh- me dijo en respuesta a unas preguntas que le hice,- desde hace tres años estoy comprome. tida para casarme con don Juan, y mi hermano, con quien estaba usted hablando, no ha dejado de oponer– :sé a nuestra boda hasta esta noche!

He referido esta anécdota, porque no obstante sex de poca importancia puede servir pará' sincerar hasta cierto punto a las damas de aquellos países del oprobio que se ha hecho pesar sobre ellas tan sin rebozo.

N o cabe duda de que les gustan los galanteos y de que no se cuidan de ocultar su afición a ellos: pero en Guatemala, no menos que en cualquier otro país, hay muchas damas que son la excepción de la regla y

además amables y virtuosas, a pesar de todas las apariencias. ¿Cuál es la reputación que está a salvo de las apariencias engañosas y de las deducciones injustificadas? Un observador armado de prejuicios habría escrito una historia divertida a propósito de la muchacha guatemalteca enamorada.

Los concurrentes habían formado grupos, poniéndose a tocar las guitarras y a cantar. Estaban senta– dos ~n los escaños en torno de la sala mientras disponían de la cena. En ésta me iocó estar alIado de una viuda joven, hermana de don ..... , uno de los que antes habían formado el Poder Ejecutivo. Acababa de volverse a casar con un joven sin más recomendaciones que sus prendas personales y su reputación. La dama estimó que era ,suficiente, pero no así su- familia, la cual le volvió las espaldas, según pude saber. A pesar de esto era considerada como una señora de alta categoría y ocupaba un lug~ distinguido entre los convidados. Sin embargo. su situación doméstica parecía preocupada y me refirió los pequeños proyectos que su marido y ella estaban haciendo para aumentar sus rentas. El principal era el cultivo de la cochini– lla. Con un capital de unos 3,000 pesos habían sembrado ya 2,000 nopales que debían producir, después del primer año y siempre que la cosecha no fuese mala, una ganancia anual equivalente a la totalidad del dinero invertido. Le expresé el deseo sincero de que el negocio tuviese buen éxito y por informes poste– riores supe que sus cálculos no eran demasido optimistas. Enfrente de nosotros estaban un viejo español rico que podía tener unos sesenta y cinco años y acababa de casarse en terceras nupcias con una chica de diez y siete, que se divertía en el extremo de la mesa con los más jóvenes de los galanteadores. Durante la comida había estado trinchando con mucha diligencia y era divertido ver el orden, y la precisión con que hacía pasar los platos a los convidados. Igual actividad desplegó durante la cena. desempeñando su ofi– cio como un hombre de negocios. Me dijeron que tada su vida lo había sido: pero ya estaba retirado y, según parece, dedicaba ahora a la mesa los cuidados que antes le merecía el moslrador. Con todo, al po– bre viejo no le faltaban sinsabores. No había calculado, hasta después de su casamiento, que enlre la edad de su mujer y la suya habia una diferencia de medio siglo.

CAPITULO 20

INCIDENTES Q¡UE ME OCURRIERON EN LA ANTIGUA.

TEATRO. VOY AL

REGRESO A LA CAPITAL.

Como mi estada en la Antigua tocaba a su fin, se convino antes de retirarse la. concurrencia, en que dedicaríamos el siguiente día a visitar los más bellol! lugares de los alrededores de la ciudad. Así fue que a eso de las ocho de la mañana todos estaban listos para salir. Muchos iban montados en sillas de doble asiento. Había una mula aperada en esa for ma para doña Juanita y uno de sus criados. Se me insinuó que por cortesía yo debía proponerle llevarla en aquella mula. Hice la proposición y fUe aceptada, pero no tuvo efecto. El criado montó en mi caballq encontrándolo tan rebelde que tuvo que apearse, y yo lll-e vi obligado a renunciar a mi galante ofreci miento en su favor. Después de caminar una milla

y media por la ciudad y 10l! suburbios, penetramos en unos obscuros senderos tan sombreados por los folla– jes exuberantes que difícilmente podían caminar por ellos dos jinetes apareados. Una milla más allá, al mismo pie del volcán de Agua, llegamos a un gran ed ficio muy quebrantado por los terremotos, pero que permitía ver los restos de un palacioi porque efectivamente lo fue. Desde allí se abarcaba el hermoso pa-

(1) En español en el texto. (2) En español en el texto.

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