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« Previous Page Table of Contents Next Page »como decía, no lo lamentaría lfl:rgo tiempo; y todo el tono de sus pensamientos y conversación era tan bon– dadoso y puro, que parecía como V-~' punto verde en un desierto arenoso. Nos sentamos en el antepecho de una gran ventana; por dentro, la habitación ya estaba obscura. Tomó él una pistola dél umbral de la venta– na, y mirándola, dijo, con una lánguida sonrisa, que la cruz era su protección; y en seguida puso su delicada mano entre la mía, y me dijo que le tocara el pulso. Lo tenía lento y débil, Y parecía como si cada pulsa– ción fuera la última; pero manifestó, que siempre era así; y, levantándose repentínall:l;énte,' añadió que esa era la hora de sus devociones pr~vadas, y se retiró a su habitación. Yo sentl como si un buen espíritu hu~
biera salido volando., '
Mi anhelo, de llegar. a Guatemala no me permitía gozar por mucho tiempo de ¡a hqspihtlidad de~ c~ra.
Yo intentaba despedir a mi arriero;· pero" impOSIbilIta.. do para reemplazarlo inmeditamente, y no queriendo perder otro, día, me vi obligado a ret~nerlo~ El curso acostumbrado era salir de Esquipulas por la tarde y ca– minar cuatro leguas; pero teniendo siete mulas y sola– mente cuatro ca:rgas, dispuse hacér estas cuatro leguas
y también la jornada del siguiente día en uno, Salí tempI ano por, la mañana. Al despedirme, el sacerdote
y el soldadp estaban lado a lado,emhlem'as de la hu– mildad crístianá y del orgullo del hombre, y ambos, al partir, me encomendaron a !Dios.
Cruzamos a llanura; las montañas de Esquipulas pa~
recían haber ganado en grandeza; a la, media hora co– menzamos a subir la montaña de QuezaUepeque, den' samente arbolada, y, como la del Mico, fangosa y lle_ na de zanjas y de hoyos proiundos. Pesadas nubes cer~
níanse sobre ella, y a medida que ascendíamos llovía copiosamente; pero antes de llegar a la cumbre se le– vantaron las nubes, altnnbró el 5:01, y el llano de Es– quipulas, con la gran Sierra detrás, cubierta de altos pinos, y las nubes siguiéndose unas a otras sobre sus fiancos, todo, este conjunto, formaba uno de los más grandiosos espectáculos que jamás contemplé; y la enor– me iglef?ia aún se presentaba para la ~vista de despedi .. da del peregrino. Pero el centelleo.de 1(1 luz' del sol no tardó mucho rato, y de nuevo descendió la lluvia; pOl' algún tiempo tuve la gran satisfacción de ver al arrie~
1'0 empapado y de oirlo rezongar; pero Un inexplica_ ble accesó de buen humor..me sobrevino, y le presté mi sobretodo de piel de oso. -A interval~s alumbrada el sol, y miramos 8f un~ .gran distancíq. 'abajo de nosotros el pueblo de Quezaltepequ~. El descenso era muy pre– cipitado y los hoyos de cieno y zanjas muy profundos, y las nubes que flotaban sobre la montaña eran el sím– bolo de mi fortUna. Mr. Catherwood, que siguió por este camino como tres semanas después, oyó del Padre de Quezaltepeque, que; Se habí~ formad() <un plan para asesina,rme y robarme, en la ~uposición de que yo lle~
caba conmigo una gran cantidad de dinero, cuyo lauda– ble proyecto fué destruído por haber atravesado en la mabal1a en vez de por la tarde, cpmo generalmente se
~costumbra.
