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esculpida invariablemente encontrada 'frente a cada uídolo" era rusada como. un altar para sacrificios. La forma de escultura con más frecuencia hallada era una calavera, a veces el principal ornamento, y a veces so– lamente accesorio; filas enteras de ellas sobre la mu– ralla externa, añadían tristeza al misterio del lugar, manteniendo ante los oios de los vivientes la muerte y la fosa, y presentando la idea de una ciudad santa -la Meca o Jerusalén de un pueblo desconocido.

Con respecto a la an~igüedad de esta desolada ciu– dad yo al presente no haré ninguna conjetura. Algu– na idea podría tal ve2l' formarse por las acumulacio~

nes de tierra y los gigantescos árboles que crece:,n ~n_

cima de las derruidas estructuras, pero esta serIa In–

cierta y poco satisfactoria. Tampoco ofreceré de mo– mento ninguna conjetura con relación al pueblo que la edtlicó o de la época de su desocupación y la forma en

que fu~ despoblada, y convertida en una desolación y

ruina' ni sobre si acabó por la espada, o por el hambre, o pre~tilencia. Los árboles que la amortajan puede? haber brotado de la sangre de sus despedazados habl– tantes; pueden haber tlerecido aullando por el hambre;

O la pestilencia como el cólera, puede haber llenado sus. calles de ca'dáveres, y arrojado para. siempre a los débiles resídllos de sus hogares; de cuyas horrendas calamidades en otras ciud~des tenemos relatos auté~­

ticos en eras anteriores y subsiguientes al descubn– mier:to del país por los españoles. Una cosa yo creo, que su historia está grabada en sus monumentos. Nin-

gún Chamj)ollión ha traído aun hasta ellos las energías de su mente investigadora. ¿Quién los leerá?

I'Caos de ruinas~ ¿Quién trazará el vacío.

Sobre los obscuros fragmentos lanzará un rayo de

(luna

y dirá llaquí fue o es'l, donde todo es doblemente

(obscuro?"

En conclusión yo simplemente haré notar, que si este es el lugar a que aluden los historiadores españo_ les, conquistado por Hemando de Chávez, lo que casi dudo, en ese tiempo sus rotos monumentos, terraple– nes, estructuras piramidales, portales, murallas y fi· guras esculpidas se encontraban enteros, y todos es~

taban pintados; los soldados españoles deben haberlos

contemplado con asombro y admiración; y parece ex

traño que un ejército europeo pudiese haber penetra– do allí sin divulgar su fama por medio de infolmes ofi– ciales de los generales y de exageradas historias de soL dados. A lo menos, ningún ejérCito europeo podría entrar a tal ciudad ahora sin este resultado consi– guiente; pero el silencio de los españoles puede ser a– tribuido al hecho de que estos conquistadores de Amé–

rica eran analfabetos e ignorantes aventureros, ávidos en perseguir el oro, y ciegos para toda otra cosa; o, si se dieron los informes, el gobierno español, con la ce– losa política que observó hasta el último instante ele su dominación, r~primió todo 10 que pudiese atraer 1.::1.

atención de las naciones rivales hacia a sus posesio– nes americanas.

, CAPITULO 8

SEPARACION. _ UNA AVENTURA. - EL RIO COPAN. - DON cLEMENTINO. - UNAS BODAS. - UNA CENA. _ BAILE DE BODAS. - COMPRiA DE UNA MULA. - LA SIERRA. _ VISTA DESDE LA CUMBRE _ ESQUIPULAS. _ E'U CURA. - HOSPITALARIA Il,ECEPClON. - LA IGLESIA DE ESQUIPULAS. – RESPONSABILIDADES DEL CURA. - MONTA&A DE QUEZ.ALTEPEQUE. - UN PELIGRO INMINENTE. _ SAN JACINTO. _ flECEPCION POR EL PADRE. - UNA FIESTA D'E ALDEA. - UNA EMBOSCADA._ EL RIO MOTAGUA. - LA ALDEA DE SA·NTA ROSALlA. - UNA ESCENA DE DIFUNTO.

