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« Previous Page Table of Contents Next Page »de aquella hospitalaria familia. Al salir por la puerta cochera, me encontré con algo inesperado. A un 'lado de ella estaba doña María con la cabeza erecta los brazos extendidos, los ojos llenos de lágrimas; y como su cabellera medio desgreñada le coaía en desor den sobre la nuca y los hombros, parecía: una de esas imágenes de María Dolorosa (1) que adornan con tar.ta frecuencia las iglesias y las casas de aquellos pañ:es. Vanas fueron todas las palabras de consuelo que le dije; no pude sacarla del estupor en que la tenía sumi. da su pena. En respuesta a todas mis reflexiones murmuraba vagamente: 'Mi hermano". (2) Seguia inmó" vil, y como el espectáculo era ya demasiado doloroso me apresuré a salir de la puerta y me fuí caminan– do lentamente por la calle. La casa se extendía a lo largo de ella en una distancia considerable; tenía cinco ventanas en la fachada, y al pasar frente a la úUima que era la de mi alcoba y cuyos postigos es– taban abiertos, miré hacia dentro y tuve el dolor de volver a ver a la pobre muchacha en la misma actitud y de oírla exclamar: "Mi hermano!" (3) al seguir yo adelante paso a paso. Comparando su aspecto con el de la noche anterior, en que su vivacidad y alegría dieron mayor brillo a la fiesta que celebró con sus amigas, no pude menos de ponerme a considerar lo inestable de la humana felicidad y me C'Ompadecí sin– ceramente de su dolor.
Al pasar por la plaza principal me encontré ,con el Arzobispo q~e andaba tomando el aire en'su carrua· je. Creo que no sale nunca a pie; y aunque se le tiene por un firme defensor de la causa de la Indepen. denCia, no pude menos de pensar que aquello era un resto de la grandeza del partido a que había renuncia.
do.
Como yo iba enteramente solo ignoraba el camino que debía tomar para salir de la ciudad, pero 10
adiviné por la posición del sol y el aspecto del paisaje que a menudo había contemplado desde la azotea (4) de la ci!sa en que residía. No habiendo nunca andado por alí, t~ve la agradable sorpresa de encontrar un pueblecito risueño y compuesto de algunas chozas en una alegre pradera, entre dos caminos llanos, pero sin huellas de tráfico, y todo rodeado de setos y postigos toscos. Lo abrigaban hermosos árboles, entre los cuales había naranjos que ofrecían la frescura de sus frutas y la de su sombra. Cerdos, niños y gansos andaban dispersos en el césped; debajo de uno de los árboles más corpulentos había una vaca y un asno mirándose el uno al otro como si estuviesen sumidos en mutua admiración, espera,ndo tranquilamente el pincel de un Morland. (5) El paisaje me hizo recordar las aldeas que en mi niñez habia visto en Ingla· terra en las cercanías de su metrópoli y que ahora se encuentran en un nuevo pero "espléndido ca,utiverio babilónico.
Habiendo sollado la rienda a mi caballito árabe en diez minutos me reuní con los rezagados de la co– mitiva. El primero a quien encontré fUe Don Domingo, el hermano mayor de mi atlaché (6) Don Euge– nio. Se había quedado atrás para hablarme de sus proyectos acerca de este joven, que era el cadet del a familia. Yo sabía que su difunto padre era un español peninsular, el cual se había casado con una se– ñora guatemaUeca, doña Vicenta, cuya familia había acumulado grandes riquezas en haciendas, en que criaba innumerables recuas de mulas para el negocio de transportes que habian enriquecido grandemente a la familia, además del c~udal que mediante privilegios exclusivos adquirió el padre en el comercio. gracias a su calidad de español. No obstante ser don Domingo el jefe de la familia por causa del os distur– bios civiles que había destruido los antiguos privilegios de su casa había acepfado el cargo de Adminis· trador de la Aduana de Sa!l Bias que le dio el Gobierno mexicano. Estaba por lo tanto bien enterado de los beneficios más sólidos que ofrece el comercio, y el colmo de sus deseos era que yo col(lcase a su her– mano en alguna respetable casa mercantil en Inglaterra, a fin de que más tarde pudiese dirigir los ne– gocios de su familia en el país y aprovecharse de las relaciones y de los conocimientos que lograse adqui. rir durante su permanencia en Inglaterra.
Cerca de las cuatro de la tarde se despidió de mi para regresar a la capital. Al igual de su hermana doña Ma,ría quiso manifestar sus sentimientos; pero la Naturaleza predominó aún en el sexo fuerte y todo lo que pudo decir, él! la vez que cedía inconscientemente a la impaciencia de su muja que al parecer partici– paba de su emoción y seguía avanzando, fue: "Mi hermanito". Dí a'lcance a mi criado chino; pero me costó trabajo reconocerle. porque se había quitado el sombrero, colgándolo detrás de la silla, y se había liado un pañuelo en la cabez'a. El sol se estaba poniendo y probablemente quería gozar de sus últimos rayos.
(1) En español en el texto. (2) En español en el texto. (3) En español en el texto. (4) En español en el texto, (5) En español en el texto, (6) En español en el texto.
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