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« Previous Page Table of Contents Next Page »del drama. El Papa Silvestre y el Emperador Cons. tantino cierra ~l anfiteatro que es abrir la Libertad. A los tres sIglos de lucha se efectúa el desenlace del drama. El Papa, Silvestre y el E!m.perador Constan– tino consuman esta victoria paralela e inaudita' vic– toria de Roma y victoria de Cristo. 'La Loba ha devo– rado al Cordero, ha comulgado con su carne y con su sangre y por es.o vivirá eternamente. y también el 'Cordero ha bebido la leche de la Loba ha hecho su– yas las esencias del destino de la Urbe: y será desde entonces su Iglesia: católica, apostólica y romana. "Por lenta evolución -dicen Rousselot y Huby-, bruscamente interrumpida en tiempo de Juliano el Apóstata, pero continuada luego por Teodosio, el cris– tianismo logrará ser religión del EStllido". Pero Roma no quedará aún satisfecha, ha saltado de tal modo sus murallas que pronto será Estado de la Religión. Así se cumple la profesía de Isaías: "Habitabit lupus cum¡ aguo', presentimiento de una Edad Dorada que también Virgilio acarreara al panal de sus versos.
CAMINO, VERDAD Y VIDA DE ROMA
Saliendo del Coliseo hacia la sombra maravillosa dQ las Catacumbas -camarillas del gran teatro de la lucha- los datos de esta mutua victoria cobran una ternura infinita, al mismo tiempo que enseñan, según las palabras de la diosa antigua, cómo si la victoria es eterna, la lucha también es permanente. El duelo entre la Loba y el Cordero es la batalla constante de la sombra y la luz, del cuerpo y del alma, de la ciu· dad terrena y la Ciudad de Dios. En veinte siglos durante los cuales la lucha se ha repetido en cada uno de sus aspectos, Roma también ha repetido su victoria de un modo o de otro.
En las Catacumbas de San Calixto lo he compren-dido.
En sus galerías subterráneas -tumbas de donde había de surgir la Roma resucitada- se vive entre– telones el gran ~rama que el Coliseo sólo p'~esell:ta .de una manera escenica. Sus monumentos e lllscnpClO– nes son como las acotaciones marginales a la obra. Nada más íntimo -=para la emoción del drama' del Cordero- que el cuerpo de San Cecilia decapitado; delicada Venus de la castidad, bajo su blanco traje de novia de Cristo, y cuyas manos (las que Venus per– diera en la comedia) dicen en ella, con intenso dra– matismo, el Misterio de la Trinidad en cuya afirma.. ción y testimonio dio la vida. Una mano proclama con el dedo índice la Unidad de Dios. La otra, con la intacta constancia de sus tres dedos erguidos, con– fiesa la trinidad de las Personas.
Allí está la sangre del sacrificio. La Loba dulce– mente convertida en Cordero.
Pero un poco más allá las inscripciones y decora– ciones de los sepulcros y criptas -como expone de Rossi- han tomado su inspiración del arte pagano. Hasta en el mismo Misterio defendido por Cecilia se busca en el Derecho Romano la palabra persona "para aplicarla a los diferentes términos de las relaciones divinas". Como dice Pastor: "Los que continuaron la obra de los Apóstoles estimaron en mucho y reco· mendaron los estudios clásicos; Y aún los antiguos crfts– tianos -si bien se distinguiel'on por su severidad– no tuvieron reparo en vestir las ideas de su Religión con los versos de poetas ,gentiles, como, por ejemplo Virgilio". "Mostrando t~dos ellos. -:-!1grega- tener ojos muy abiertos y ferViente senSIbilIdad, para pel" cibir IrIS bellezas de 11\ Jiteratura clásica; los cuales, sin apartar sus miradas de los lados oscuros y de las negras sombl'as de la gentilidad, acertaron a ve~ tam– bién el brillo solar, el rayo de eterna}~z que cn'cun– daba aquellas gloriosas obras del espIrltu humano, y
oían asimismo las proféticas voces que claramente sue– nan en ellas, procul'ando combinarlas con el lenguaje del cristianismo".
Allí está la leche de la Loba amamantando, roma– nizando al Cordero.
Pero tal equilibrio que es, precisamente; la doble victoria de la Loba y del Cordero, o sea, la nueva Ro– ma, tiene su lucha entre·telones que no se ve en el Anfiteatro.
Algunos cristianos, como Tertuliano exageran de parte del Cordero. "¿Qué tiene que ve; la Academia con la Iglesia? -dirá el extremado autor de De Poes– criptione-. ¿Para qué hemos de necesitar la curio– sidad (por la antigüedad) los que conocemos a Jesu– cristo, y qué hemos de buscar, conociendo el Evange· lio?"
De parte de la Loba, el equilibrio también se rom– pe c?n el Emperador .Juliano, el Apóstata, quien dicta medidas para "quitar a los cristianos el eficaz medio de formación por los estudios clásicos". Si la nueva Roma c~istiana vio en esto "una de las más peligro– sas me.fu.das de hostilidad contra el cristianismo" y se defendió con bizarría -según las palabras de Pas– tor-, así mismo contra la exageración de Tertulia– no y sus seguidores tuvo palabras tan duras como las de C!emente Alejandrino: "Aquel que descuide la fí·
losofla pagana se parece a los insensatos que quisie– ran cosechar racimos sin haber cultivado las viñas. Pero, por cuanto los gentiles mezclan lo verdadero con lo falso, es preciso tomar de la sabiduría de sus fi– lósofos, con la precaución conque se cortan las rosas de entre las espinas".
Los extremos de Tertuliano y de Juliano repeti– rán, perennemente su fuga del equilibrio eterno de la nueva Roma; pero sobre ellos la victoria ya está ga– rantizada.
Un día será la herejía iconoclasta o la furia incen– diada de Sabonarola. otro día será el Renacimiento,
extrem~ndo el humanismo contra la suprema jerar– quía del Espíritu.
Un día el Estado querrá negar al cristianismo el suelo terrenal de la política. Otra vez la Iglesia verá a sus jerarcas darle primacía al orden temporal sobre el espil'itual. Aspectos son todos de la misma lucha, pero tienen siempre un mismo desenlace. Aspectos simbolizadºs en las siete colinas antiguas, cuyas rui– nas sólo encuentran su resurrección en el Monte Sa– cro del Vaticano.
Porque de las siete colinas antiguas, -de la colina del pueblo erguido en soberano: en el Aventino; de la colina de la al'istocracia, plena de poder en el Senado
de~ Capitolino; de la colina del César endiosado en el Palatino; de, todas las colinas donde la razón humana ha levantado su presunción y su ruina: sólo a una le está garantizada la eternidad de su victoria, a aque– lla que con misterioso acierto la antigüedad llamara "Colina de los Vaticinios". Es "la Santa montaña donde Dios ha hecho morada de la Unidad y de la Verdad" -según las palabras del Profeta.
La montaña del Sumo Pontífice, del que hace puen– tes para unir esos altos esfuerzos sin destino, esfuer– zos del hombre sin Dios. Del que hace puentes para conectar las dos Ciudades y los siete montes de la historia del hombre con el Monte Calvario de la his– toria de Dios, Redentor.
Sea, pues, el choque en el terreno de la filosofía, o de la política, o del arte, la eterna Roma de Cristo, la Urbe Capital infalible del nuevo Imperio, es la que dictará la armonía que un día consiguió con el sacrificio. La Roma natural de la I.,oba dará su leche para la mantensión del Cordero. La Roma sobrena– .tural del Cordero dará su sangre Y su carne para la salvación eterna de la Loba. "Al César lo que es del César y a Dios 10 que es de Dios", pero en la nueva alianz'a, el CésaJ:_ es de Dios; el mundo ha si~o co,;,– quistado por el Supremo Rey a cuya ley e l~perlo
está subordinada toda labor del hombre. El remo de Dios no es de este mundo, por lo mismo, el reino de este mundo nos debe de llevar al Reino de Dios.
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