Habiendo decidido que. en tales circunstancias, era mejor separarnos, no perdimos tiempo en actuar en ese sentido. Yo tuve dificultad para lle~ar a un recto en–

tendido con mi arriero, pero al fin celebramos un trata~

do de paz. Se cargaron las mulas, y a las dos de la tarde monté. Mr. C. me acompañó hasta la orilla del bosque, 'donde me despedí de él,' y le dej~ Para enc:on– trar dificultades peores que las que hab18mos temIdo.

Yo pasé por la aldea, crucé el río, y, dejando al arriero en la ribera me encaminé a la hacienda de don Grega– rio; pero m~ vi privado de la satisfacción ,que .y.o J!le había prometido a1 partir, de 8!rojar. ~obre el ml mdIg– nación y mi desprecio" en conslderacIon a .que Mr.. Ca– therwood estaba todavla al alcance de su mfluencla; y

aÚn ahora mi mano se detiene al refleccionar que cuan–

do Mr. C., en grandes apuros, robado por su criado, y

abatido por la fiebre, se refugió en su casa, el don lo recibió tan bondadosamente como su ruda naturaleza se 10 permitió. 1\rI:i única alegría fU~ el hacer al. orgul1o~

so patán sumar una cuenta de penlques y chelmes por huevos leche, carne, etc., hasta la suma de dos dólares, que yo' puse en sus manoS. Más tarde supe que me ha_ bía elevado muchísimo en su estimación, y en la del vecindario en general, por mi honrada conducta de no irme sin pagar.

Mi buena armonía con el arriero fue de corta du– ración. Al partir, Mr. ,C. Y yo habíamos dividido nues–

tr:a. provisión de platos, cuchillos y tenedores, cucha– ras etc., y Agustín había 'colocado mi parte en la cesta en 'que habían ido todos, y éstos, estando flojos hacían tal ruido que asustaron a la mula. La bestia salió co– rriendo, hacjéndonos partir a todos juntos con un ruido estrepitoso, hasta que se metió entre los matorrales Tuvimos una escena de terrible confusión, y yo me es-

capé tan veloZ' como pude de las Toncas y gruñonas maldiciones del arriero.

Por alguna distancia el camino se extiende a lo lar– go del río. El Copán no tiene asociaciones históricas, pero el Guadalquivir no puede ser más bello. A cada lado había montañas, y en cada vuelta un nuevo pano~

rama. Cruzamos una elevada cordillera, y a las cuatro de la tarde bajamos otra Vez al río, qUe aquí formaba

la línea divisoria con el Estado de Honduras. Era an– cho y rápido, pi"ofundo, e interrumpido por bancos de arena y de cascajo. Vadeándolo, entré de nuevo al Es– tado de Guatemala. Allí no había pueblo, ni siquiera una casa a la vista, y ninguna dificultad con respecto a

pasaporte. Ya avanzada la tarde, al subir por iUna pe– queña eminencia, vi un gran campo con cercas de pie– dra, trancas, y corral para ganado, que lo asemejaba a una granja de Westchester. Entramos 'Por una puerta,

y nos dirigimos por en medio de una hermosa campiña hasta una extensa, baja, y bien ordenada hacienda. Es– ta e1"8l la residencia de don Clementina, quien yo sabía que era pariente de don Gregario, y uno de tantos a quienes yo habría querido esquivar, pero también la únic.a en que el arriero había maquinado el hacer alto. La familia se componía de una viuda con un gran nú– mero de hijos, entre quienes los principales eran: don Clementina, joven de veintiún años, y una hermana co_ mo de diez y seis o diez y siete, bonita muchacha de ca– bello rubio. Bajo el cobertizo se hallaba una partida de muchachos en taje de fiesta, y cinco o seis mulas, con elegantes monturas, estaban amarradas a los pila–

res del corredor. Don Clementino estaba ostentosa– mente ataviado con chaqueta y pantalones blancos, acor– donados y bordados, gOITa de algodón blanco, y sobre ella un lustroso sombrero de campana

t

con un cordón

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