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« Previous Page Table of Contents Next Page »como tOlles, donde la Calretela asfaltada penetla bajo los
bambúes, pelO los layos del sol no pueden penetral
Bajo el polio fabuloso de aquella selva virgen reina un silencio sobrecogedor Mas ¿qué páiaro es ese que rnodula dos notas, obsesivo y agudo quizá como un cu–
clillo, pero menos hutaño, más jovial?
ELOGIO DEL COQUI
No es un pájaro verde: Es el caquí El caquí es
una 1 ana, un sopita minúsculo, chico como la uña del
pulgar, que una vez descubt irnos dentro de CClSO, escon–
dido en el cáliz de un gladiolo Se oculta en cualquiet
palte, balo una ho¡;lla seco, y canta en la penumbra y lo humedad
Ba¡ábarnos una tarde del Yunque con el poeta es– pañol Gerardo Diego, tan enamorado de la música CO~
mo de la poesía, cuando se abrieron Jas cataratas del cielo y tuvimos que detener nuestro vehículo para no
despeñwJ10s entle las COI tinas del agua Terminó de llovel y era de noche¡ y los coquíes comenzaron a can~
tar ElOn cientos, millares¡ quizá millones, y modelaban en concertado desconcierto las dos o tles notas mágicas de su flauta de cristal: "Coquí, co~quí¡ co-quí Gerardo Diego estaba fascinado y ha contado después sus il11~
presiones, su éxtasis de poeta y de músico ante aque–
lla increíble sinfonía puertorriqueña
DON JUAN PONCE DE LEON
Puerto Rico fué descubierto pOI Cristóbal Colón en su segundo viaje¡ en 1493 Los indios aborígenes Ila~
maban o su isla Borinquen y recibieron al principio de buena 910cia a los españoles, que no se establecieron en el/a hasta 1508, cuando el maduro capitán Don Juan Ponce de León, -uno de los semidioses de la conquis· ta-, trasladó desde la Isla Española sus familia y sus hombres Ponce de León buscaba el trobajo, los ríos auríferos y los cultivos pingües¡ pero se encontró muy pronto con la guen a, las escaramuzas llamadas "9ua– zábOl as" y las flechas de los indios, Allí ocurrió el sin– gular episodio de Diego Salcedo, un muchacho español al que los indios ahogaron con engaños en el vado de un río y se estuvieron luego velando su cuerpo varios
días¡ hasta cerciorarse de su putrefacción Solamente así creyeron que los españoles no eran inmortales y se decidieron a presentarles batalla campal Ponce de León la ganó pronto y con clemencia¡ y estableció su casa fuerte junto a la bahía de San Juan, en aquel "puerto rico" que¡ desde entonces, bl ¡ndó su fondeadero para las naves llegadas al nuevo mundo.
Cuando ya estaba en paz y envejeciendo, aquel héroe mitológico se fué a buscar, en la legendaria Si–
miní, la fuente de la eterna juventud ¡Qué incompa~
rabie tema de epopeya el de aquellos españoles que se pel dieron por los pantanos de lo que hoyes la Florida, bala las flechas de los indios y las de los mosquitos, bebiendo con ansiedad en cada charca por si recupera– ban en ella el vigor varonil! Ponce de León no regresó reíuveneddo sino muerto y ahora descansa en la cate– dral de Puerto Rico, honrado como se merece¡ como pa– dre de un pueblo y creador de una nación .
SANTIAGO MATACARIBES
Las aldeas y las granjas fundadas por Panca de
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León, -una de ellas se llamó la Glanja de los Reyes Católicos y sirvió de aclimatación para las plantas euro– peos-, no conocieron mucho tiempo la paz En el po– laíso de Borinquen quedaba la sel piente¡ representada por aquellos bravísimos indios caribes que desembar– caban de vez en cuando, desde las innumerables islas vecinas, pata pi oveer su despensa, -porque eran feloz– mente antropófagos~, con los infelices indios mansos
y los mal enos de Puel to Rico
POlque en Puelto Rico ya había morenos Al igual que los ohos países colonizadores de la época¡ España llevó plonto negros del AfriCCl a las Antillas, pora susti– tuir a los inidios en los trapiches del azúcar Los pal– merales de la aldea de Loiza¡ -así llamada por una in~
dio cadco¡ Luisa, que mUI ió defendiendo a su amante espafíol-¡ saben muchos episodios de aquellos ataques súbitos de los remeros COI ¡bes¡ en uno de los cuales un caballero vizcoino ensartó con su lanza a un caribe, ya
dentro del mar¡ y vió como el indio le devolvía la muer~
te clavándole su dardo en las entlañas En esos mis~
mas ataques se inmortalizó un peno llamado "Becelli~
110", tan buen combatiente que mereció la paga y los honO! es de soldado
Dura y lorga fué la pelea contra los caribes de las Antillas menores No es extlOño que los españoles¡ (e–
cién venidos de la reconquista contra los árabes
l
invoca–
fan contra sus nuevos enemigos la ayuda de su patrón Santiago Matamolos Levantaron su iglesia como un castillo junto al mar y celebraron su fiesta con danzas de caballeros y demonios Algo semeiante, aunque con otro colorido, a vuestras fiestas del Santiaguito de Ji~
notepe Todavía hoyes un soberbio espectáculo¡ bajo las palabras y los f1amboyanes de Loiza, vel a los mo– renos y ajas moreintas pasear las imágenes de su pa~
t¡ón Santiago, que yo llamalÍa esta vez "Mafacoribes"
y disfrazarse de diablos con cuernos y de cabal lelOs con
tl icornio y espada.
DIOS ME LLEVE AL PERU
Cuando se acabaron los caribes [legaron otros ene– migos, tantos y tan fuertes que Puerto Rico no podía vivir "Dios me lleve al Perú", clamaban los colonos de San Juan cuando veían atracar a en su puerto al~
gún navío destinado a aquellas tierras más seguras Fué Francisco \, rey de Francia, quien dijo que le gustaría conocer el testamento de Adém según el cual América les correspondía por herencia solamente a los españo– les Flanceses y holandeses, establecidos en las islas de las celcanías, fuelon los prímeros atacantes de las aguas y las tienas de Puerto Rico. No podían los pes– cadores echarse al mar, temerosos de que los cogiera "el holandés" Los galeones reales tenían que navegar en conserva y en la boca de la bahía de San Juan hubo necesidad de alzar castillos Nada menos que Juan Bautista Antonelli, el primer ingeniero militar de la épo– ca, trazó las primeras defensas del Castillo del Morro de San Juan
También los ingleses se sumaron al atoque contra el "Imperio español Puerto Rico recibió en 1595 la vi– sita de Sir Francia Drake, que venía de destruir Santo Domingo y de saquear Portobelo y Cartagena La arti– llería del Morro hizo blanco en su capitana y Drake tu– vo que retirarse sin haberse apoderado de un tesoro de dos millones de pesos de plata Tres años más tarde desembarcó George Clifford, conde Cumberland, y ocupó
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