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« Previous Page Table of Contents Next Page »refinamiento de ideas y sentimientos. Estaba vestido
can una larga túnica negra de alepín, ajustada alrede· dar del cuerpo, con franja a7ul en el cuello, y una cruz suspendida de su rosario. Su nombre era Jesús María Gutiérrez. F'ue la vez; primera que yo jamás 01 ese
nombre aplicado a un ser humano, y a4n en él parecía una profanación.
De visita para él, e interrumpiendo la monotonía
de su apartada vida, se hallaba un antiguo condiscípulo
y amigo, el Coronel San Martín, de Honduras quien ha–
bía sido herido en la· última batalla contra Morazán, y
se había quedado en el convento para recoQrar la salud
y las fuerzas Su caso demostraba la l?erburbad~ con– dición del país. Su padre era de su mIsmO partIdo, y
su hermanó peleaba del atto lado en la batalla en que
él había sido herido.
·Ellos me dieron desagradables informes cop res– pecto a mi camino para Guatemala. Las tropas de C~
rrera se habían retirado de las fronteras de San Sa~va
dor, y ocupado toda ~a línea de pueblos hast~ 1~ capItal. Ellas se compoman; en su mayor parte, de ~ndlOS Igno–
rantes borrachos y ¡fanáticos, que no pod!ían complen– del' mi carácter oficial, ni podrían leer ml. P!l~aporte, y!
en el efervescente estado del país, sospechanan de n~l
como extránjero. Ya habían cometido grand~5 atroCJ_
dades' no había ni un curato en todo el cammo, y el intentar atravesarlo, sería exponerme a ser rob.ado. y a~
sesinado. Yo estaba muy poco dispuesto a .diferIr nn
via~e 'pero habría sido una iocura el prose~u~r; en re<i–
Helad: n~ngún' arriero ~e hal;ría c,ompl'~me~ldo a a~on~
pañanhe, y me vi preCIsado avqlver mIS OJOS a ~hl.qUl
mula y al camino que había deJado. El cura dlJO que
lo 'debía dejarme· guiar por él. Me puse en
S};IS man03.
y a una hora ávanza~ me acosté a;desc~~al' cap el raro sentimiento interior de ser un huesped blenvemdo Fuí despertado por el sonido ~eJ a ca!llpa';1a ma– tutina,·y acompañé a1-' cura a la mlS8. La 19lesJa para
uso -diario se hallaba directamente opuest~ al convento, espaciosa y lóbrega, y el piso estaba pavI?1entado c~>n
grandes ladrillos ci.ladra~os o baldosas. FIlas de ml!Je–
res indias estaban arrodilladas alrededor del altar, lltrL
piamente vestidas, con manii1~as blancas sobre sus ~a
bezas, pero sin zapa~s o med;ias. Unos pocos bom~les
estaban parados detras o reclmados contra los mUlOS.
Regresamos a desayunarnos, y ~n seguida salimos para visitar el único objeto de interes, el gran temp~o
de la _peregrinación, el Sa.nto Lugar de Centro A~en
ca. Cada año para el qUince de Enero, los peregrmos lo visitan, aú~ desde el Perú y ~éxico; la última ~s
una jornada no excedida en peI}a~dades lPor la pere~r~
nación a la Meca. Como en el orlente; no es prohlbl–
do negociar durante la peregrinación", y cuando no hay
guerras que hagan los caminos insegw:,os, ochen~a mil almas se han reunido entre las montanas a traÍlcar y a rendir homenaje a "Nuestro Señor de Esquipulas".
El pueblo contiene una población alrededor de mil
quinientos indios. Había una calle de. una milla de
largo aproximadamente, con casas de barro a cada lado; pero la mayor parte de ellas estaban cerradas, siendo
ocupadas sólo durante el tiempo de la feria Al ex– tremo de esta calle, sobre terreno elevado, se erguía la gran iglesia. Como a medio camino de alli, cruza–
mos un puente $obre un pequeño arroyo, uno de los a.
fluentes del caudaloso Lempa. Era esta la primera co–
rriente que yo había visto que desemboca en el Océano
Pacífico, y la saludé con reverencia. Asce.ndiendo por
una gradería de maciza piedra frente a la iglesia lle– gamos a una magnifiGa plataforma de ciento cincuen– ta pies de anchura, pavimentada con ladrillos de un pie en cuadro. La perspectiva desde esta plataforma de la gran planicie y de las altas montañas alrededor et:a espléndida; y la igl~Bia, elevándose can solitaria grandeza en medio de una le-gión selvática y desolada,
parecía casi una obra de' encantamiento. La fachada era rica en ornamentos de .estuco e imágenes de santos más grandes que lo natural; en cada esquina había una
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elevada torre y ,~obre la cúpula tln~ aguja, levantando en alto por ~l atre la corona de aquel .en otro tiempo
altivo podel~ que arrebató la maY9r parte de Aínérica
a ;Sus legítim9s duefios, gobernán~pla durante tres cen–
turias con vara. de hierro; y que ahora no tiene en ella
una c~arta de ,tierra n:i un súbdito de quién jactarse.
