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CAPITULO 24

DESCRIPCION DEL CAMINO.-TBOPIEZO CON DON FRANCISCO SALJAZAR

LA HACIENDA DE MORALES.

Al cabo de media hora de cabalgar, el camino se puso escabroso y escarpado. Serpenteando falda arri– ba de una montaña llegamos a una aUura de 800 pies; pasamos por un punto desde el cual se tenía una vista deliciosa de toda la ciudad y del paisaje que la rodea; y no obstante que tardamos dos horas en llegar alí, la población no parecía estar a más de dos millas de distancia en línea recta. Podíamos ver muy claramente. por supuesto, todas las calles y las iglesias, y por la situación de las úUimas me parecía po– der distinguir el punto preciso en que estaba la hospitalidad vivienda que yo había dejado.

Por los tres lados más cercanos, la ciudad estaba rodeada de abundante vegetación, y en el más le· jano se extendían las llanuras ondulantes por las cuales pasé viniendo de Sonsonate. La vista que aho– ra gozaba era superior a la primera que tuve por ser más clara y comprensible. El yeso (1) o cemento blanC'O con que están enlucidos iodos los edificios que no son de piedra, les daba un aspecto nítido y ani– mado, y al brillar a,l sol contrastaban vigorosamente con los verdes follajes de los contornos. En aquel punto el camino se desvía de pronto de la ciudad, la cual no se vuelve a ver durante el viaje. Siguiendo adelante aparece a mano izquierda una extensión considerable de tierras cuUivada¡¡, y lo mismo a la dere– cha un poco más allá; pero a medida que avanzabamos ya no se veían ningunas y el país tomó un aspec– to más agreste y escabroso. Recuerdo que en mi imaginación 10 comparé a un campo arado de Brobdignag (2) y nosotros a Gulliveres que se abrían paso por los terrones. representado's por los cerros abruptos que ahora ocupaban toda la superficie del paisaje.

Hacia las cinco de la tarde empezó a caer una llovizna que me indujo a cubrirme con una capa ence– rada traída de México y que me habia resul:tado muy úm en las diversas excursiones que hice después de haber entrado la estación lluviosa. Era de una tela de seda muy delgada y por lo tanto sumamente livia· na y compacta. Me costó una onza de oro (&31 y 17 chelines>: pero era el más barato de iodos los obje– ios que compré para mi viaje, :l:omando en cuenta su utilidad.

Al cabo de una hora de caminar bajo la lluvia llegamos a una pequeña planicie descampada, a la de· recha de la cual había dos o tres casitas en un corral con valladares rústicos. A un lado estaba la princi– pal de aquellas viviendas; tenía al frente una galería abierta, sostenida por dos pilares de madera. Esta– ba ya ocupada con una cama en la cual se veía reclinado un viajero recién llegado, mientras su criado le preparaba un poco de chocolate. Eché pie a :tierra: 'Y como estaba mojado y tenía frío y hambre, me puse a pensar dónde podría acomodarme. Don Francisco Salazar (tal era el nombre del viajero) me ofreció entonces cortesmente un asiento en su cama, insistiendo asimismo en compartir conmigo el chocolate que le habían preparado. Trajeron después un plato de pollo admirablemente aderezado con una salsa de chiles verdes; un poco de vino y de coñac, procedentes :tan: bién de la cantina de Don Francisco, completaron una comida muy confor:table. Cezca de las ocho de la noche llegó mi equipaje; la cama, no obstante venir empacada en una ca;a grande de cuero hecha a propósito Se había mojado, inflándose las pie~as de ma– dera que ya no podían pasar pOl: los ojales de las fajas de cuero, siendo esto parie de la complicada opera– ción necesaria para armarla.

Corno siempre tuve buen Hempo durante mi viaje a Acapulco, no había necesitado nunca de aquel mueble :tosco fabricado en México: y ahora que si me era indispensable, resultó to:talmente inadecuado para el obje:to. Don Eugenio insistió bondadosamenfe en que yo tomase su cama, que él mismo ayudó a armar, conformándose con el pedazo de cotí que en unión de los sostenes y fajas debía formar la mía. El aire estaba frío y húmedo, y habiéndonos resguardado el: parte con una estera que colgamos en la par:te exte· rior de la galería, dormimos bastante bien hasta las seis de la mañana, reanudando nuestro viaje. El caballero a quien debía agradecer la hospitalidad tan oportuna de la víspera era el hermano me– nor de don Gregorio Salazal', el Jefe Polífico, y tuve motivos para seguir felicitándome de haber hecho una gran adquisición con :tan respefable compañero de viaje. Se dirigía a Belize pa,ra negocios de comer– cio. Podía tener unos veinte años y era alto, varonil y muy juicioso: sus movimientos eran puntuales co· mo lo~, de un reloj y sus palabras ian precisas como decorosas. Hablaba poco: pero con :tanta cortesía y amabilidad y siempre tan al grano. que era lás:l:ima que no fuese más sociable y comunicativo. En suma era muy caballeroso y discreto.

Ayer caminamos nueve leguas y hoy, 14 de julio. hacia las seis de la :tarde, llegamos a Omohifa, una regular hacienda (3) perteneciente a una señora Morales. Allí nos quedamos por supuesto para pasar la noche, armando nuestras camas en la sala grande después de que se llevaron los res:tos de la cena, en la cual

(1) En español en el texto.

(2) Como todos saben, Brobdingnag es el país de los gigantes en la obra inmortal de Swift.-N. del T. (3) En español en el texto.

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