Page 108 - RC_1968_06_N93

This is a SEO version of RC_1968_06_N93. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »

de un accidente, precaución que debiera tomar todo viajero deseoso de llegar a su destino en determinada fecha; porque de lo contrario se expone a tener grar. des atrasos y por último a mayor gasto que el que re– presenta el alquiler de las bestias.

Martes, 12 de julio.-El ajetreo causado por mi viaje aumentó hoy por la circunstancia, ya conocida, de que don Eugenio debía acompañarme. Muchas pelsonas de las más respetables de la ciudad vinieron a despedirse de él y a felicitar al pobre muchacho (no había de qué) por su buena suerte. Su afligida ma– dre las invitó a todas a una gran cena, cuyos prepara tivos vinieron a aumentar las tareas de la servidum– bre que ya eran muchas. Pedí una nueva remesa de vino de Champaña con este motivo y llegó felizmente a la casa; pero aún cuando no desapareció del mismo modo que el otro, tuvo una muy desagradable trans– formación, porque lo convirtieron casi todo en un POI che muy dulce. La cena fue muy abudante y exce– lente. Unas setenta personas tomaron asiento en el comedor, (1) todas las que podían caber en él; las de– más o sean las genies jóvenes, se acomodaron en grupos, sentándose en el piso de las habitaciones y co– miendo a lo gitano. Las carcajadas y el regocijo de aquellos grupos no armoniza,ban con la ceremoniosa gravedad que reinaban en la mesa. Por desgracia me habían puesto en la cabecera y tenía que estar gas– tando amabilidades con abuelas cubiertas de alhajas y hombres de consideración, Creo que Colman (2)

dice que es triste, aunque muy honroso, estar sentado debajo de looreles; y confieso que de muy buena gana habría trocado mi puesto por un asiento en el piso de cualquiera de las otras habitaciones. Yo me había forjado la ilusión de !~ner una cena muy alegre. pero me resultó muy triste.

Cuando se hubieron retirado los convidados a la una de la mañana, hora sin precedentes en las fiestas guatemaltecas, me tomé la libertad de quejarme a una de las compañeras de mi amiguita doña María de que ésta hubiese dividido la concurrencia de modo tan desagradable, llevándose ioda la parte alegre. Me contestó en broma:

-Supongo que doña María pensó que la presencia de un gran señor (3) nos habría asustado. A las seis de la mañana me despe:dó el ruido que metían los arrieros cargando las mulas. Ví la larga

y enjuta figura del chino plantada en el marco de la puerta, tan inmóvil como una estatua. Estaba aguar· dando que yo despertase; porque como toda la vida había servido a españoles, temía turbar mi sueño.

Allí estaba ocioso y fijo como el meridiano de Greenwich y tan indefinible como su longitud. Lo conside– ré como mi punto de partida y me salí de la cama inmediatamente, muy preocupado por mi viaje y las disposiciones que debía dar para llevarlo a efecto.

A las nueve de la mañana cuatro de las mulas estaban cargadas y todo parecía listo para salir, ex– cepto mi criado. Las noches frías y lluviosas que habíamos tenido durante las ultimas tres semanas, lo habían afectado mucho. Nunca había visto fuera de las costas orientales de China y las occidentales de México y en ninguna parte gozó de tan buena salud como en Acapulco. El clima de Guatemala en aque– lla estación era casi mort~l para él, porque rara vez marcaba el termómetro durante la noche más de 88 grados. El pobre hombre había pesado todas estas circunstancias en su mente y las había sentido en el cuerpo, y con alguna vacilación me suplicó que no lo llevase a ningún sitio más frío que Guatemala. Al

insistir yo en que viniese conmigo a Inglaterra su ca ra cobriza se puso pálida, y para no dejarse ablandar, me aseguró resueltamente que no iría nunca allí. Ttlve que conforma'l'me con aprovechal' sus sel'vicios has– ta la costa, a lo cual no hiZt'J objeción, y dieZ1 minutos después ya estaba listo para emprender la jornada. Sentía el chino gran desprecio por las ropas de todas clases y en aquella ocasión, además de los cal– zoncillos y de la camisa de algodón en qeu consistía habitualmente todo su indumento, se puso un par de botas de cordones a la Wellington y unos zahones ce lestes de tela de algodón delgada a la Wellington y también. Por lo general usaba un sombrero viejo inglés de ala muy angosta y que había perdido com– pletamente el pelo, pero le quedaba el fieltro, permi fiéndole gozar de lo que tanio le gustaba de toda la fuerza del sol. Yo me había comprado un sombrare de Guayaquil, hecho con una hebra fina peculiar de aquel país, tan fina como la de Liorna y mucho más durable; de suerte que le d~ uno de paja adquirido en la isla de Madera, muy liviano y con una ala de unas siete pulgadas. Se quedó pensando un minuto lo que debía hacer: luego miró a su viejo compañero con cierto cariño escrutador, y tirándolo de pronto adoptó resueltamente al sucesor con las ligeras pretensiones de éste a esa preferencia capital, completan– do así su vestimenta.

Había llegado el triste momento de la partida. Las úlfimas mulas desfilaban a paso lento pero fir– me aseguró resueliamente que no iría nunca allí. Tu instintivamente a sus compañeras y el sonido del cencerro colgado del cuello de la bestia que guiaba, la recua.

Don Eugenio había recibido las reiteradas bendiciones y los repetidos abrazo,; de su madre y de sus hermanas y ya estaba montado en su mula para emprender la jornada. Yo me había despedido también

(1) En españOl en el' texto.

(2) George Colman, autor cómico inglés (1762-1836). N. del T. (3) En español en el texto.

60

Page 108 - RC_1968_06_N93

This is a SEO version of RC_1968_06_N93. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »