This is a SEO version of RC_1968_10_N97. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »lo ciudad durante ciento cincuenta y siete días, no reti– rándose a la postre sin llevarse hqsta los campanas de la catedral Por cierto que aquella catedral mereció los elogios del capellán de la flota inglesa, el reverendo Layfield, un amable cronista que dedic6 sus ocios a pa– sear por los alrededores y a hacer una alabanza del "moriviví", una mimosa puertorriqueña que se cierro so– bre sí misma al menor contacto y abre sus hojas cuan– do desaparece el peligro Puerto Rico ero tombién un "moriviví"
EL SANTORAL EN LAS MURALLAS
En 1625 sobrevino un fortísimo ataque holandés, con diecisiete navíos y dos mil quinientos soldados En– furecido onte la invicta resistencia del Morro, el almi– rante flamenco incendió la ciudad Allí pereció la rica biblioteca del obispo Don Bernardo de Balbuena, can– tada por Lope de Vega en el poema patri6tico llamado "La Drogontea" porque Lope tladujo el nombre de DlOke por el de dragón
Había que defende, más y mejor al "puerto rico", que no era tan rico en sí mismo pero se había converti– do en la llave de las Antillas, baluarte entonces como ahora de la potencia dueña del Caribe desde Felipe Se– gundo a Carlos Tercero, durante dos siglos de perpé– tua vigilancia, la guarnición de San Juan de Puerto Ri– co se dedicó a construir fortificaciones, sufragadas por el Real Situado de las arcas virreina les de Méjico A finales del siglo XVIII la ciudad de San Juan contaba con dos castillos mayores, el de San Felipe del Morro so– bre el mar y el de San Cristóbal sobre la Puerta de Tie– rra, además de otlOS castillos menores y de cuatro kiló– metlOs de poderosos baluartes, todos ellos con nombres de santos protectores Desde Santa Bárbara a San Se– bastión y desde Santa Elena a Santiago, sin olvidar a Santa Teresa y San Juan de la Cruz y a Santa Rosa de Lima, buena parte de la corte celestial reforzaba los cua– trocientos cañones de las murallas de Puerto Rico. Gracias a estos cañones y a los santos fracasó en 1797 el gran ataque británico de Harvey y Abercromby Llegaba aquella poderosa escuadra de conquistar para la Inglatelra la isla de Trinidad, cuya capital sigue lla– mándose todavía Puerto de España, pero se estrelló ante los muros del baluarte de San Jerónimo y el arro– io de los españoles y los criollos Una copla popular de la época cantó: "En el puente Martín Peña -mata-ron a Pepe Díaz~ El soldado más valiente --que el rey de España tenía" Carlos IV recompens6 la heroica defensa con un mote que dice, "Es muy noble y leal esta ciudad- por su constancia, amor y fidelidad"
I
le– yenda que aún campea en el escudo de la capital puer– torriqueña!
EL GRAN SIGLO XIX
Con estos laureles lIeg6 el siglo XIX, que a mi en–
t~nder ha sido el gran siglo de la historia de Puerto
RI~o Claro está que la pequeña isla antillana no po· s;la el desarrollo social y econ6mico de Méjico y el Pe–
ru~ Venezuela y la Argentina, por citar solamente a los mas talludos y ricos hijos de España Ellos se conside– raron ya maduros pora la emancipación y se lanzaron
? la aventura heroica y trágico, a aquellas guerras de
lndepe~denci~, cruentísimas, que duraron en algunos poí:– ses qUince anos y fueron seguidas en algunos otros de
7
larguísimas guerras civiles El daño que sufrieron en aquella sangría, tanto ellos como España, supera a toda ponderación
Puerto Rico no sintió la necesidad de separarse de
España, antes al contrario, aprovechó la circunstancia
poro ceñil se aún más al seno de la Madre Patria Acre– cida su población y su riqueza con los emiglOdos y las tropas .ealistas de Venezuela, beneficiado su comercio por la creación de la Intendencia en 1811 y la Cédula de Grclcias de 1815, ya no hizo ninguna falta el Situa– do poro mantener la prospelidad de Puerto Rico La isla vivió en paz. y en progreso ininterrumptdos durante los ,einados de Isabel 11 y de Alfonso XII, sin que re– percutieran en ella las guerras civiles y las continuas desgracias de la Peninsula La poblaci6n subi6 en un siglo desde cien mil habitantes a un millón, en números ledondos los episodios ilógicos de Cuba tampoco tu– vieron en Puerto Rico mós repelcusión que el Grito de lales y los llamados ··compontes", simples incidentes policíacos que ciertamente no tiñeron de sangre los ver– des campos de la isla Se construyó la espléndida ca– rretera central, que en 1898 suscit6 el asombro del pe–
1 iodiste americano Dinwiddie, hasta el punto de procla– mar que era la mejor de toda América, incluyendo los Estados Unidos de entonces Se dotó a San Juan de electricidad, gas yagua corriente, de Instituto de Segun– do Enseñanza, de Ateneo y de Audiencia Judicial, lo mismo que a cualquier provincia españolo Se abolió de modo ejemplar la esclavitud y el espiritu público pueltoniqueño se encaminó en paz y sosiego hacia una autonomía regional España le concedió dichosamente en 1897, de acuerdo con los prohombres insulares, OtOI– gando no solamente un Gobierno y un Parlamento pro– pios sino también una participación en los tratados de comercio, aranceles y aduanas, la exención del servicio militOl y otros franquicias que a un hoy perecen extra– ordinarias, todo ello sin romper el vínculo con lo Coro– na, tal como ha hecho Inglaterra en su "Conmmon– wealth".
Durante ei siglo XIX se redondeó perfectamente la personalidad civil y política de Puerto Rico. Su pueblo entelo adquirió un nivel de vida comparable al de los más avanzados países hispanoamericanos y al de las provincias meridionales de España, con las que la isla mantiene aún tanto palecido Se diría que Puerto Rico era para España la novena provincia de Andalucía o las más alejada de las Islas Canarias Una sociedad culta
y distinguida, cuyos profesionales se educaban en la Península o en Cuba, dotaba a la isla de una 01 istocra~
cía del talento, del trabajo y de la dignidad Aquellos caballeros de barca y levita que se llamaban Hostos, ColI y se sentían iguales a Rafael de Labra, Pí y Mar– gall, Canovas del Castillo y Práxedes Mateo Sagasta Con su Gobierno autónomo ya perfectamente estableci– do, Puerto Rico era de veras, como se solía decir enton– ces, una perla preciosa en la corona de España, esa co– rona que los hados acababan de ceñir sobre las débiles sienes del rey niño Alfonso XIII
BAJO LA TUTELA DEL TIO SAMUEL
Entonce;s sonaron Iqs campanadas fatídicas de la hora fijada por la Providencia Mientras Puerto Rico crecía armoniosamente en el regazo de España, no le– jos de sus playas había ido creciendo un gigante, hijo de la otra madre ultramarina, Inglaterra Eran los Es-
This is a SEO version of RC_1968_10_N97. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »