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« Previous Page Table of Contents Next Page »me levanté de la silla, aprovechando él al instante la (~po:rtunidad para apoderarse de ella también. Me asomé a la ventana y vi dos indios cargados con los muebles que iban de prisa calle abajo. Yo estaba 1a11·
bien dispuesto e11 favor de aquel pobre hombre a causa de su ruda honradez, que rara vez intervenía en ninguna de las cosas que hacía, porque casi siempre xesultaban en mi provecho y comodidad: pero dudan– do de que así fuese en el caso de que se Írata, lo llamé para preguntarle qué se proponía hacer.
-El coliseo, señor, el coliseo-O) me contestó.
La familia tenía el propósiio de il: a,l teatro y él había hecho bien: porque como no hay asientos en los palcos, los concurrentes acostumbran llevar sus smas, Mi buena hospedadora habia pedido su coche y a eso de las cinco de la tarde partimos iodos junios en muy alegre compañía.
Teníamos un palco de proscenio. No habían levaniado el felón, pero ya esiaba llena más de la mitad de la sala. Unas dos docenas de velas alumbraban la orquesta y había ofras tantas en, los pilares que di– vidían los palcos y platea. La escasez del alumbrado 181 suplían algunos boquetes en el techo del edificio, por los cuales penetraba tan profusamente la luz del día qUe las vQlas resultaban un gasto su.perfluo. La pieza era algo relativo a l8J "Gloria de la Independencia" y abundaba en alusiones de las que un pú– blico inglés calificaría de "añaganas de aplausos". (2) Sin embargo, los actores eran iguales a los mejores que yo había visto trabajar en México, y el auditorio, en su conjunto, manifestaba al parecer tanta in· diferencia por las piezas representadas, como afecta sentirla el público mejor educ'ado en cualquier teatro europeo. Con las señoritas comí sucket, (3) como lo trae el diccionario de oJhnson, (4) y no me disgustó la función. Nos sirvieron también de vez en cuando copas de champaña, que creo provocaron la envidia de algunos caballeros de la platea que habían estado fumando sin cesar y por lo tanto debían de tener bas– tante sed.
Una decoración no mal dibujada representaba el templo del sol, y uno de los actores que describía la indestructible gloria del Anáhunc acababa de decir que su brillo no sería nunca obscurecido, cuando esta– lló un aguacero tremendo, acompañado de rayos y truenos. La lluvia caía a torrentes sobre el teatro destartalado, penetrando a cnoi'ros pOl: les boquetes del techo. A los oyentes no les afectaban las pala· bras; pero reconociendo que los hechos el:an cosas innegables, se juntaron al azar, formando grupos en la platea., o saliaron dentro de los palcos para librarse del aguacero. En ¡Guatemala goza de poca protección el teatro: probablemente no mayor de la que disfrutaba en Inglaterra antes del tiempo de Isabel.
Me alegré de dejar aquel espectáculo de desolación, y habiendo tomado el coche con mis compañe. ros, me llevaron a casa. Yo abrigaba la esperanza de gozar de una buena cena y de las indescriptibles etcé· teras de una estufa inglesa: esta esperan~a fUe defraudada en parie. Nos agua!l:daba una buena cena, mu– cho mejor que la que suelen tene¡;- en lrnglaterra los que frecuentan los teatros: pero las etcéteras brilla· ban :tristemente por su ausencia. El comedor (5) tenía dos puertas: una daba a un largo pasino que comu– nicaba con la cocina "l l~ otra <11 ¡mUo. Debí decir marcos de puertas, porque 110 las había. Los habitan– tes de aquel país suelen suirir bm!:o del calor, que nunca se precaven contra la posibilidad de un tiempo frío o borrascoso; antes bien lo celebran como un cambio agradable y parecen "til:iia:;: con deleite" siempre que 10 sienten. i'l'o teniendo yo ese temperamento, ordené a mi chino que colgase una cortina en el mar· co de ¡merta que daba al pa!:i.o, con muchos encogimientos de hombros "l escalofríos, de que no padici· paban mis compañeros. despaché mi cena; luego, cubriéndome con tres buenas mantas inglesas, no tardé en quedarme dormido, sin pi'eocuparme del iemplo del sol ni ponerme a reflexionar sobre la gloria del indestructible Anáhuae.
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E.~ 8IDAVllkWl1STBAeIO~ DE eOllmEOS. - ESTADO DE LOS CORREOS. - DIVERSIONES. - LA POLICJA. - lVIlI: OPINION SOBRE LA MUERTE LAlVIENTABLlE DE M. O'REILLEY.
Al siguiente día, 2'1 de junio, visité 8J Don Antonio Batres, Director General de Correos. Habitada uno de los mejores edificios de la ciudad, en el cual tenía tambi~n su oficina. Los aposentos eran hermo– sos y estaban bien amueblados, los pisos de mármol cubiertos aquí "l allá de esteras y alfombras. Un gran amigo, muy voluminoso y fosco, algunos escaños con cojines colocados contra las paredes y en forma de sofás, consii:tuían los principales muebles.
Ninguna de las dependencias del Gobierno estaba mejor manejada que el ramo de coneos, tomando en cuenta el estado de cosas. Las carias se llevaban con bastante regularidad, no sólo a todas paríes de
(1) En castellano en el texto.
(2) Clap-Traps.
(3) Melcochas.
(4) Samuel J ohnson, eminente escritor y lexicógl'a fo (1709-1784). N. del T.
(5) En español en el texto.
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