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« Previous Page Table of Contents Next Page »peto: la filosofía", dice Henry Lech:,rcq. P,ero San Pablo desnuda su espada y la hunde hasta el pomo en el orgullo de la antifo:ü,edad. '~Esc~'ito se halla .en efecto ~-dice:- ¡DestrUlre la sabIdurIa de los sabIO"
y desecharé la prudencia de los prudentes!" -La lu– cha pOl' parte del Cordero parece también establecerse sin distinciones. La Revelación parece avanzar aplas– tante sobre la Razón. "Al ver Dios -agrega San Pablo- que el mundo !lon la humana sabiduría no le había l'econocido pOli medio de las obras de su om– nisciencia, plúgole adoptar oh'o camino y resolvió sa~
val' a los fieles por medio de la locura de la predI-cación".
PaI'a la Loba el Cordl'ro es la peligrosa 10cUl'a de
la Cruz, Para el Cordero la sabiduría de la Loba es "insensata". "Es necedad la sabiduría del mundo", afirma el Apóstol.
¿Es que acaso el Co.rdero responde, a la guerra sin cuartel de la Loba; con una guerra a muerte contra la Loba? . No.
"Nosotros -escribe San Pablo- predicamos a Je sucristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles". El Cordero, como 10 explicó la palabra sombría de la dea Nutrix, era e~ signo de contradicción pal'a los dflS pueblos que hablan pecado contra su predestinación y destinO'. Para Israel, que había pecado contra la Revelación, era escándalo. Pa· ra Roma que pecó contra la Razón, era locura. El Cordero ~o repugna de la sabiduría del mund<!, sino de aquel orgullo que la hace necia. La, Iglesia no desecha más que lo sup~rfluo, lo que aleJa del dra– ma y del concepto dramático de la vida a la Razón, En una palabra, desecha la comedia de Roma. Es el mismo San Pablo de la lengua de espada, el de la locura violenta, quien, al mIsmo tiemp() qUe así acomete contra "la Roma sin razón", se mueve con "una inclinación tan viva y sorprendente hada la ci– vilización greco-latina". "Se sabe -dicen de !San p~.
blo Pedro Rousselot y José Huby- COnque predl–
lec~ión, prescindiendo de los espectáculos ~e la natu· raleza (preferidos de los profetas y prefendos de Je– sús), tomlJ. sus c<?mpar~~iones d~ ).a vida de los ci~
danos del imperIO, mIlItar o CIvIl, y leerse su .dI~'
curso con algún verso de Arato, Menandro, EpIme– nides siempre que la oportunidad le brinda para ello; conoc'ida es su admiración por la paz romana y el orden imperial". San Pablo, pues. quiere a ROtyIR
con amor conquistador. Ataca a Roma para tomar– sela. El Cordero destruye las murallas de RÓlllUlo, como César pasó el Rubicón ¡Para precipitar el d~s'
tino imperial, y esta vez, no ya p<Jra los hombres SUlO
para Dios' -"No tan sólo consagró Pablo su vida de Apóstol a- romper la ~strechez d~ .la teología nacio~
nalista a pr,edicar la bbel'tad espIrItual en contra de la doctrina formalista de la salvación POI' la ley – añaden los mismos autores-, sino que, en San Pa– blo parece que el mismo hombre tiende a destruir el moÍde judío y lo logró ya en parte: dirías.e que aspira el Evangelio a obrar sobre una humanidad más libre, más desarrollada y completa de la que educó Moisés; tiend.e el vino nuevo a salir de los vetustos recipien– tes de Israel y a llenar los odres nuevos. El ojo de San Pablo descubrió fuera de su pueblo un ideal de hombre más completo y encantador". Era el hom· bre gi'eco-latino. Para San Pablo la sangre guardada por siglos en el estrecho tabernáculo ge Israel, nece– sitaba ya de las venas pI'eparadas por Roma, San Pa· blo, pues, "apela al César". Sin rehuir el drama arrea su Cordero hacia los dominios de la Loba. Y si des– envaina su ~~pada para la lucha no es para dar muerte sino para cortar la decadencia, la comedia, lo que im– pide· a la Loba vivir su verdadera vida. No quiere exterminar la sabiduría y la ¡'azón de Roma. Quiere que la ¡'azón purificada se doblegue ante la Fe.
