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la República, sino tambiér. a México. Los correos recorren por término medio de diez a veinte leguas diarias según las estaciones. que pueden dividirse en dos períodos: el verano o estación seca, que empie–

za hacia fines de noviembre y se prolonga hasta mllYO, y la estación lluviosa que dura los otros seis meses del año, más o menos. Durante el segundo período, a pesar de que los caminos se ponen casi intran– sitables, los correos logran hacer sus jornadas tomando caballos de refresco en las diferentes etapas; de suerte que puede calcularse que llegan, desde los puntos más lejanos, con una diferencia de tres o cuatro días.

J,.a mayor distancia que recorre el correo desde la capital, dentro de la República, es hasta Cariago, la ,capital de Costa Rica, o sean 397 ,leguas que equivalen a 990 millas; México está a 371 leguas y el puesto más cercano de la Mar del Sur a 31. Las distancias que haya éste y otros lugares se encontrarán más adelante. (1) El total de leguas, dividido por diez, dará un buen promedio del número de días que se emplean en los viajes desde la capital a los puntos mencionados. De suerte que la jornada hasta Carta– go, tal como la hace el correo, dura unos 39 días, y a México 37. Los viajeros harán bien en dividir lél! dis– tancia por cinco; porque 10 más probable es que necesiten doble número de días para hacer el viaje. Puede ser que valga la pena decir también que la distancia de la capital a San Juan de Nicarl\gua, (2) en cuya vecindad se proyecta abrir el canal por la Mar del Sur, es de 254 leguas, o sean 612 lnillas. Las co– municaciones entre el Gobierno y los Estados federélles se hacen por medio de los correos ordinados. En– tendí que éstos habían sido organizados y funcionaban todos antes de mi salida del país: pero no sé has– ta dónde pueden haberlos afectado los disturbios civiles que por desgracia han prevalecido después. Cuando se restablezca la paz, los medios de correspondencia dichos bastarán para la rutina general de los in~ereses nacionales o particulares en lo que atañe a la simple comunicación,- pero habrá que vencer muchas düicu1:tades e introducir muchas mejoras antes de poder establecer, entre los puntos lejanos de la República, relaciones comerciales en gran escala y de modo general. El tráfico que actualmente existe entre los respectivos Estados no cuenta con ninguna de las facilidades necesarias para un comercio flo– reciente, o siquiera para el intercambio de productos que por sus necesidades recíprocas debieran es– tablecer. Cierto es que tratándose de ciertos ~tículo~ europeos, como la cuchillería y los paños, el espíri– iu aventurero ha inducido a los comerciantes de la capital a enviar a las provincias, en épocas fijas, sur– lidos de los adículos que les han quedado sin vender y que los tenderos de provincias se arrebatan.

Jueves, 28.-Por ser hoy día de fiesta fuimos otra vez al teatro. Durante la función no ocurrió nada que merezca mencionarse. En la pieza había muchas alusiones políticas que respiraban ideas exal– tadas de libertad e independencia. Como de costumbre, llovió con periódica exactitud; pero no tan fuer– te como la vez anterior. A una media milla de la ciudad hay una pláza de toros. (3) Estaba cerrada, porque las corridas siempre son por la tarde: y como era la estación lluviosa estaban suspendidas, co– mo sucede en México, hasta la vuelta del tiempo seco. Los palcos están. cubiertos con un techo ligero de madera suficiente para librarse del soL pero muy penetrable a la lluvia; y como las graderías inferio– res están enteramente expuestas a las dos cosas, es muy conveniente aplazar el espectáculo para una estación más propicia. De suerte que no hubo corridas durante mi estada en la capital. Los toros y el teatro son las únicas diversiones públicas que ofrece la ciudad: pero la deficiencia la suplen; los paseos campestres o jiras a la moda gitana que ya he descrito. De vez en cuando hay también pequeñas tertulias

(2) amenizadas con baile y música, pero rara vez¡ con un dispendioso ambigú. El goce de la vida parecía consistir más bien en la indolencia que en el esfuer zo, en la comodidad que en la pompa. Esto no quie– re decir que no haya, hasta en aquel pueblo primitivo, algunas de esas afectaciones de preeminencia, de esas envidias exacerbadas, de esos pavoneos de la vanidad que penetran forzosamente en todas las so– ciedades, marchitando las más hermosas flores de la vida: pero la Naturaleza no hace diferencias: lo mis– mo ataca el tizón a la regla azucena que a la vellorita. y la pasión roe de igual modo el pecho de la al·

deana y el de la princesa.

En la ciudad no había más vino bebible: un poco de champaña que vendían algunos mercaderes franceses estab.lecidos en ella con un cargamento de mercaderías compuesto de esa bebida, jarrones de porcelana muy espléndidos y juegos de té, eccritorios, cajas de tocador para señoras y otras chucherías, amén de encurtidos, salsas, mostaza preparada y otras golosinas. Mi criado había ido a comprar, entre otros de estos últimos artículos, dos docenas de botellas de champaña: las vendían al precio de diez y ocho pesos la docena, o sean seienta chelines, y él las pagó, contratando a un hombre en la plaza para que ira– jera toda la compra a la casa: pero infortunadamente lo perdió de vista en medio de la gente que era mucha por ser día de mercado. Después de hacer nUmerosas diligencias para enconirar al individuo tu– vimos que resignarnos a perder el champaña.

(1) Véase el Bosquejo Histórico y Estadístico bajo el título Comunicaciones interiores y exteriores. N.

del T.

(2) En castellano en el texto. (3) En castellano en el texto.

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