Entramos. ~ l~ iglesia por u.na alta :portada, riCa en
esc~lturas ornaJ'llentales.. En el interior había una nave con dos alas, separadaS por filas de pilastras de nUeve p.ies en cuadxo y Ul).a elevada cúpu1a, guardada por án–
geles con las alas ~~te:ndidas. Sobr~ los mUrOs había pinturas,. algunas, dipujadas por artistas de Guatema–
la, y otras ql1e ha,bí~n ;5i4o traídas, de España; y los ni–
chos se .encontraban l~~nós de estatuas, 'varias de ellas
admirablemente bien 'ejecutadas. El púlpito estaba cu–
~ierto con láminas de
oro, y el altar protegido por ·un barandal de hieno con oalaustrada de plata, 0l11amen– tada con seis pilar,es del niis,mo metal" como de dos pies
de a1tura, y dos angele$ parados como guardianes en las· gradas. Enfr.ente del altar, en una preciosa' Urna
estil. UllB/ imagen del; SalvadOr· en la cruz', "Nuestro Se– ñor de Esquipulas"; a quien está consagrada la iglesia,
famoso por su poder de hacer milagros. Cada año ml–
llares de devotos suben las gradas de este templo de rodillas, o cargando una p·esada cruz, a quienes no les
es permitido tQcar la s~gr·a~a imagen, pero salen con· tentos de obtener un ,peda~o de listqn impreso con las
palabras "Dulce nombre de Jesús",
Regresamos.. al convento, y inientras yo estaba sen.. tado con el Coronel San Martín,. entró el cura, y,' ce– rrando la puerta, me pregun~6 si mi criado e~a fiel. La
cara de Ag\lstín era una fufortunáda cada ~e recomen– dación. :El.Coronel M'Donald, don Francisco, y, según
supe después, el General Cáscai'?:, le tuvieron descon–
fianza. Informé al cura todo lo que yo sabía respecto a
él, haciéndole mención de su conducta en Comotán; sin embargo, me advirtió que tuviera cuidado con éL Lue–
go después, Agustín, quien parecía sospechar que no había hecho muy favorable impresión, me pidi6 un dó–
lar para pagar una confesión Mi inteligente amigo 110
estaba libre de los prejuicios de la equcación; y aunque él no podía cambiar de momento su opinión tan calu– rosamente expresada, dijo que Agustín ha'bía sido bien enseñado.
En el curso del día tuve una oportunidad de ver lo
que más tarde observé por todo Centro 'América: la vL
da de trabajo y responsabilidad pasada por' el cura en
una villa indígena, que se consagra fielmente al pueblo bajo su cargo. Además de oficiar en todos los servi–
cios de la iglesia, visitar a los enfermos y enterrar a
los muertos, mi digno hospedador era mirado por todos los indios de la villa como consejero, amigo y padre. La puerta del convento estaba, siempre abierta, y los indios constantemente 3ccudían a él;' un hombre que ha–
bía tenido un altercado con su vecino; una mujer a quien su marido habia tratado mal; un padre cuyo hijo se habían llevado como soldado; una muchacha aban–
donada por su amante; todos los que se hallaban en pe–
na o aflicción, acudían a él en busca de consejos y
consuelo, y nadie salía des,al1lparado. y, fuera de ésto,
era el principál director de todos los asuntos públicos de la ~oblación; la mano derecha del alcalde; y ya había sido consultado si yo debía o no ser considerado
como una persona peligrcsa. Pero el cumplimiento de estos múltiples deberes, y la agitación y peligros de la época, estaban agotando su constituci6n. Cuatro años antes abandonó la capital, y tomó a su cargo esta vica~
ría, y durante ese tiempo había vivido una vida de tra~
bajo, de ansiedad y de peligro; separado de todos los deleites del trato social que hacen el trabajo agradable, amado por los indios, pero sin nadie que simpatizara con él en ideas y sentimientos. Úna vez las hopas de Mo.. razán invadieron la poblaCión, y durante seis meses per– maneció escondido en una cueva de las montañas, sos.
tenido por los indios. Ultimamente las dificultades en el país hablan aumentado, y la nube de la guerra civil
estaba más obscura que nunca. El lo lamentaba, pero,
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