DESENLACE
El Cordero no lucha para humillar y vencer a la Loba, sino para que coavencid'l se humille. La cali. dad y el concepto de tri.unfo es distinto para cada ban· do. La Loba quiere vencer y humillar, pero allí mis mo es ~onde el Cordero I:asa la viI'tUd y efectividad de sn trIUnfo, porque venCIdo, humillado y sacrificado es que el CordeI'o convenCe y arrastra a sus enemi. gos a la humillación, a la humildad que es la arena de su drama.
Cuando la Loba baja a la arena de la humildad cuando la comedia comienza a bajar las graderías dei anfiteatro, es cuando la Roma de la antigüedad co–
mienza a funrlh'se con la Roma profetizada y eterna con aquella Roma campeadora del Dante: ' "Di quella Roma onde Cl'isto él Romano';.
Mientras el Cordero va nutdéndose, como San Pa– blo, de la Roma dramática y profunda, de la Roma ;l:azonable, del derecho, de la filosofía y del al'te· co– mienzan también a descender de' los palacios y d~ los templos y de todo el inmenso escenario de la come. dia, hacia la arena del drama, aquellos l'omanos de Remo que comprenden ~convencidos por el Cordero– 'que las mnrallas de Rómulo cercan una ciudad ya ca– duca y cumplida y que hay que saltarlas. Son ellos los hombres de la razón que recobran la razón, los que escuchan esa voz interna y escondida de Roma que tantas veces moviera -como impulso ciego- el
curso imperial de los césares, o la inspiración de los poetas, o el raciocinio mismo de sus filósofos. Voz interna, voz de la Roma predestmada. que· quiere con– sumar su designio, voz dramática de Roma que más tarde había de traducir San Agustín con estas mislO~
neras palabras: "Acaba ya ¡oh Roma! de escoger el medio que has de seguir para que seas sin error alguno alabada, no en ti, smo en el Dios verdadero; porque aunque hasta ahora alcanzaste la gloria y alabanza popular, sin embaI'go, por oculto juicio de la divina PrOVIdencia te faltó la verdadera religión que poder elegir, Despierta ya y abraza la vida y destino ce– lestial, por el cual será muy poco o que trabajarás y en él verdaderamente y para siempre reinarás: por– que allí, no el f~go 'l!:esta1, no la piedra o ídolo del Capitolio, sino el que es uno y verdadero Dios, que sin poner límites en la grandeza que ha de tener, ni a los años que ha de durar, te dará un imperio que no tenga fin"_
Ta~es romanQs que han! ¡·ecobI'adO' el genio de Ro· ma comprenden la "l'azón pel'dida" de la urbe deca– dente, la locura solo curable por esta nueva locura de ila Cruz. En efecto, contra la locura de la Loba que San Atanasio llama "locura de querer salir fuera de la razón con la razón humana", el Cordero ofrece el remedio predicando la locura de la Cruz, locura de la Divinidad que sin salirse de la Dvinidad se hace hombre para hacernos "entrar en razón". HPorque -como dice Rousselot- la obra de Dios en el cris– tianismO' es ciertamente la perfección de la razón hu– mana, pero tal perfección es tan divina, que el hom– bxe no la puede alcanzar por sus propias fuerzas_ Necesita la ayuda de Dios". "El cristiano sabe que comprender es una gracia".
El Cordero, pues, ha convencido; que es su modo de vencer.
La Loba desciende al drama.
Ya bajan a la arena un procónsul: ~lavio C.le– mente. Un Sebastián, capitán de la GuardIa ImperIal. Una virgen de la más dulce belleza roman~. como Cecilia. Un filósofo, como Justino. Una I:~g~o~ ~e
bea que reconoce de pronto la nueva extenslOll dIVl1la del Imperio.
Poco a poco la comedia va abandonando los crue– les escaños del espectáculo, hasta qu~ el reclamo del Cordero convence al César, que baJa a la arena y
detiene el duelo.
A los tres siglos de lucha se efectúa el desenlace
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