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« Previous Page Table of Contents Next Page »escritos en el cual ensalza "el sacrificio de sí mismo en aras del bien público"; insistiendo en que por lo tanto debía aceptar el nombramiento. Se quedó en su patria y los futuros historiadores tendrán que dis– cernir hasta ~ónde le fue útil a ésta por hab~rlo hecho así. Yo lo creo sinceramente consagrado a los intereses de su país, conforme a ese principio del sacrificio de sí mismo que le ha servido de norma. y sólo me toca expresar la esperanza de que por el bien público no rehuse en lo venidero ninguno de los cargos que le puedan ofrecer, así sea el solio presidencial.
CAPITULO 23
PREPARATIVOS DE VIAJE.-ME HAGO DE UN COMPAÑERO O ATTACHE.
SALGO DE LA CAPITAL.
El Jefe Político de la Nueva Guatemala Don Gregorio Salazar me devolvió hoy (l) la visita que le hice en la Antigua. Como yo habia resuelto salir para la costa el martes. empleé el lunes en mis preparativos de viaj~. En medio de esta tarea se me ocurrió que nunca había pensado en que estaba para emprender un viaje 'arduo y tal vez difícil sin lelva\!: un solo asisten te; y considerando la naturaleza de mi empleo, empe• .zó a preocuparme seriamente la idea de buscar alguna persona respetable para que me acompañase y pu– diese hacerse cargo de mis papeles en el caso de que me ocurriese algún accidente imprevisto o de que me muriera.
Durante los últimos quince días había estado viviendo con la familia un joven de unos diez y nueve años de edad llamado Don Eugenio. Era el menor de los hijos de doña Vicenta, mi muy bondadosa y hos. pitalaria amiga, el cual acababa de regresar de San BIas a donde había ido. por encargO de su madre y en asuntos comerciales a VeT a su hermano mayor, Director de la Aduana de aquel puerto mexicano, el cual vino también a Guatemala con Eugenio. Habiendo averiguado yo que a este joven lo iban a dedicar al comercio, se me ocurrió que llevándomelo a Inglaterra podría hacerle un favor y beneficiarme yo tamo bién co~ su compañía en el viaje, porque babía pasado ya dos veces por el puerto de babal y era en todos sentidos un joven inteligente y activo.
, La proposición que hice de llevármelo fue recibida con mucha gratitud por su madre y la demás fa– milia, que se había aumentado recientemente con la llegada de doíía Gertrudis, la Penélope de Sonsonate: porque no obstante que sus dos hermanos habían r6gresado, su marido estaba todavía en el puerto de San BIas. Aceptado mi ofrecimiento, tuve que demorar un día más mi salida para que pudiese alistar las co– sas necesarias para el viaje del joven, lo que fue fácil, porque en todas las casas de alguna respetabilidad hay costureras casi constantemente. las cuales suelen estar arrodajadas en, el piso de los corredores inte– riores. Desde hacía varios días, tres o cuatro más que las de costumbre fueron contratadas para que me hiciesen muestras de algunos de los máS curiosos bordados y trabajos de ornamentación peculiares del país. Entre estos últimos había pajaritos, monos y otros animales lindamente imitados en seda con mucha na– turalidad. Para alistar la ropa que necesitaba mi compañero se llamaron unas seis costureras más y el grupo que formaban todas ellas tenía un aspecto muy curioso y original. Además, todas las criadas y oiras muchas qeu se habían traido para~ ayudarles trabajaban en los preparativos del vi~je: unas haciendo gran– des cantidades de pastillas de chocolate, otras dulces (2) o fiambres. tales como pollos, lenguas y jamones que pusieron en dos grandes cestas, rellanando los mtersncios con bollos de pan fresco de que hicieron una gran hornada. En el patio interior los criados estaban atareados alistando las sillas y los arreos de las mulas, que formaban un gran montón y pareeian suficiente carga para los pobres animales, sin la adi– ción de los pesados bultos que estaban condenados a llevar también. Al contar mis paquetes, dispuestos en cargas, resultó que se necesitaban por lo menos seis mulas más para transportarlos.
Al salir de México me había desembarazado de todo lo que no me era absolutamente necesario. To– das mis ropas usadas las había distribuido entre mis criados o regalado a amigos mexicanos, mereciéndo· les a éstos mucho aprecio por su hechura y calidad y tal vez más por ser ambas cosas genuinamente in· glesas.. Lo único de que realmente sentía la pérdida era un galápago inglés, el último que me quedaba
y que obsequié por la tarde del día de mi salida a mi estimado amigo don Domingo Saviñón. el cual como puede recordarse. me acompañó en mi primera jornada desde San Cosme. Algunos meses antes me había hecho aceptarle un caballo muy hermoso, tan sólo por haberlo yo admirado en un paseo que hicimos jun– tos; y creo que de buena gana me habría dejado escoger otro de sus mejores caballos a cambio del recuero do insignificante que le dejé. Me alegro de que le gustase tanto mi regalito: pero estoy seguro de que se– rá la última vez que me despoje así de algo tan necesario al emprender una jornada de mil millas acaba·
110. He dicho ya que no había conservado nada superfluo, viajando con lo menos posible. Mi tren se como ponía de tres mulas para el transporte de mi cama y las de mis asistentes: cuatro para las provisiones, una cocina portátil y sus utensilios; tres que montaban los asistentes y seis para el equipaje; en total diez y seis. Cuatro eran realmente suficientes para mis bagages: pero quise lelvar dos más para el caso
(1) El domingo 10 de julio. N. del T. (2) En español en el texto.
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