Pasabamos por QuezaUepeque sin apearnos Es costumbre, al dividir +as paradas para Guatemala, hacer una jornada por la tarde hasta este lugar y pernoctar. Ahora apenas eran las, once, del día, claro y brillante como un día de Septiembre en mi país. Saliendo del pueblo, cruzamos una hermosa corriente, en la que al– gunas mujeres estaban, lavando. ,Muy, pronto ascendi– mos otra vez, y sobre la cima de la montaña llegamos a un abrupto precipicio, que formaba el lad.o de un pro– fundo barranco. Bajamos por Una estrecha vereda a la mera orilla del precipicio, parte del camino sobre un angosto y saliente arrecife
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y en otros lugares por una senda construída contra la roca hasta el fondo del ba– rranco. En el otro lado se elevaba otra escarpada mu– ralla. El barranco era profundo y estrecho, y agreste hasta la sublimidad. La corrie~te pasaba a través de él sobre un lecho de roca, y por alguna distancia el camino se extendía sobre este lecho. Subimos por una vereda
empin~da y difícil hasta la cumbre del otro lado del barranco, y caminamos algún trecho a lo largo de su orilla. El lado opuesto era una mole perpendicular de piedra caliza, negra por estar a la intemperie, y algunos lugares había pedazos de terreno con yerba sobre el moreno campo, alumbrados ocasionalmente por breves centelleos de la luz del sol. Descendimos de nuevo has– ta el mismo fondo del barranco, y, cruzando la corrien– te, subimos casi inmediatamente por' un angosto sende– ro construido a lo largo del precipicio hasta la cumbre, quedando del mismo lado de' donde habíamos salido. Es imposible dar una idea de la rusticidad de este doblé cruce del barranco. Este terminó bruscamente, y en el último e.xtremo, sobre un punto, había una pequeña hacienda, 4e un ,lado mirando en, dirección, de esta es– pantosa abertura, y del otro hacia, un, valle apacible. A las tres· de la tarde divisamos el rituello de San Jacinto. Dei lactó opuesto había una' hermosa altipla– nicie, con montanas elevándose a 10, lejos, y cubiertas hasta la cúspide de magestaosos pinOS. AUí 110 había cultivos, y toda la región estaba en su primitiva rustici– dad. A las cinco dé la tarde cruzamos la corriente y entramos al poblado de Sail Jacinto. Este se compo– nía de una. colección de chozas, algunas construidas con palos y otras repelladas con lodo. La iglesia era de la misma sencilla construcción. A cada lado había una enramada techada con hojas de maíz, y en las esquinas estaban los campanarios con tres campanas cada uno Al frente. se elevápan. dos gigantescas ceibas, cuyas raíces se, alargaban al nivel de la tierra más de cien pies, y las ramas se extendían a igual distancia. La aldea se encontraba al cuidado:del cura de Que– zaltepeque, quien entonces· estaba en San Jacinto. Me dirigí a su casa y le prese~té la carta del cura de Esquipulas. Mi arrlero, sin descargar las mulas, se arro--– jó al suelo en él, corredor, y: con mi sobretodo, puesto sobre su desagradecido cuerPo,co'll1~n~'Ó a injuriarme porque lo estaba matando con las largas jornadas. Yo redargüí; y antes que el padre tuviese tiempo de reco""" brarse de su sorpresa por nuestra visita, quedó confun– dido con nuestro alboroto.
Pero él era un hombre que podía' soportar mucho, siendo arriba de seis pies. de éstatura, de anchas espt:!:t– das, y con una protuberancia enfrente que necesitaba sostén para .evitar que. se le cayera. Su ve,stido consis– lía en una camisa y un par de pantalones,-con los aja.... les mendigando empleo; pero tenía un corazón tan
grand~ como su cuerpo) y tan abierto como sus vestidos; y cuando le conté qUe había camjnadú desde Esquipulas ese día, me dijo que debía quedarme Una semana pata recuperarme. En cuanto a marchar'me al día siguiente, él no quería oír de eso; y, en efecto
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muy pronto hallé que era imposible sin otra ayUda, pues mi abominable arriero colmó la medida de sus iniquidades con caer en– fermo de una violenta fiebre.
A mi ardiente solicitud, el padre se esforzó por con– seguirme m'!J.las para el día siguiente, y durante la nO– che tuvimos una recepción de l()s aldeanos. El hombre en quien él confiaba principalmente dijo que era peli– groso el viajar; que dos ingleses habían sido arrestados en Honduras, y que habían escapado, pero que SUs arrie– ros y criados los habían asesinado. Yo podía quizá ha~
ber arrojado alguna luz sobre esta historia, pero no pensé que valiera la pena saber algo acerca de tales sospechosos personajes. El padre estaba afligido de na poder servirme, pero al fin dijo que un hombre de mi rango y mi carácter (yo le había mostrado mi pasapOT– te, y Agustín había disparado los cañones de Balize) debía tener toda clase de facilidades, y que él mismo me las, proporcionaría; y ordenó a un hombre que fue– ra por la mañana temprano a su hacienda por unas mulas; después de 10 cual, fatigado por tan inusitados esfuerzos, arrojó su gigantesco cuerpo en una hamaca,
y se balanceó para dormir.
La familia del padre se componía de dos mucha– chos, el uno sordo_mudo y el otro un bobo. El primero poseía extraordinaria vivacidad y muscular poder, y
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