Page 101 - RC_1968_06_N93

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Salimos de la Antigua a las ocho de una de las mañanas más hermosas que he visto. Doña Mar'll iba en una silla de doble asiento al estilo del país, montada en una buena mula que guiaba un criado d 1

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confianza de su familia. El día no tardó en ponerse sumamente caluroso y después de haber Camin:d: unas dos leguas paramos para almorzar en una choza india. Separado de ésta había un cuartito cuadra. do y en n·uestra calidad de huéspedes nos acomodaron en -él con el almuerzo que lraíamos. Estaba muy bueno, gracias a la próvida hospitalidad de doña Juallita. nuestra ex hospedadora. Cuando hubimos ter– minado de tribufarle el merecido honor. don José se separó de nosotros para dormir la siesta a corta. dis– tancia de allí, debajo de una glorieta natural, en un extremo del jardín, porque nuestra conversación, po– día Ínolesta¡olo. Yo fuí demasiado galante para ponerme a dormir y doña María suficientemente fina para declinar el ofrecimiento que le hice de dejarla sola en la choza. De suerte que !::eguimos charlando muy amigablemente hasta la hora de partir. Me alegré mucho de saber que a pesar de no haber dormido había tomado un buen descanso porque era de una constitucióp. delicada y sensible y su criado le había improvisado un lecho con su manla (1) y airas objetos peculiares del equipo ecuestre del país. Mis aro .ttlas de agua (2) extendidas en el suelo me permitierOll reposarme acostado. Frente a la puerta de entra– da de aquel albergue rústico desprovisto de ventanas y a corta distancia de él había un naranjo con sus flores de color de perla y sus frutas doradas que brillaban al sol de mediodía: más allá estaba un seto de olivos cuyas hojas de plata se estremecían acariciádas por la brisa ligera. Visto por entre los follajes. el cielo parecía un reluciente manto azul, sin ma!lchas ni nubes, y la línea de los Andes lejanos, sua. vemente esfumada en su borde, parecía un fleco aireo salido de los mejores falleres de la Naturaleza. Pero es imposible describi'!: la hermosura y sosiego del paisaje, o los sentimientos que en mí despertó su contemplación. Recuerdo un,a cosa y es que parecía no haber más seres animados en la creación que mi compañera y yo.

Los que sólo están acostumbraos a viajar como l~ hacen las personas ricas y lujosas en Inglaterra, las cuales disfrutan de coches con muelles elípticos, cojines de crin con resortes metálicos, caballos de posta que llegan a la hora señalada y caminos macadamizados que las ponen a cubierto de un choque impremeditado contra una piedra o de un momento de retraso, difícilmente podrán apreciar el placer de una jornada en que a cada veinte yardas se presenta una nueva dificultad que vencer. Desde el lugar en que paramos el camino era de los de esa clase d1.tl:ante una legua: pero no la décima parte tan malo como algunos pedados de los que recorrí en mi viaje de México a Veracru%, y podía considerarse en el

leng~aje del pa,ís, como corÍ'iente, (3) o muy pasable,

Pagué dos reales -alrededor de un chelin~ por un sombrero lleno .de duraznos a unos indios que los llevaban al mercado y supe que me habían costado mucho más de lo que valían. Eran bonitos y gustosos, pero de ningún modo como los que Se cultivan en todos los jardines de Inglaterra. pareciéndose más a los albaricoques, así en el aspecto como en el gusto. Se ha exagerado muchísimo la deliciosa calidad de las que pudieran llamarse frutas europeas producidas en aquellos países. Al menos, a mí nunca me cupo en suerte comer alguna que fuese de un gusto igual al de las que en el viejo hemisferio aleaMan a la perfección por los efec.tos del cultivo.

Habiendo llegado a la capital hacia las dos, me fuí por la tarde a conocer la principal Escuela o Uni· versidad. El número de los estudiantes era bastante limitado, no pasando de 300: pero una gran parte de la juventud de la metrópoli, así como de las provincias, recibe una enseñanza padicular. En reali· dad cuesta trabajo ceer que el total de los lÚños que concurrían a las escuelas públicas no pasase de 672, de acuerdo con un dato oficial. Esta deficiencia había llamado la atención del Gobierno, que estaba bus· cando un Profesor del sistema lancasteriano y había mandado publicar una traducción del nuevo método para estudiar la lengua latina últimamente establecida en Francia. También había propuesto a la Uni· versidad la apertura de un curso de Historia, conforme al método de Strass, (4) y estudiado el plan de una nueva Escuela militar. habiendo establecido ya una Academia de matemáticas y una Escuela de bo· tánica: pero 10 que péltretía deber llamar más la atención de las naciones europeas. 10 mismo que de las otras, era el encargo que había dado a sus representantes en los países extranjeros de que tratasen de formar una expedición científica, compuesta. de astrónomos. geógrafos y naturalistas, "con el propósito -decía el Gobierno- de tener nociones más exactas del vasto continente de que nuestra República es la parte ctmtral".

Domingo, 26 de junio.-Durante el día de hoy, además de las funciones religiosas de costumbre, hu– bo mucho ajetreo y muchas visitas. Estando yo leyendo sentado por la tarde en mi cuario, el chino. mi criado, entró sin hacer ruido y deliberadamente se llevó todas las sillas, una a una, dejándome tan sólo la que yo ocupaba. Luego se plantó pacientemente d~trás de mí, hasta que fastidiado yo de su intrusión

(1) En español en el texto.

(3) En español en el texto.

(2) En español en el texto.

(4) Juan Federico Straus, escritor y pedagogo alemán natural de Grünbergg (1765-1845). N. del T.

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